En el día de ayer tuve ocasión de participar en un congreso sobre turismo sostenible, con una ponencia sobre una cuestión no apasionante pero sí necesaria como es la financiación del sector empresarial turístico, con el enfoque propio de la sostenibilidad.

Este fin de semana ha sido el primero completo tras el cese del estado alarma, lo que ha provocado, a escala nacional, al menos, el inicio de una masiva movilización hacia los destinos turísticos que han estado desiertos durante meses. Es un pequeño triunfo, que ojalá anticipe logros mayores y más estables.

Quizás no tanto en el turismo veraniego de sol, playa, cerveza y espeto, pero sí en el turismo cultural, incluso en el ambiental, el viajero pueda sufrir el conocido como síndrome de Stendhal, que altera los sentidos y hace perder la noción del espacio y del tiempo a quien lo padece.

He padecido en una ocasión el síndrome de Stendhal, hace cerca de tres décadas, y fue cuando subía los restos de la escalera de la Acrópolis, en el momento en el que, al alzar la mirada, vislumbré sin esperarlo el Partenón y el cielo azul ático. Solo quien ha sufrido el síndrome puede explicarlo, solo “quien lo probó lo sabe” (Lope).

José A. Díaz, más por la experiencia empresarial que la espiritual de Phil Knight, me hizo llegar amablemente días atras un ejemplar de las memorias del fundador de Nike: “Nunca te pares” (Conecta, 12ª ed., 2016, págs. 51 y 52 por la referencia de más abajo).

La obra merece una referencia completa, que llegará al blog más adelante, pero sí quiero anticipar la experiencia del célebre empresario cuando, en su juventud, en 1962, visitó Atenas, en el marco de la vuelta al mundo iniciática que nos permitió saltar más alto y más lejos (“Citius, Altius, Fortius”) calzando sus ya míticas zapatillas en las diversas disciplinas deportivas (en el baloncesto, en mi caso):

«Pasé la última noche repasando mi viaje, tomando notas en mi diario. Me pregunté: “¿Cuál ha sido el momento álgido?”.

“Grecia”, pensé. “Sin duda, Grecia”.

Cuando salí de Oregón, había dos cosas en mi itinerario que me producían una especial emoción.

Quería exponerle mi descabellada idea a los japoneses.

Y quería contemplar la Acrópolis.

Horas antes de embarcar en el aeropuerto de Heathrow, reflexioné sobre aquel instante, cuando alcé la vista hacia aquellas asombrosas columnas, y experimenté esa vigorizante conmoción que te produce toda gran belleza, pero unida a una potente sensación de… ¿familiaridad?

¿Era solo mi imaginación? Al fin y al cabo, me encontraba en la cuna de la civilización occidental. Tal vez solo quería que me resultara familiar. Pero no me parecía que fuera solo eso. Tuve algo claro: “Yo he estado aquí antes”.

Y luego, al ascender por los escalones encalados, también: “Aquí es donde comienza todo”.

A mi izquierda estaba el Partenón; Platón había visto cómo los arquitectos y los trabajadores lo construían. A mi derecha, el templo de Atenea Niké. Hace veinticinco siglos, según mi guía turística, había albergado un hermoso friso de la diosa Atenea, a la que se consideraba portadora de la niké, o victoria».

Hay poco más que añadir: a veces las palabras, pronunciadas o escritas, son lo bastante elocuentes. Algo más que una mera relación empresa-cliente me une desde hoy a Phil Knight. Disfrutemos, mientras dure, de esta pequeña Victoria.

 

(Imagen tomada del siguiente enlace: https://www.imperivm.org/atenea-la-diosa-griega-de-la-sabiduria-la-estrategia-y-la-guerra-justa/).


José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

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