Debió ser en un día de verano, hacia 1Q84.
—Pepe, cojones, cómo es que no le has puesto al niño todavía una canasta de baloncesto. Deja, deja, que ya la traigo yo —todo ello dicho con el carácter y el tono vivaz de los Moreno.
Y así fue como Paco Moreno, a continuación, me regaló mi primera canasta, enorme, con un tablero de madera pintado de blanco y con marcos negros. Y un aro de igual tamaño, diría que reglamentario: normal, así las encestaba casi todas (al contrario de lo que ocurre en las atracciones de feria), lo que sirvió para prender el interés por este deporte.
No recuerdo que Paco también trajera una pelota, pero mi primer balón fue un Molten, naranja, muy pesado y también de tamaño reglamentario.
Si ese fue uno de los días más felices de mi vida, uno de los más tristes fue cuando regresamos meses más tarde al apartamento de La Cala del Moral en “invierno” (en Málaga, todo lo que ocurre entre verano y verano se suele llamar “invierno”). Alguien había accedido al patio: del tablero solo quedaban trozos rotos, en el suelo, y del aro ni rastro…
En esa época comencé a frecuentar Ciudad Jardín, en el Ford Fiesta gris, matrícula de Madrid, de mi hermano. Vienen al recuerdo nombres míticos: Nicolau, Sagivela, Martín de Francisco, Márquez, Pozo, Alonso, Germán…
He formado parte, solo durante unos días, de una de las mejores fábricas de jugadores de baloncesto del país, donde la inmensa mayoría, la que no ve recogido su nombre en el frontal de la pista principal de Los Guindos, abandona esta etapa de formación, nada menos, que con disciplina y con valores bien interiorizados, útiles para el resto de sus vidas.
He visto jugar en innumerables ocasiones a Ramiro, Arlauckas, Vecina, Brown y uno más (Blanco, Palacios, Benítez, Grau, Sánchez Pastor, Cárdenas…): los primeros grandes triunfos, la cautela de los rivales, el primer baloncesto con nivel de Play-Off, que no llevaron a ninguna parte por una rotación demasiado corta para el nivel de exigencia de la competición.
He compartido ascensor en múltiples ocasiones con el propio Arlauckas, con Adrian Branch e incluso con Chewbacca.
He visto llegar a Málaga a una de las Torres Gemelas, y su caída mucho antes de 2001.
He visto jugar en Carranque al equipo rival, y disfrutar como si fuera el mío propio: Ray y Mike, Fernández, Peña, Nacho, García… la alegría, el milagro, del baloncesto. De primera mano me llegó el mensaje que transmitía Imbroda a sus jugadores: “somos enanos y jugamos contra gigantes”, simbólica y literalmente: todavía recuerdo a Mike Smith defendiendo a Arvydas Sabonis.
He visto la fusión de los dos clubes de Málaga, y su crecimiento para ser uno más grande.
He tratado con personajes de los despachos, igual de míticos que algunos jugadores, y que han permitido la materialización de tantos sueños, como, entre otros, Raimundo Trespalacios o José M. Domínguez.
He visto cómo se alcanzó el subcampeonato de la Liga ACB en 1995 con un equipo de bajo presupuesto pero que derrochaba, sobre todo, entrega. El “calor ruso” y sus disculpas tras fallar un tiro lanzador tras haber anotado 30 puntos. A Kenny Miller anotar un triple contra el Joventud, desde una esquina, si no me falla la memoria, o si acaso todo esto no ha sido más que un sueño.
Presencié en Ciudad Jardín el fallido triple de Ansley, y, según lo recuerdo, revivo el mismo dolor infinito y la rabia que sentí entonces, hace casi 30 años. Vencedores morales, por diversas razones.
He visto cómo el Limoges de Marcus Brown nos derrotaba en la Copa Korac, y cómo la ganábamos con posterioridad, al año siguiente, ante un equipo croata con nombre de farmacia [Juan C. Bonilla aclara que el equipo, en realidad, era serbio: tomamos nota del error; para más detalle véase el comentario correspondiente más abajo].
He visto cómo se inauguró el Martín Carpena (ojalá Martín Carpena no hubiera sido más que un concejal), cómo se cerró y cómo se reinauguró.
He visto el debut de los “3 Juniors de Oro”, con los que el baloncesto malagueño y el español alcanzaron cotas insospechadas de reconocimiento mundial, y he visto cómo se retiraban de la práctica activa del baloncesto (aunque solo 2 de las 3 camisetas cuelgan del techo del Martín Carpena en la actualidad).
He visto ganar la Copa del Rey al Real Madrid en 2005.
Pero nada comparable a ganar la Liga ACB, en 2006, en Vitoria, con un Garbajosa señorial. Posteriormente, la tercera posición en una Final Four de la Euroliga (la verdadera Final Four), y también la primera victoria sobre un equipo de la NBA.
Durante años no vi nada, porque mi prioridad vital no era el baloncesto, aunque, con cierto sentimiento de culpa, regresé años más tarde e inculqué a mis hijos el amor por este deporte y por sus valores.
En 2017, sin esperarlo, vi cómo derrotamos al Valencia, con un último cuarto mágico, para conseguir la Eurocup.
Y a la siguiente temporada, con un pálpito extraño, vi la última Euroliga, todos los partidos sin excepción.
Son muchas de ellas vivencias compartidas por una misma generación.
Difícilmente se podría reproducir en cualquier otra ciudad una explosión de baloncesto semejante. Nada de ello habría sido posible sin el apoyo, durante más de cuatro décadas, de Unicaja, en sus diversas formas, dando continuidad a los grandes pioneros de las décadas precedentes del baloncesto en Málaga, con el nexo de unión de un Alfonso Queipo de Llano recientemente homenajeado.
Solo puedo mostrar agradecimiento por todo lo que, desde aquel lejano día de verano, el baloncesto me ha dado: la emoción de visualizar la cancha al llegar al pabellón (en sábado por la tarde, preferiblemente), el ambiente, los cánticos, el calentamiento de los jugadores, el análisis del rival con el máximo respeto al equipo y a su afición, la partida de ajedrez jugada desde los banquillos, el salto inicial, la entrega, la lucha y el sacrificio, los grandes sinsabores de las derrotas y la brevedad —y cierta intrascendencia— de la euforia propia de las victorias.
Hoy día, buena parte de esas sensaciones se han esfumado, lo cual puede obedecer, de algún modo, a la general “fatiga COVID”, o, quizás, al mero transcurso de los años.
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso.
[…]
Lope de Vega
(Imagen de la autoría de freepik – www.freepik.es)
1 comentario
Juan Carlos Bonilla · 21 enero, 2022 a las 6:27 pm
El equipo con nombre de farmacia (ciertamente, Hemofarm pertenece a la farmacéutica STADA) es serbio, es que para esas cosas son muy suyos.