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En “The Laundromat: Dinero Sucio” (Steven Soderbergh, 2019), Antonio Banderas y Gary Oldman interpretan a Jürgen Mossack y Ramón Fonseca, los fundadores de la firma de abogados panameña Mossack Fonseca, relacionada con fraude fiscal internacional. Mossack y Fonseca, que tienen existencia real, trataron de frenar el lanzamiento de la película por Netflix, sin éxito aparente.

La trama está basada en el escándalo de los “papeles de Panamá”, que sacudió al mundo en 2016 y que reveló cómo algunos de los individuos más ricos y poderosos  utilizaban empresas en paraísos fiscales para evadir impuestos y ocultar sus fortunas.

La película, formalmente, es singular. Combina las chanzas con una trama trágica (un fraude asociado a una póliza de seguros) y con un mensaje final demoledor.

Se explica, de manera sintética pero acertada técnicamente, la evolución del dinero (permuta, metales preciosos, dinero soberano, activos financieros). Asimismo, se menciona la relevancia en nuestras sociedades del crédito, que consiste, ni más ni menos, que en “comprar tiempo” y en anticipar las sumas que se allegarán pasados los años para su gasto en el momento presente. Como en algún momento se expresa en la película, “no se puede retroceder en el tiempo lo que consta en los libros contables”.

Mossack, de origen alemán, y Fonseca, panameño, provocan al espectador al comienzo de la película para convencerle de que la distinción “Nosotros-Ustedes” es artificial: todos estamos enfangados en esta trama de la que sacan partido los más poderosos con el asesoramiento de despachos de abogados especializados en difuminar el origen del dinero, ya sea este ganado, con todo, legítimamente, o, por el contrario, derive de tramas criminales.

Los paraísos fiscales son los lugares, en ocasiones casi sin ni siquiera una existencia física, que sirven de base para la operativa ficticia de las sociedades pantalla con sus fiduciarios, que son con frecuencia igual de falsos que las sociedades (“enhorabuena, te acaban de promocionar, te has convertido en directora de 25.000 compañías”, se dice en algún momento de la cinta). El principio “conoce a tu cliente” (“know your customer”) es imposible de aplicar en estas circunstancias, y mucho menos puede servir para exonerar de responsabilidad al asesor financiero.

“The Laundromat: Dinero Sucio” atraviesa todo el globo territorialmente: de los Estados Unidos a Rusia, China, Europa, África… No parece haber un ápice de terreno ajeno a una operativa planetaria.

El escándalo de los “papeles de Panamá” saltó con una delación anónima de un tal John Doe (Juan Nadie), lo que enlaza con los hoy día tan de moda canales de denuncias que las empresas y las administraciones públicas deben articular para el descubrimiento y la puesta en conocimiento de las autoridades de conductas delictivas (véase, por ejemplo, la Ley 2/2023, de 20 de febrero, reguladora de la protección de las personas que informen sobre infracciones normativas y de lucha contra la corrupción).

Los Mossack y Fonseca no hacen más que poner al servicio de los poderosos una maquinaria, cada vez más controlada pero todavía con enormes fallas, para la evasión de impuestos o para el blanqueo de los capitales procedentes del crimen.

Los Estados deben ser implacables con estos poderosos, también con sus auxiliares y con sus acólitos, por justicia y por la mera necesidad de que no quiebre la cohesión social ni la fe en el sistema de “los mansos”, a los que tanto se alude en la película.

Los diversos países deben dotarse de los medios para poder combatir con superioridad de armas —no solo moral— estos excesos (y evitar sus propios excesos que inviten a bordear la legalidad), y la amenaza que para la convivencia representa toda forma de corrupción y fraude, sea pública o privada.

En un mundo global, con movimientos financieros igualmente globales, es imprescindible la cooperación de todas las jurisdicciones. Un planeta fragmentado política, económica y financieramente representa el caldo de cultivo adecuado para la perpetración y la perpetuación de las desigualdades carentes de justificación y de la corrupción.

El deber de sacrificio no debe recaer sobre los ciudadanos, ni siquiera sobre los medios de comunicación. Un Estado (o unos Estados) que se liberen de esta carga para atribuir la responsabilidad de la persecución de la corrupción y del fraude a “los mansos” es un Estado fallido que genera desafección y está condenado a la desaparición.

Estas son muchas de las cuestiones que alumbra el visionado de “The Laundromat: Dinero Sucio”.

 

(Imagen tomada de: https://www.netflix.com/es/title/80994011)


José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

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