“Hoy he visto a Dios disfrazado de jugador de baloncesto”, Larry Bird

Tengo recuerdos no muy bien hilvanados de los Bulls de la última época de Michael Jordan, también del equipo de etapas anteriores, de muchos de los jugadores que compitieron con él, primero, infructuosamente, después, para alcanzar la gloria de seis anillos.

Ahora lamento no haber sido un seguidor a tiempo completo de la NBA de aquellos maravillosos años, segunda mitad de los 80 y todos los 90, esto es, más o menos, el tiempo durante el que reinó Jordan, en el que una pléyade de jugadores, sintetizados en el único, el auténtico, “Dream Team” (con excepción de Laettner), nos hizo sentir “Cerca de las Estrellas” [curiosamente, uno de los “Bad Boys”, la antípoda del baloncesto estiloso y más o menos noble, terminaría siendo crucial en los últimos Bulls (Rodman) y otro de ellos no viajaría a Barcelona por ser, al parecer, un mal tipo (Thomas)].

La serie de Netflix “The last dance” nos ha hecho rememorar partidos hechos jirones en el recuerdo, jugadores, jugadas, fallos en el pase o en el tiro, canastas ganadoras…

Tomando como punto de partida la temporada del sexto anillo de los Bulls, la de la final contra los Utah Jazz de Stockton y Malone, la serie viaja hacia el pasado, con “flash-backs”, continuamente, mucho antes, incluso, del debut de Jordan en la NBA en 1984 (año en el que también dio buena cuenta de nuestra selección nacional en la final de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles).

La competitividad de Jordan, el ansia por ganar, eran descomunales. No siempre trató bien a sus compañeros, como él mismo admite en el documental, pero gracias a esta continua presión también los convirtió en campeones. Como todo gran líder, era exigente con todos, pero predicaba con el ejemplo.

Esta capacidad de sacrificio, unida a su elegancia en el juego y a su portentoso físico, lo convirtieron en un mito. Todos querían ser como Jordan, aunque, como Jordan admite, ser como él no era una tarea sencilla ni agradable…

Es llamativo como convertía cualquier pequeño desaire de un jugador o del entrenador rival en un “casus belli”, un elemento para “hipermotivarse” en el partido decisivo y machacar sin compasión al equipo contrario.

Fue grande el error de Adidas al no aceptar diseñar unas “Adidas Jordan”, que nunca llegaron a existir, lo que allanó el camino a la firma que sí se atrevió a pujar por este valor ascendente: una todavía pequeña compañía llamada “Nike” (de “Niké”, la diosa de la victoria del firmamento griego).

También se señala en el reportaje que lo que definía a Jordan era su capacidad para disfrutar del momento y, de ese modo, burlar la tremenda presión deportiva, mediática y empresarial a la que siempre estaba sometido: tomarse un par de cervezas, fumarse un buen puro, jugar al golf el día antes de un partido de “play-off”, una escapada a un casino…

En “The last dance” se repasa un amplio periodo de tiempo, en el que destacan su extraña salida al béisbol y el posterior retorno, vinculado con el asesinato de su padre, el rodaje de “Space Jam” y las extraordinarias tardes de baloncesto con las que cerraba los días de grabación, el oro de Barcelona (se cita a Kukoc pero se omite toda referencia a Petrovic, por cierto)…

Hay dos figuras que merecen una mención aparte, por su significado en aquellos Bulls y para el propio Jordan: Phil Jackson, el mejor entrenador para Jordan, el único, quizás, y Scottie Pippen, más que un compañero, que aceptó jugar a la sombra del líder y arriesgó su físico en el último partido contra Utah Jazz, por sus severos problemas de espalda.

Vista la trayectoria de los Bulls, bien parecía que el triunfo tenía que llegar necesariamente, pero fue el empuje de Jordan lo que provocó que por pequeñas diferencias, pequeños matices, la balanza se inclinara hacia su lado. Esta lección es predicable no solo de este proyecto, sino de cualquier otra iniciativa deportiva —también empresarial— de nivel que se pueda tildar como ganadora.

También merece la pena detenerse, para concluir, en las complejas relaciones entre el propietario del club, el gerente (Jerry Krause), el entrenador, los jugadores, los medios de comunicación y la afición.

En “The last dance” se señala, a un tiempo, a Krause como el diseñador del equipo, pero también como el que decidió, por variadas razones, no parece que muy convincentes, que el anillo conseguido en 1998 fuera el último, aunque Jordan, casi con lágrimas en los ojos, admite que le hubiera gustado seguir, con el mismo equipo, una temporada más, para tratar de lograr un séptimo anillo… Manuel Jabois presta atención en el artículo “Jordan versus Krause” a esta compleja relación, aunque también identifica algunas claves no reveladas en “The last dance”.

Años más tarde Jordan regresaría para jugar en los Wizards de Washington y se convertiría en propietario de una franquicia de la NBA, pero, eso, es otra historia…

 

(Imagen tomada de https://as.com/baloncesto/2020/04/21/nba/1587448922_826871.html


José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

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