Right is the proverb which says, More skills are required to make a successful businessman than are required to make a good lawyer

Luca Pacioli, 1494 (p. 91)

La figura de Luca Pacioli (Sansepolcro, nacido en 1446 o 1447), el creador de la contabilidad de partida doble, despierta atracción, como los mercaderes medievales venecianos e italianos o el propio Marco Polo. La relación entre las cifras, las matemáticas y lo mágico ha alcanzado nuestros días.

Un hilo fino pero directo liga a Pacioli con los contables y con los auditores del presente.

Jane Gleeson-White, en Double Entry. How The Merchants of Venice Created Modern Finance, una obra todavía muy cercana a la crisis financiera de 2008, pues fue editada en 2011, da cuenta de todo ello.

Se apunta a Plinio el Viejo como el antecedente remoto del sistema de doble entrada, aunque hubo que esperar a la recepción en Europa de los números arábigos, probablemente a través de las escuelas islámicas de España (pp. 22, 39), para poder construir una ciencia más sólida y precisa.

De la época de Fibonacci, a inicios del siglo XIII, data el primer fragmento de contabilidad italiana: el registro de un banco florentino del año 1211.

También en estos años comenzaron a abrirse los libros de cuentas con una referencia a Dios y al beneficio: “In the name of God and of profit” (p. 24). Era preciso mantener el alma limpia, y la suerte en los negocios, para lo que la invocación a Dios era inseparable del desarrollo de la actividad mercantil. Pacioli recomendaba esta alusión directa a la deidad al inicio de los libros de cuentas (p. 96).

Pacioli fue contemporánea de Piero della Francesca, y amigo cercano —íntimo, se sugiere— del mismo Leonardo da Vinci (p. 65).

La contabilidad de partida doble está estrechamente unida al inicio de la actividad bancaria. De hecho, en el puente Rialto, “el Wall Street de la época de Pacioli” (p. 50) se creó el primer banco de Europa en el siglo XII. Durante tres siglos, el puente Rialto dominó los intercambios de divisas, desde Inglaterra a Egipto. El ducado veneciano se convirtió en la divisa internacional de referencia.

La letra de cambio y las transferencias no tardarían en llegar. En esos días la primera tarea de un banco no era dar crédito, sino facilitar medios de pago y transferir dinero a ciudades alejadas en el espacio (p. 54).

El humanista e influyente Alberti, que reflexionó hondamente sobre el dinero, se convirtió en el mentor de Pacioli.

La imprenta, a pesar de la ira de Erasmo, sirvió a los mercaderes para expandir la base de su negocio (p. 68). Si los postulados de Pacioli llegaron a otros territorios, fue por el empleo de la imprenta para la difusión de las nuevas técnicas contables, en una época en la que Venecia era el Silicon Valley del Renacimiento.

La esencia del pensamiento de Pacioli se contiene en el volumen I, capítulo 9, parte 11, de su obra Summa, obra que se convirtió en la base fundacional de la revolución científica y de la ciencia moderna (p. 76).

La contabilidad de partida doble se explica con detalle en las páginas 97 a 114 de Double Entry, con referencias de interés, además de las más conocidas, sobre la duración del ciclo contable (un año) o la utilidad de la contabilidad para recuperar las sumas depositadas en los bancos aunque sus oficiales no fueran diligentes (Pacioli aconseja a los mercaderes exigir justificante tanto de los ingresos como de los reintegros y de las órdenes de pago).

Respecto del ejercicio contable, ciertamente era novedoso que este se fijara en el año natural, pues lo normal era tener en cuenta, por ejemplo, la duración de un viaje para la exportación/importación de mercancías (p. 148), en la línea detallada en El mercader de Venecia, de W. Shakespeare.

A partir de aquí, Gleeson-White explica cómo se extendió el método de Pacioli hasta llegar a nuestros días. Como curiosidad, el mismo Daniel Defoe muestra en Robinson Crusoe (1719) un conocimiento más que superficial de la contabilidad de doble registro.

La Revolución Industrial supuso un nuevo impulso, quizás definitivo, a esta técnica, por su utilidad para servir a los intereses del capitalismo y de las sociedades de capital cotizadas. A partir de un denominador común se comenzaron a desarrollar especialidades para la banca, el ferrocarril, la electricidad, las compañías de seguro, etcétera (p. 136).

Y fue a finales del siglo XVIII y los inicios del siglo XIX cuando se generó la convicción de que ciertas transacciones no financieras no encajaban adecuadamente en el modelo contable del siglo XV en su versión más evolucionada (p. 140). También se reflexionó sobre la debida distinción entre capital e ingresos derivados de negocio o la limitación de responsabilidad de los socios (pp. 146 y 147).

En 1844 (Joint Stock Companies Act) se especificaron por primera vez en el Reino Unido las obligaciones de divulgación (disclosure) de las cotizadas (p. 144). Y no fue casual que justo en esos días nacieran las primeras firmas para la prestación de servicios de contabilidad que con los años se convertirían, en general, en firmas de auditoría y consultoría: William Deloitte (1845), Samuel Price y Edwin Waterhouse (1849) y William Cooper (1854) (p. 145).

En 1914 llegó a los Estados Unidos la primera traducción al inglés del tratado de Pacioli, a cargo de John B. Geijsbeek. En 1933, coincidiendo con la Gran Depresión, A. C. Littleton, profesor de contabilidad, publicó su obra para reflejar la evolución de la materia desde Pacioli hasta 1900 (p. 158), fecha en la que la profesión de contable se había convertido en esencial, pues, por ley, era necesaria para el desarrollo de la actividad de las grandes corporaciones.

Para el economista germano Sombart, era imposible imaginar el capitalista sin la contabilidad de partida doble (p. 162).

En la obra se presta gran atención a Keynes, pues fue este el primer economista que propuso la adaptación de este modelo contable a los sistemas de finanzas públicas. Este enfoque también se adoptó en los Estados Unidos, facilitando la emersión de un concepto tan conocido como el de producto interior bruto (PIB), una de las mayores invenciones del siglo XX, según Samuelson y Nordhaus (p. 191), y así es como “la contabilidad de partida doble se convirtió en medida no solo de la riqueza de las empresas y las corporaciones, sino también de la riqueza de las naciones” (p. 191).

El papel de Kuznets también fue clave, pues, además de contribuir al desarrollo conceptual y operativo del PIB en los Estados Unidos, fue uno de los primeros en percatarse de la insuficiencia de esta magnitud para medir muchos de los costes económicos inherentes al desarrollo económico (p. 192).

La obra se cierra, de modo un tanto abrupto, con el descrédito de los contables y los auditores a raíz del escándalo de Enron en 2001 y la crisis financiera de 2007 y 2008, lo que se refleja, por ejemplo, de manera exagerada por su excesiva generalidad, en la siguiente frase: “Corporations and accounting scandals go together like Gordon Gekko and greed” (p. 199).

Quizás de manera no premeditada, sobre todo por la fecha de publicación del libro, Gleeson-White apunta al fenómeno ASG, en la medida en que por medio de los informes de sostenibilidad que la normativa europea de contabilidad establecería en 2014 (Directiva 2014/95/UE, superada más tarde por la Directiva 2022/2464), se obligaría a las empresas de mayor tamaño a incluir en su información contable —informe de gestión— determinada información solo aparentemente no financiera (véase el considerando 8 de esta última Directiva citada en este sentido).

En concreto, se apunta al envenenamiento por Monsanto de aguas de río hacia 1960 (p. 222), con impacto en el medioambiente y en las personas. También, a que el precio de una Big Mac, si recogiera todos sus impactos, debería alcanzar los 200 dólares USA. Ese sobrecoste no se asume por el productor sino por la colectividad (p. 223-224). Se trata de las externalidades negativas, no recogidas explícitamente en el precio (p. 236).

En las páginas finales se cita a Dasgupta y a la necesidad de medir el impacto del desarrollo económico en el capital natural, lo que requiere, asimismo, que se fije un precio para determinados elementos de carácter comunal para los que no se fija un valor económico asociado a su uso o menoscabo (el agua, el aire, la biodiversidad…) (pp. 237-238). Todo ello debería quedar incluido en la contabilidad, tanto corporativa como nacional. La contabilidad de partida doble también podría mostrar su centenaria utilidad en este campo (p. 249).

 

Otras referencias en el blog

Contabilidad por partida doble: de Pacioli a los banqueros genoveses de los Austrias, 3 de enero de 2022.

De préstamos y garantías en “El mercader de Venecia”, 7 de octubre de 2023.


José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

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