(Por José M. Domínguez Martínez, publicado el 25 de mayo de 2019 en el Blog “Tiempo Vivo”)
Son no pocas las películas que tienen connotaciones, más o menos explícitas, y más o menos intensas, relacionadas con el mundo económico. Pensándolo bien, es más bien raro que en alguna de ellas no encontremos alguna referencia económica directa o indirecta. Hay obras cinematográficas que constituyen auténticos iconos de las relaciones económicas. Hay elaboraciones absolutamente magníficas, pero, en ocasiones, todo hay que decirlo, introduciendo clamorosas distorsiones producto de la simplificación, el desconocimiento, los sesgos ideológicos, o alguna otra razón. En el séptimo arte, no sabemos de antemano qué lugar ocupará el rigor económico, pero el efecto expansivo de la gran pantalla es extraordinario, ya se trate de mensajes certeros o distorsionados.
En este ámbito, cabe destacar el papel desempeñado por algunas películas infantiles ya clásicas. En la sección “Sistema financiero y ‘Séptimo Arte’” del blog “Todosonfinanzas”, de José María López, se abordan las relaciones aquí evocadas.
No es el propósito de esta entrada adentrarse en la materia, sino simplemente dejar constancia de un aleccionador detalle contenido en una película aparentemente para niños, aunque realmente no estoy muy seguro si, más bien, no lo es para adultos. Se trata de “Christopher Robin”, dirigida por Marc Forster (2018).
Desde mi punto de vista, son notables las lecciones, económicas y extraeconómicas, que pueden extraerse de esta obra cinematográfica. El detalle en cuestión está relacionado con el concepto de eficiencia, ciertamente complicado de precisar en determinados contextos, entre ellos el de una entidad bancaria. En este sector, suele utilizarse un indicador de eficiencia (gastos de explotación/margen bruto) que realmente no mide la eficiencia, sino una mezcla de aspectos heterogéneos. La verdadera eficiencia es, en la práctica, tan difícil de calcular, que quizás sea “más fácil encontrar rosas en el mar”.
Y es en el mar donde encontramos, gracias a Pooh, una buena pista para seguir el curso de la eficiencia, aunque, finalmente, se nos pueda escabullir como un pez.
En la película, a pregunta de Winnie the Pooh, Christopher Robin le explica que él trabaja “as an efficiency manager for a luggage company”. Posteriormente, tras la reprimenda que dedica al osito por su falta de atención y cuidado, Pooh la acepta, resignado, y le admite que “You should let me go for a fish in the sea”…
Por fin, disponemos una definición de eficiencia de amplio espectro: tal vez la eficiencia solo sea un pez en el mar. Desafortunadamente, la resignación de Pooh no es tan ocurrente en la versión española (“Deberías despedirme por falta de paciencia”).
Aunque hay quien se mueve como pez en el agua cuando se trata de calibrar la eficiencia, especialmente si se refiere a la ajena, no podemos olvidar la célebre sentencia de Nietzsche: “enturbian todas sus aguas para simular que son profundas”. En cualquier caso, tampoco falta razón al Pooh de habla hispana: en cuestión de eficiencia, es preciso tener paciencia.