Todo lo que estaba escrito hasta el día de ayer ha quedado radicalmente desfasado. Las mejores proyecciones para el futuro han resultado, como mínimo, postergadas. Nuestra forma de entender el mundo ha perdido vigencia y, sobre la marcha, hemos debido adaptarnos con casi todos nuestros patrones rotos. Una generación que ha vivido sedada durante años, ajena en buena medida a la realidad, como los moradores de la caverna de Platón, tiene que resolver ahora esta situación de extraordinaria urgencia, para tratar de salvar las vidas de quienes, con anterioridad, sí han debido y sabido gestionar situaciones de crisis más graves incluso que la actual.
El Real Decreto 463/2020, de 14 de marzo, por el que se declara el estado de alarma para la gestión de la situación de crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19, paraliza, por necesidad, la vida social y económica, como se desprende con claridad de su artículo 7. Tan solo se exceptúan de esta parálisis algunas actividades básicas como salir a las vías públicas para adquirir alimentos, productos farmacéuticos y de primera necesidad, asistir a centros y establecimientos sanitarios, desplazarse al lugar de trabajo para desarrollar la prestación laboral, profesional o empresarial, o asistir a los mayores, menores, dependientes, personas con discapacidad o personas especialmente vulnerables.
El desplazamiento a entidades financieras y de seguros se pone al mismo nivel que estas actividades esenciales, que tratan de preservar la salud de la ciudadanía y de minimizar los daños para que, cuando llegue el momento, que llegará, se pueda recuperar la normalidad con la mayor celeridad, vigor y seguridad.
Si la labor, entre otros, de los sectores alimentario y sanitario es crucial en estos momentos, también lo es la del sector bancario, en especial, cuyos empleados siguen manteniendo abierta la puerta de las sucursales y atendiendo a su clientela.
El sistema de pagos no se puede interrumpir de ningún modo, ya sea para servir de respaldo a las transacciones comerciales presenciales o a distancia, aunque la actividad empresarial y administrativa se desarrolle al ralentí.
Durante los últimos años se ha promovido la transformación digital de la banca, y han aparecido nuevos competidores que se han beneficiado de una cierta asimetría regulatoria y, sobre todo, de las preferencias de los usuarios.
Sin embargo, mientras dure el estado de alarma, serán las sucursales bancarias las que mantengan sus puertas abiertas, a pesar de que la práctica totalidad de las transacciones se puedan desarrollar, potencialmente, telefónicamente o a distancia.
Esto nos lleva a considerar que el proceso de transformación digital no está tan avanzado como se podía pensar, de un lado, y, de otro, que el normal funcionamiento del sistema financiero representa una inequívoca señal de que podemos confiar en la solidez y en la perdurabilidad del sistema político, social y económico en su conjunto.
La disponibilidad presencial de la red de negocio debería limitarse, con el fin de preservar la salud de los clientes y la de los propios empleados, a mantener operativos los cajeros automáticos y atender a los clientes, de no haber más remedio, por razones de urgencia manifiesta.
El sistema se pondrá a prueba a fin de marzo y primeros de abril, cuando se produzca el anticipo o el abono, respectivamente, de las pensiones en las cuentas de los pensionistas.
Como refiere el Banco de España en su sitio en Internet,
“Para que la pensión llegue a tu cuenta, se necesita la colaboración de las entidades financieras. Las que colaboran con la Seguridad Social deben abonar las pensiones en las cuentas de los beneficiarios entre el primer día hábil del mes correspondiente y el cuarto día natural de dicho mes, según el plazo establecido en el artículo 24 de la norma.
Para ello, normalmente a finales del mes anterior al abono de las pensiones, y antes de recibir los fondos de la Seguridad Social, los bancos reciben información sobre el importe exacto de los cobros.
Como los bancos ya cuentan con la información de la próxima transferencia, algunos deciden poner a disposición de sus clientes el importe de la pensión antes de las fechas establecidas por la norma. Esta decisión puede condicionarse al cumplimiento de determinados requisitos, como por ejemplo actualizar la libreta, y es voluntaria, ya que se enmarca dentro de la política comercial y de asunción de riesgos de cada entidad”.
Ahora es el momento de que los mayores, por quienes la sociedad española está asumiendo un esfuerzo extraordinario, atiendan a la razón, por sí mismos, o por la explicación de sus familiares o cuidadores, para que no acudan en tropel, como suele ser habitual a fin de mes, a la sucursal bancaria.
Deben ser conscientes, como se les ha explicado mil veces, de que el dinero quedará disponible en la cuenta a la vista de abono de la pensión, y que allí seguirá hasta el regreso a la normalidad. También, de que para las necesidades de efectivo pueden disponer de los cajeros automáticos, y que para realizar pagos puntuales en comercios pueden emplear su tarjeta de débito o crédito.
Con todo, resulta que va a ser cierta la afirmación de Paul Volcker: la última innovación financiera que mereció la pena fue el cajero automático.
(Imagen de la entrada de la autoría de starline – www.freepik.es)
3 commentarios
Antonio M. Moreno · 20 marzo, 2020 a las 9:33 am
Toda la razón del mundo compañero. Cómo siempte, das en el clavo. La innovacion tecnológica, tan conveniente para un ahorro en costes salariales de las entidades financieras, ha dejado a tras a muchos mayores por limitaciones físicas, en algunos casos, y de cultura y capacidades de uso de esa tecnología en la mayoria. Ahora habrá que darles soluciones y valorar el trabajo más despreciado dentro del sector: mantenimiento de cajeros, gestión de efectivo y tareas básicas de servicios a clientes que no usan bancaon line y en muchos casos tampoco el cajero.
Rafael · 21 marzo, 2020 a las 11:17 am
La Banca es una infraestructura crítica, al igual que un servicio esencial, de acuerdo con la Ley. La Sociedad se mueve a través de unos sistemas perfectamente engranados: sanitario, alimentario, transportes, seguridad, bancario, etc., son sus «funciones vitales» y si falla una de ellas, desaparece el conjunto social. Cuando a una persona le falla una «función vital» es cuando muere. Las similitudes creo que son acertadas.
Jose María Hidalgo · 24 marzo, 2020 a las 12:37 am
Para la tercera edad, no es solo una cuestión de disposición de capital. Hay que sumarle el arraigado trato tradicional, pues la naturaleza del individuo está en relacionarse con las personas y no con las máquinas.
Me sabe raro tener que dar esta opinión, que pudiera ir en contra de mis propios intereses. Pero estamos empujando a los nativos digitales a un rumbo tan erróneo como desconocido.
Pienso en esos nativos digitales, que se preocupan mucho de la educación digital, pero muy poco de la educación financiera. Desafortunadamente no estaré vivo para reirme el día en que esos nativos digitales estén ya jubilados, y no tengan para pagarle al robot que los cuida porque un hacker le haya birlado la pensión que tenían en Bitcoin.