En la entrada “El nuevo paradigma de la RSC: de Milton Friedman a la Ley 11/2018” nos referimos al entendimiento de la responsabilidad social empresarial de este economista, centrado exclusivamente en el ánimo de lucro, es decir, en la satisfacción del interés de los accionistas. Basta con conocer cómo funciona una empresa de capital en una sociedad avanzada en la actualidad para percatarse de lo desacertado de esta visión estrecha, ya sea porque el poder de dirección empresarial se ve constreñido por imperativos legales o por las propias tendencias del mercado y los consumidores, o resulta atemperado por la deliberada decisión de las compañías.

En España solemos dar excesiva importancia a realidades pretéritas, muertas, que reviven cuando, por unas u otras razones, se pretende enterrarlas formalmente. En la primera potencia capitalista del planeta —con permiso de China— ocurre algo parecido, como veremos…

Algunas de las mayores empresas de los Estados Unidos, en el contexto del “US Business Roundtable”, presidido por el CEO de JP Morgan Chase, Jamie Dimon, emitieron en agosto de 2019 una declaración sobre su compromiso con el llamado “capitalismo de grupos de interés” (“stakeholder capitalism”), que se sintetiza en los siguientes principios:

“1) Delivering value to our customers. We will further the tradition of American companies leading the way in meeting or exceeding customer expectations.

2) Investing in our employees. This starts with compensating them fairly and providing important benefits. It also includes supporting them through training and education that help develop new skills for a rapidly changing world. We foster diversity and inclusion, dignity and respect.

3) Dealing fairly and ethically with our suppliers. We are dedicated to serving as good partners to the other companies, large and small, that help us meet our missions.

4) Supporting the communities in which we work. We respect the people in our communities and protect the environment by embracing sustainable practices across our businesses.

5) Generating long-term value for shareholders, who provide the capital that allows companies to invest, grow and innovate. We are committed to transparency and effective engagement with shareholders”.

En esencia, se admite explícitamente por estos líderes empresariales de referencia el interés en los clientes, en los empleados, en los proveedores, en la comunidad que recibe los productos y servicios, en el medio ambiente y en la generación de valor a largo plazo. [La visión largoplacista también se están fomentando normativamente en nuestro continente: Directiva (UE) 2017/828, del Parlamento Europeo y del Consejo, de 17 de mayo de 2017, por la que se modifica la Directiva 2007/36/CE en lo que respecta al fomento de la implicación a largo plazo de los accionistas].

Regresando a los Estados Unidos, este renovado compromiso empresarial ha generado debate y polémica, como muestra, por ejemplo, el artículo publicado por Joseph E. Stiglitz en Project Syndicate: “Is Stakeholder Capitalism Really Back?”.

Stiglitz parte del imperio en los Estados Unidos durante las últimas cuatro décadas de la “doctrina miltoniana”, a pesar de que, como ya demostró en los años 70 del pasado siglo, en una serie de trabajos escritos junto a Sandy Grossman, esta visión no maximiza el bienestar social.

Stiglitz apela a casos extremos (las externalidades que generan el cambio climático, el envenenamiento del aire y del agua por las compañías, o la obesidad infantil relacionada con el excesivo consumo de refrescos azucarados…) para justificar su argumentación, que, finalmente, orienta hacia el poder de mercado ejercido por los bancos y las compañías tecnológicas (esos mismos sectores, curiosamente, que permiten que florezcan las ideas más innovadoras, o que desde España, por ejemplo, a golpe de un “click”, podamos leer sus interesantes artículos”). (A los “megabancos” norteamericanos causantes de la crisis financiera global de 2007 y 2008 les dedica Stiglitz unas duras palabras: “And a decade after the crisis, some banks are still fighting lawsuits brought by those who were harmed by their irresponsible and fraudulent behavior. Their deep pockets, they hope, will enable them to outlast the claimants”).

El cambio de paradigma hace que Stiglitz sienta Alivio, aunque las grandes corporaciones hayan visto la luz al final del camino con 40 años de atraso: “So it is a relief that corporate leaders, who are supposed to have penetrating insight into the functioning of the economy, have finally seen the light and caught up with modern economics, even if it took them some 40 years to do so”.

Ironías aparte, Stiglitz se pregunta, y acaso este sea el punto de mayor interés para el debate, si los líderes empresariales norteamericanos realmente creen en lo que postulan, o si se trata de un gesto hacia la galería para limpiar su imagen y recuperar su reputación. Como era de esperar, Stiglitz opina que los empresarios están siendo poco sinceros.

En opinión del laureado economista, la primera responsabilidad de las corporaciones es pagar sus impuestos, aunque entre los firmantes de la declaración figuran grandes evasores de impuestos (“tax avoiders”), como Apple, entidad que opera, a estos efectos, desde Jersey, y otras que apoyaron la reforma fiscal de Trump de 2017, que, al parecer, según Stiglitz, beneficiará a las grandes empresas y millonarios a costa de los hogares de clase media.

El gran reto es que se instaure un terreno de juego igual para todas las corporaciones (“level playing field”) que asegure que las empresas comprometidas con el medioambiente o los derechos sociales no vean socavada su predisposición por otros competidores que no compartan este punto de vista.

Stiglitz concluye que hay que dar la bienvenida al paso dado por los grandes consejeros delegados de los Estados Unidos, aunque haya que seguirlos de cerca para verificar si sus palabras se las lleva el viento… Entretanto, exige la adopción de medidas legislativas, que obliguen a las corporaciones a considerar los efectos de sus acciones en relación con todos los grupos de interés.

Parecen palabras cargadas de buena fe, pero nuestro Nobel de Economía parece obviar lo evidente: que estas corporaciones —y muchas otras de diferentes nacionalidades— operan internacionalmente, y en ese espacio global, del que tanto se benefician los consumidores, no cabe sino la extraordinariamente compleja acción concertada de todos o una parte significativa de los Estados.

Imagen de la autoría de dooder – www.freepik.es


José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

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