(Publicado en Agenda de la Empresa, nº 255, abril de 2020, pág. 67)

2020 se presentaba como un año lleno de expectativas, como el fin de un ciclo y el inicio de otro. De un lado, se cerraba la década posterior a la debacle financiera de 2007 y 2008 y se alcanzaba el punto de llegada de la emblemática “Estrategia 2020” de la Unión Europea, y, de otro, se comenzaba a enfilar la ruta para cumplir los 17 ODS de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas. El nivel de concienciación de la sociedad, de las empresas y de los gobiernos era óptimo para afrontar el reto de luchar decididamente contra el cambio climático, con el broche de la COP25 celebrada en Madrid en diciembre de 2019.

Sin embargo, la inesperada aparición de coronavirus COVID-19 ha provocado una situación sin precedentes en la historia de la humanidad, con la súbita detención de la vida social y de los intercambios económicos a escala planetaria, y el sometimiento de los Estados y otras organizaciones internacionales a una presión solo conocida en tiempos de guerra.

Obviamente, no es posible mantener al mismo tiempo la lucha contra la enfermedad y contra el cambio climático, aunque el esfuerzo mundial desarrollado ante una amenaza global como la representada por el coronavirus servirá, dentro de algunos meses, para combatir con una mejor coordinación internacional el cambio climático y transformar nuestras economías.

Esta transformación del modelo productivo requerirá que los gobiernos provean directrices a los agentes económicos (por ejemplo, una de las primeras medidas de la Comisión Europea presidida por Ursula von der Leyen fue la aprobación del “Pacto Verde Europeo”), y la plena involucración del sistema financiero, aplicando el enfoque de las finanzas sostenibles, es decir, teniendo en consideración, tanto respecto a la actividad propia como a la de sus clientes, los conocidos como factores ambientales, sociales y de gobernanza (ASG).

Es necesario, adicionalmente, prestar atención al rol desempeñado por los bancos centrales como promotores de las finanzas sostenibles y de la estabilidad financiera. No es casual que uno de los impulsores de sostenibilidad en el sector financiero en los últimos años haya sido Mark Carney, Gobernador del Banco de Inglaterra entre 2013 y marzo de 2020, quien, en 2015, pronunció su célebre discurso sobre la “tragedia del horizonte”, involucrando de lleno a los bancos centrales en la lucha contra el aumento de la temperatura. Para Carney, el drama del cambio climático y sus efectos consiste en que los impactos catastróficos “se sentirán más allá de los horizontes tradicionales de la mayoría de los actores, imponiendo un costo a las generaciones futuras que la generación actual no tiene un incentivo directo para solucionar”.

Según Jeremy Rifkin (“The Green New Deal, St. Martin´s Press, Nueva York, 2019), se ha calculado que el eventual éxito del Acuerdo de París en la limitación del aumento de la temperatura media del planeta y la efectiva implantación de un modelo económico libre de emisiones de carbono, podrían generar activos varados (“stranded assets”) por valor de 100 billones de dólares, por lo que será necesaria la adopción de medidas para mitigar la desestabilización económica que ello originará.

Este proceso de transición podría ocasionar un impacto en la estabilidad financiera, dado que no tiene por qué ser suave ni gradual, por lo que la supervisión por parte de los bancos centrales, además de la implicación del propio sector financiero, resultarán esenciales.

 


José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

1 comentario

Geoeconomía y geopolítica del COVID-19 – Foro para la Paz en el Mediterráneo · 3 abril, 2020 a las 1:49 pm

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