(Publicado en Observatorio Social para el Desarrollo Humano Integral el 29 de marzo de 2023)

La reflexión sobre el dinero y sus funciones económicas (unidad de cuenta, medio de pago, reserva de valor) arranca con Aristóteles en su Ética a Nicómaco. Este cuerpo filosófico enlazaría más adelante, en la Edad Media y en la Edad Moderna, con una visión más pragmática, con la actividad desarrollada por los mercaderes, por los cambistas y, finalmente, por los banqueros.

El mismo Santo Tomás concluyó en la Summa Theologica que no hay nada reprobable (pecaminoso, en puridad) en la ganancia derivada del trato con las mercancías y con el dinero cuando aquella se dirige a algún fin necesario y virtuoso, tal y como, por ejemplo, “la asistencia a los necesitados” (véase al respecto Marjorie Grice-Hutchinson, La escuela de Salamanca: un estudio sobre los orígenes de la teoría monetaria en España (1544-1605), Caja España-Obra Social, León, 2005, pág.114).

La consideración del dinero y de sus gestores, a pesar de todo, ha sido tortuosa desde antiguo, aunque caben pocas dudas, con una visión más actual, de que disponer de un sistema financiero sólido, digno de la confianza de los ciudadanos, es sinónimo de progreso material y de bienestar. Como el mismo presidente Roosevelt mencionó en su discurso al pueblo norteamericano de 12 de marzo de 1933, en plena Gran Depresión, el dinero depositado por los clientes de una entidad bancaria sirve a la industria y a la agricultura, originando un efecto multiplicador de la riqueza general.

En época más cercana aún, instalados como estamos en la incertidumbre climática y ambiental (la “crisis gemela ambiental y climática”, en palabras recientes de Frank Elderson, miembro del Comité Ejecutivo del Banco Central Europeo), la necesidad de contar con un sistema financiero cuyos gestores entiendan los riesgos de esta índole y actúen en consecuencia es de capital importancia para el futuro inmediato del planeta.

Este entendimiento permite la canalización de la financiación hacia las actividades económicas más proclives a una verdadera e integral transición ecológica. Repárese en que no se trata simplemente de hacer llegar parte de las ganancias, en ejercicio de la responsabilidad social corporativa, como se ha entendido durante décadas, a acciones de patrocinio o de mecenazgo, sino de que el propio volumen de financiación se dirija a las actividades económicas y empresariales que cubran determinados criterios mínimos en las esferas ambiental y social (este es el fin, de hecho, a modo de ejemplo, de la Taxonomía Ambiental de la Unión Europea, ya aprobada, o de la próxima Taxonomía Social, en fase de elaboración).

Tenemos una muestra clara de esta visión en el informe emitido por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) de 20 de marzo de 2023, que incide en que una acción climática eficaz y equitativa “reducirá las pérdidas y los daños para la naturaleza y las personas”.

Pero, para ello, se destaca que la “La acción climática acelerada solo se concretará si se aumenta considerablemente la financiación”. Se admite la relevancia de la financiación pública (sometida a restricciones, añadimos, por el crecimiento de la deuda pública) pero también se destaca el papel que deben desempeñar las instituciones privadas (bancos, fondos de inversión, fondos de pensiones…), los mercados, los reguladores y los supervisores financieros.

El conjunto de los ciudadanos también tiene mucho que decir al respecto, porque, con sus pequeñas decisiones, la financiación y la inversión igualmente se canalizan hacia las empresas y las actividades económicas ambiental y socialmente sostenibles.

A propósito de la crisis financiera de 2008, Robert J. Shiller, galardonado con el Nobel de Economía en 2013, publicó en 2012 la obra Las finanzas en una sociedad justa, subtitulada “Dejemos de condenar el sistema financiero y, por el bien común, recuperémoslo”. Las referencias a la “sociedad justa” y al “bien común” entroncan directamente con la reflexión de los clásicos griegos y de la escolástica.

Constatado por una inmensa mayoría que las finanzas y el sistema financiero desempeñan un papel cardinal en nuestras vidas y para el desarrollo económico, ha llegado el momento, más allá de los eslóganes fáciles de recordar, de reformular su vocación social, que, como mostramos anteriormente, siempre ha formado parte de su esencia.

Esta comprensión, en la senda señalada por el profesor Shiller, debe dar cabida a la satisfacción del interés de los inversores y de los accionistas, pero también, de manera complementaria y armónica, al de todos los grupos de interés.

La tradicional distinción entre las esferas pública y privada se antoja insuficiente, incluso artificial, en esta época en la que, por primera vez, somos conscientes de habitar todos una misma casa común.

Sin tiempo que perder, pero de manera razonada, es necesario pasar a la acción. Las instituciones públicas han dado mandatos contundentes y claros (en Europa, por ejemplo, a través del “Pacto Verde” o de la “Ley Climática”), y los ciudadanos también han mostrado sus expectativas y, a una velocidad inesperada, las están incorporando a sus pautas de vida cotidiana.

Las finanzas, a través del nuevo paradigma de las finanzas sostenibles, servirán de catalizador del cambio hacia una sociedad más respetuosa con el medioambiente y más inclusiva. Las instituciones financieras están dispuestas y preparadas, sin duda, para realizar la tarea demandada por la sociedad.

 


José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

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