William N. Goetzmann es el autor de “Money changes everything. How finance made civilization possible” (Princeton University Press, 2017). Como se desprende del título con claridad, la tesis de Goetzmann es que es imposible separar las esferas de la civilización y de las finanzas.

Se trata de una obra compleja que merece un comentario más amplio, pausado y meditado, aunque en esta entrada daremos cuenta de un aspecto crucial en esta época de cierta confusión, dinero soberano digital y tipos de interés cercanos a cero e incluso negativos: el origen del pago de intereses por los deudores a los prestamistas.

Según Goetzmann (págs. 40-42), todas las personas, tanto las residentes en zonas urbanas como rurales, tienden espontáneamente a prestarse cosas, sobre todo en situaciones de crisis o necesidad.

Esta forma de cooperación, particularmente en comunidades pequeñas y rurales, que nos recuerda a la auténtica economía colaborativa, en la que no existen intermediarios ni la búsqueda explícita de lucro, es para nuestro autor una forma de aseguramiento: una persona ayuda cuando se lo puede permitir, y pide apoyo de otras cuando lo necesita.

En la antigua ciudad de Uruk (Mesopotamia) comenzaron a aparecer en algún punto de su desarrollo extranjeros, por lo que llegó un momento en el que el conocimiento directo de todos los habitantes de la ciudad dejó de ser posible; así, lo que al inicio eran acuerdos tácitos no retribuidos entre familiares, vecinos y amigos se convirtieron en acuerdos contractuales formales en los que intervenían extraños.

La forma de compensar los primigenios “intercambios amables” a los que nos venimos refiriendo era en especie, por lo que fue necesario evolucionarlos para acompasarlos a la nueva realidad de la contratación.

El proceso urbanizador necesitaba contratos formales y dio lugar a la aparición de los tipos de interés, como incentivo para que alguien pudiera prestar a otros lo que estos necesitaban (realmente, aunque no se precisa lo suficiente en el texto que estamos comentando, el interés se asocia a la entrega de un capital, no a la de un objeto para su uso, retribuida, más bien, mediante una renta).

Cuando a cambio de la entrega de dinero el prestamista recibió el pago de un interés por el deudor, se sentó el primer elemento para la acumulación de riqueza por el primero, pues es posible que ni siquiera necesitase esta rentabilidad para sobrevivir (además de que, como es natural, esta riqueza le permitió generar más riqueza…).

El secular sentimiento encontrado hacia el pago de intereses (y hacia la misma actividad de prestar con ánimo de lucro) quizás se encuentre en que puede no parecer justo cobrar un interés a un familiar, a un amigo o a un vecino, dada la reciprocidad propia de las estructuras pre-urbanas e informales. Cuando el interés es pagado por un extraño, esta sensación agridulce se mitiga e incluso se puede justificar, pero es indudable que estas herramientas permitieron a las ciudades alcanzar una mayor escala y, a continuación, la aparición de las primeras entidades políticas organizadas.

Por todo ello, Goetzmann concluye que la invención de la deuda y la aparición del interés para incentivar los préstamos son “las más significativas de todas las innovaciones en la historia de las finanzas”, pues “la deuda permitió a los solicitantes de crédito usar dinero del futuro para cumplir las obligaciones del presente”.


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(Imagen de la entrada de la autoría de macrovector – www.freepik.es)


José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

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