El baloncesto es una de mis válvulas de escape. A él le dedico algún tiempo —más bien escaso— para la práctica semanal, y también para presenciar junto con mi familia los partidos del Unicaja en el Martín Carpena de Málaga. Al baloncesto le debo mucho, porque imperceptiblemente me ha formado como individuo y como persona que vive en sociedad. Se trata de una disciplina deportiva bella y estética, que requiere para su práctica fuerza pero también técnica e inteligencia, llena de principios, valores y nobleza (quizás por eso a los seguidores del baloncesto nos afecten tanto los actos antideportivos y marrulleros, dentro y fuera de las canchas, en la actividad deportiva y en el día a día).

No suelo leer mucho sobre baloncesto, más allá de la información y las crónicas del diario Sur. En su día, hace muchos años, la lectura, casi la memorización, de Gigantes del Basket era uno de los mejores momentos de la semana. De aquella época acumulo una buena cantidad de revistas, que milagrosamente se han salvado de varios cambios de domicilio y hasta de estado civil, y, de una época más reciente, conservo el número en cuya portada Carlos Suárez alza la Eurocup conquistada por el Unicaja en la pista del Valencia el 5 de abril de 2017.

Me consta que en el mercado se pueden encontrar biografías de jugadores y entrenadores, muchas veces escritas por ellos mismos, y tratados tácticos (recuerdo ahora uno del gran Manel Comas, de varios volúmenes, que hace bastantes años estuve cerca de adquirir con el solo propósito de mejorar mi mecánica de tiro y bote). Pero quizás falten, esa es mi impresión, obras de tipo más divulgativo.

Sí leí hace algunos años el primer libro de Sergio Scariolo (“El año mágico del Unicaja —mayo 2004-junio 2005—”), que, en realidad, más que un libro técnico, es «un “diario de abordo”, un recorrido de doce meses de alegrías, preocupaciones, triunfos y derrotas, en el que entran personas, reflexiones, proyectos y ¡sueños!» (pág. 9). Disfruté mucho con su lectura. Gestionar cualquier grupo humano es un auténtico arte y una fuente inagotable de aprendizaje.

Piti Hurtado, con Antonio Pacheco como coautor (y Lawerta como ilustrador), ha publicado en 2019 “La Pitipedia. Tratado de Cultura Baloncestística”, que cubre esta laguna de nuestra “literatura deportiva”. Podemos presumir que la obra está escrita en su conjunto por Hurtado y Pacheco, a salvo de algunos capítulos en los que expresamente figura la autoría de uno u otro (de Piti son los capítulos 14 y 19, de Pacheco el 15 y el 17).

Es un libro interesante, que se lee de un tirón y tiene muchas virtudes. La principal, que nos permite anudar y reforzar recuerdos laxos, a punto de desvencijarse y ser olvidados, relacionados con el mundo de la canasta, aunque, sorprendentemente, los autores vinculan con naturalidad el pasado con el presente, y la Liga ACB con la Euroliga y la NBA, pues el denominador común de todas estas historias, anécdotas y explicaciones técnicas es el BA-LON-CES-TO (gracias, Pepu, por convencernos de que los límites nos los ponemos nosotros mismos).

Sin embargo, los autores del libro tienen claro que “los estadounidenses juegan en otra liga”, sin que ello suponga “que haya soberbia o falta de respeto hacia el resto de los países o continentes” (pág. 10). Esto no quita que en la mejor liga del mundo tengan cabida jugadores europeos —o de otros continentes— de la talla de los Gasol, Nowitzki, Doncic o Jokic.

En mi caso concreto, aunque no lo conozco personalmente, percibo una familiaridad y una cercanía con Piti que probablemente derive de que ambos nacimos a mediados de los setenta del pasado siglo (él, en 1974, yo, en 1976), lo que provoca que compartamos una buena parte de los recuerdos y las referencias que nos han marcado, desde nuestra niñez, como amantes del baloncesto e incluso como personas: los Juegos Olímpicos del 84, Antonio Díaz-Miguel (extraordinarias siempre sus gafas), Epi, Fernando Martín, Petrovic, Kukoc, Radja, Divac, la Jugoplastika, el “Dream Team” (el único, el del 92), el “angolazo”, los “Bad Boys”, la sonrisa de Magic, la entrega de Bird, los Gasol, el Mundial de Japón, la competencia entre LeBron y Curry…

La vida de un Piti Hurtado no excesivamente dotado para jugar al baloncesto, al parecer, cambió súbitamente cuando, a la edad de 14 años, el padre Echevarría lo destinó como jugador al equipo “B”, pues no valía para el “A”, y a entrenar a niños de nueve años (pág. 138). Así, comenzó a ganar al mes un “billete de Juan Ramón Jiménez” (2.000 pesetas, unos 12 euros, para los más jóvenes), “por entrenar sin tener ni idea” (pág. 138). Quizás no sea coincidencia, pero el capítulo 12 se titula “Jugador regulero, gran entrenador” (Phil Jackson, Steve Kerr, Zeljko Obradovic, Pat Riley —cuyo peinado inspiró el de Gordon Gekko en la película “Wall Street”, Scariolo llegaría algo más tarde—, Pablo Laso, ¿Piti Hurtado?…).

Sin embargo, a pesar de haber adquirido a una muy temprana edad una notable experiencia como técnico (especialmente en el Cáceres, C.B., donde llegó a ser segundo entrenador) y de algunas experiencias nacionales y en el extranjero (Méjico, Venezuela, Japón), Piti Hurtado ha pasado a ser más conocido en los últimos años por su labor como comentarista de baloncesto en Movistar+ y divulgadora de este deporte. Del esfuerzo para comentar los partidos de madrugada da cuenta en el capítulo 19 (“Mi trabajo en la tele”), y del peaje personal que ello le supone. Cuando él se va a dormir a otros nos suena el despertador…

Antoni Daimiel, que prologa la obra, se refiere a “La Pitipedia” como a un universo, “un mundo lineal que ata de cada uno de sus extremos lo experimental y lo fantástico, el laboratorio y el realismo mágico del baloncesto”, para concluir que lo realmente “indescifrable” es que no llamen a Piti para entrenar (pág. 6).

Uno de los capítulos escrito en exclusiva por Piti Hurtado es, como hemos indicado, el 14 (“¿Por qué no me llama un equipo de alto nivel?”), que destila amargura por no poder dedicarse a su verdadera vocación, que es entrenar a un equipo de primer nivel. Él mismo sugiere que su “faceta mediática” le “cierra algunas puertas en el mercado de entrenadores en España” (pág. 134). También cree que su éxito en Twitter le puede haber quitado posibilidades para entrenar (pág. 137). Pero no renuncia a ser entrenador de élite: “el teléfono y la ilusión están a tope de batería. Y hay cobertura” (págs. 139 y 141). Debe saber que la Fortuna termina sonriendo a los audaces.

Tras su salida como segundo entrenador del histórico Zaragoza en la temporada 2005-2006, en la que los maños estuvieron cerca de ascender a la Liga ACB, comenzó a recorrer el camino que le ha llevado a su estatus actual: “Explicar conceptos de baloncesto editados en vídeo, mezclados con música y dar alguna pincelada de cultura popular o poner el acento en alguna situación más relajada o incluso cómica” (pág. 134). Y el éxito fue mayor de lo esperado, sobre todo entre la prensa y los aficionados, no tanto, según Hurtado, entre “los que toman las decisiones, los que fichan” (pág. 134).

Piti Hurtado sabe mucho de baloncesto, es evidente, pero, además, ha desarrollado la capacidad de explicarlo de forma llana y con el refuerzo de lo visual y de la música, en un ambiente “pop” que llega y beneficia por igual a los más veteranos pero también a los más jóvenes.

Piti (espero que en algún momento nos explique, si no lo ha hecho ya, cómo Juan Manuel se transformó en Piti, aunque nos deja una pista en la pág. 205 de “La Pitipedia”: “A ruben_free, por regalarme el nombre, ni se acordará”), se ha convertido en un comunicador de referencia en el mundo del baloncesto y ha entrado en el selecto grupo de los Antoni Daimiel o el anhelado por todos Andrés Montes (“la vida puede ser maravillosa”, “¿por qué todos los jugones sonríen igual?”…).

Es significativa la anécdota ocurrida en 2017 (“La Pitipedia”, págs. 136 y 137), justo unos días después de que la sorprendente selección eslovena (cualquier cosa que guarde relación con Luka Doncic —sin olvidar a Goran Dragic— lo es) se impusiera a todos en el Eurobasket. Piti se encontraba, invitado por quien fue su primer entrenador en Cáceres, Alfred Julbe, presenciando la pretemporada del Barcelona B, cuando en el pabellón de Sant Joan Despí apareció Lakovic, ex jugador de calidad y ahora entrenador, vinculado entonces con su selección nacional. Julbe lo abrazó y le preguntó si conocía a Piti, a lo que Lakovic respondió: “Coach, cómo no voy a saber quién es Piti, si antes de la final contra Serbia utilizamos un vídeo suyo para motivar a nuestros jugadores”.

En concreto, el técnico esloveno se refirió al vídeo de la semifinal contra España (“Skipping passes”), en el que, con la canción “Skipping Stones” de fondo, se destacaban las virtudes tácticas eslovenas, con el contrapunto de unos deprimidos Ricky o Pau a los que nos les salió nada bien ese día.

También Charles Barkley, Shaquille O´Neal y Kenny Smith, leyendas que participan en el programa de televisión “NBA on TNT”, se han hecho eco de Piti Hurtado y sus vídeos; célebre es la frase de Barkley: “I know Piri Hurtado, you killing me, Piri!” (pág. 189). Si yo estuviera en la posición de “Piri” me sentiría desbordado, sencillamente: que uno de tus ídolos de la juventud te conozca y te cite por tu nombre…

Hurtado y Pacheco consideran que “el gusto por el baloncesto es el asombro por la estética, por la coreografía, por las emociones del juego” (pág. 10). Mis hijos me preguntan a diario si Michael Jordan es el mejor jugador de la historia del baloncesto, si es mejor que los Harden, Durant, Antetokounmpo o Thomson que por su edad han conocido directamente. Y la respuesta la encontramos en “La Pitipedia”: “Volver a ver a Michael Jordan en vídeo limita las opciones de considerar a LeBron o a otros nombres en la conversación por el mejor de todos los tiempos. Michael Jordan es la cadencia perfecta” (pág. 10). No puedo estar más de acuerdo, y añadiría que es, además, una cadencia perfecta “con principios y valores”, una referencia para todos, por su majestuoso comportamiento, deportivo y no deportivo, dentro y fuera de la pista.

“La Pitipedia” es, en primer lugar, un anecdotario que abraza el pasado y el presente. Así sabemos que la hija de Stockton jugó en Cantabria en la primera división femenina; cómo el Akasvayu Gerona se formó al calor de la burbuja inmobiliaria que estalló en 2008; recordamos el tiro en suspensión a una mano de Korfas; la competencia entre Magic y Bird, que a pesar de todo se convirtieron en amigos; las mejores parejas de padres e hijos que han jugado al baloncesto (entre las que destacan las formadas por Joe y Kobe Bryant, Arvydas y Domantas Sabonis, y Dell y Stephen Curry); jugadores de culto como Micheal Ray Sugar Richardson, Larry Spriggs, John Starks o Vladimir Tkachenko —que trío interior con Sabonis y Belosteny—; los jugadores más sucios (“most porky players”), como Ramón Rivas, Bill Laimbeer o Dino Medeghin; los jugadores más blandos (“most horchata player”) tipo Andrea Bargnani; los mejores “matadores” españoles como Quique Villalobos o Juan Espinosa; los bases más pequeños (Spud Webb, Muggsy Bogues, Quique Azcón o Keith “Conguito” Jennings); los aleros tiradores RBT (“Raza Blanca Tirador”) como Brian Jackson, Jason Kapono o Peja Stojakovic (si me dan a elegir entre un triple en carrera o un mate estratosférico me quedo con el primero; no lo puedo evitar, siento debilidad por la técnica —un Villacampa o un Gaby Ruiz, por ejemplo— y por el tiro de larga distancia); etcétera.

En el capítulo 15 (“Una pausa para la publicidad”) se menciona la vinculación de los hermanos Gasol con los patrocinios financieros: Pau con Banco Popular (“Depósito Gasol. Elige un tipo muy alto”) y Marc con Cáser Seguros; y en el 16 (“Los Robertson”) la vinculación del baloncesto con el cine (“Hoosiers”, “The Fish That Saved Pittsburg”, “White Men Can´t Jump” —en España, “Los blancos no la saben meter”—, “Space Jam”, “Coach Carter”, “Campeones”…). Aunque se menciona en otro apartado de “La Pitipedia”, “Teen Wolf”, que tan buenos recuerdos me trae, no se incluye entre las mejores películas. Curiosa es la vinculación de Mark McNamara —vecino mío que fue, como muchos otros jugadores del Caja de Ronda— con Chewbacca (aquel actúo como doble de luces del actor que le dio vida, recientemente fallecido, Peter Mayhew), o el papel de Kareem Abdul-Jabbar en “Aterriza como puedas” (que por avatares de la vida, también se cruzó, en Málaga, con personas muy cercanas a mí).

El capítulo 18 se denomina “¿Y si…?”. ¿Y si el Chapu hubiera anotado aquel tiro desde la esquina con Argentina y la selección de Navarro, Gasol y compañía no hubiera llegado a explotar? ¿Y si Sabonis no hubiera tenido problemas de rodilla? ¿Y si el “angolazo” no se hubiera producido? ¿Y si Lamar Odom se hubiera recuperado de sus adicciones en el Baskonia? ¿Y si Ralph Sampson hubiera triunfado en el Caja de Ronda? Sugiero la incorporación en una futura edición de “La Pitipedia” del triple de Michael Ansley (¿podría el baloncesto malagueño haberse erigido en una alternativa estable respecto al madrileño o barcelonés?, ¿podría el Unicaja haber ganado la Euroliga?). Por cierto, tampoco estaría mal un capítulo dedicado a los videojuegos y el baloncesto, desde el “Fernando Martin Basket Master” (a este juego estaba jugando cuando tuve conocimiento de su fallecimiento) a los impresionantes NBA 2K de la actualidad.

Pero “La Pitipedia” también es un observatorio técnico. En el capítulo 1 (“We love this game”) se refiere la bautizada como “Santísima Trinidad Ortodoxa” (acertadísima expresión), integrada por Spanoulis, Papaloukas y Diamantidis. “¿Quién era el base. Ninguno. Y los tres. Los buenos no se estorban, porque se ven” (pág. 14) (“los buenos no se estorban”: otra lección para la vida). Este equipo derrotó a la selección de Wade, LeBron y Carmelo, y allanó el camino a la selección española para hacerse con el Mundial nipón. Este capítulo 1 incluye, asimismo, otra declaración de principios: “El baloncesto no tiene dos departamentos estancos: la defensa y el ataque están unidos por una membrana más o menos sólida que son las transiciones defensivas u ofensivas” (pág. 15). Los mejores atacantes también pueden ser los mejores defensores, como lo fueron Jordan o Pippen (pág. 106).

En el capítulo 10 (“Solomillo táctico”) se expone cómo defender a un base cerebral —del tipo de Fede Ramiro de los mejores días del Caja de Ronda—, forzándole a penetrar demasiado pronto, sin haber colocado a sus compañeros o iniciado la circulación del balón, con una “zona menos 1-2-2”; qué es la flotación activa, un “close-out” o una “deflection”, entre otras soluciones tácticas.

El capítulo 20 (“Las reglas del futuro”) me ha parecido especialmente relevante. James Naismith ya colocó la cesta de melocotones a una altura de 3,05 metros y ahí se mantiene el aro desde finales del siglo XIX. En cambio, los jugadores cada vez son más altos y más corpulentos. Esto provoca el abuso del juego físico y del tiro de tres. Para recuperar el tiro en suspensión o, simplemente, jugar mejor de nuevo a este deporte, se ha planteado por algunos elevar la canasta a 3,20, 3,35 o 3,40. También se ha sondeado la posibilidad de agrandar el campo y alejar la línea de tres. El contraataque se podría incentivar protegiendo al jugador con la pelota de las faltas recibidas para cortar la acción. La transformación digital podría permitir que los tres segundos en la zona se detectaran automáticamente por sensores incorporados en los propios jugadores, pues parece que se trata de una de las reglas más infringidas y menos sancionadas del baloncesto moderno. Detener un pase por el defensor con el pie merecería una sanción mayor, como, por ejemplo, cambiar el sentido de la flecha. Todas estas propuestas, y otras que se puedan definir, podrían convertir el baloncesto en un espectáculo todavía mayor.

Por poner alguna objeción a “La Pitipedia”, nos parece un desacierto que el capítulo 17 (“Sponsors míticos”) no recoja una sola referencia al Caja de Ronda o a Unicaja, como entidad patrocinadora (propietaria, en puridad, hoy día desde la Fundación Bancaria Unicaja) del equipo de baloncesto malagueño, que fue creado en 1977. No es que sea el patrocinador más longevo de España, es que se encuentra entre los más antiguos del continente europeo y quizás del planeta. Este esfuerzo sostenido, unido a la buena gestión financiera y deportiva, ha permitido hacer algo más difícil el predominio de los equipos futbolísticos en las últimas décadas. Sí se incluye esta mención en la tabla de la página 171 bajo el impreciso y confuso título “Contribución del basket español de élite a la crisis bancaria”. Algunas —pocas— de las entidades de esta lista aún subsisten y, además de patrocinadoras y facilitadoras del desarrollo de nuestro deporte en España, han contribuido decisivamente a mitigar los efectos de la crisis financiera. Otras, han desaparecido tragadas por las negras aguas de la crisis, o ni siquiera llegaron a ella porque se liquidaron con anterioridad.

Piti, antes de que termines con la tele y con el baloncesto profesional como entrenador de máximo nivel pasarán años, así que me temo que el reencuentro deseado en la sierra de Gata de Cáceres con Carlitos Verbenas, con Emilio y con Mardones tendrá que esperar…


José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

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