“Si me pierdo, que me busquen en Málaga”, Benito Pérez Galdós

“Hay ojos malagueños que son inmensos y en su inmensidad está todo el cielo y todo el amor, junto con la inmensa voluptuosidad”, Rubén Darío

 “Pudiste vivir tu tiempo, el momento entonces presente, entero y sin remordimientos”, Luis Cernuda

“En Málaga se trabaja aunque no se vea: Málaga tiene esa elegancia”, José Moreno Villa

Fernando Alonso González, Enamorados del paraíso. Málaga y los grandes autores de la literatura española, Ediciones del Genal, Málaga, 2024, 437 páginas.

Fernando Alonso lleva algún tiempo escribiendo sobre Málaga, sus gentes, sus lugares y sus cosas. Y esta pequeña “gota de luz” (Ortega y Gasset) irradia su reflejo a escala planetaria, atrayendo con su innegable atractivo a los más variados perfiles, a la vez que proyecta su esplendor, expulsando a veces a sus propios hijos, hacia todos los rincones del planeta.

Si a lo anterior le sumamos que Fernando es Licenciado en Filología Hispánica y Profesor de Lengua y Literatura de Secundaria (lo que no es nada secundario), era cuestión de tiempo que a sus anteriores obras, escritas con un estilo propio, característico y reconocible, se le sumara otra en la que se cruzaran Málaga y la literatura. Y esa obra es la que presentamos hoy.

Como el autor expresa en el exordio (que se puede saltar el lector impaciente, como él mismo advierte), la obra se centra en la historia de los grandes escritores de la literatura española y la historia de Málaga. Quedan al margen otros grandes del arte (un Picasso) o de la ciencia (un Severo Ochoa), que quizás aguarden obras propias…

Es posible que no estén todos los grandes literatos de nuestra lengua que han pasado por esta tierra milenaria, pero las 25 semblanzas (que, en realidad, son muchas más en este juego de espejos y derivaciones ad infinitum que tanto le gustan a Fernando), que van de San Juan de la Cruz a Edgar Neville y a Ángeles Rubio-Argüelles, son más que suficientes.

Los abundantes apoyos visuales (fotos, laminas, mapas…) permiten superar la abstracción y concretar todo lo que Alonso nos va contando con su ritmo ligero y ameno.

Fernando se suele quitar importancia a sí mismo, a la par que carga toda la responsabilidad sobre Víctor Heredia (“ese sí que tiene toda la historia de Málaga en la cabeza”, suele decir[1]), pero de manera paulatina va acumulando lecturas, artículos de divulgación y libros editados que le convierten en una referencia inexcusable para conocer nuestros orígenes, dónde estamos y hacia dónde nos encaminamos…

El libro de Alonso cubre, por tanto, casi 500 años (aunque es cierto que con un papel preponderante de los siglos XIX y XX), pero desde las primeras páginas ya comienzan a emerger personajes cuya cita es recurrente, como ocurre con Narciso Díaz de Escovar, referencia necesaria de consulta para todo investigador, José Mª Hinojosa o Alfonso Canales, entre otros.

No pretendemos ni mucho menos glosar esta extensa obra, a cuya lectura animamos, pero sí destacar algunos de los aspectos que nos han parecido más significativos, antes de finalizar con unas últimas reflexiones.

Miguel de Cervantes

Nos gusta escuchar de Fernando Alonso que quizás Cervantes, que pasó más de una década de su infancia en Andalucía, tuviera acento andaluz, aunque no tanto que este pudiera ser cordobés (pág. 49), aunque Luis de Góngora y Argote, cordobés, sea otro elemento aglutinador del arte, la cultura y la literatura en torno a Málaga, como mostraremos posteriormente.

Se nos recuerda que en El Quijote expresamente aparecen los Percheles y la algo menos conocida Isla de Arriarán, una zona situada extramuros, hacia la desembocadura del Guadalmedina y la Alameda actual, no muy recomendable de visitar en aquella época.

Fernando sugiere que unas deudas contraídas por Cervantes en Vélez-Málaga, por las que pasó algún tiempo encarcelado, pudieran estar en el origen de una de las grandes obras de la literatura universal.

Mª Rosa de Gálvez

La vida de esta figura, emparentada con los Gálvez de Macharaviaya, también merece una mención y una mayor reivindicación. Además de codearse con la alta sociedad de los últimos años del siglo XVIII y los primeros años del siglo XIX, con una especial cercanía a Godoy, de ella destaca su obra literaria, convirtiéndose en una verdadera adelantada para su época.

José de Espronceda

Un denominador común de la Málaga posterior a Fernando VII es el brillo de un personaje como José Mª Torrijos, tan anclado al imaginario de todos los malagueños gracias al Convento del Carmen en el Perchel, al célebre cuadro de Antonio Gisbert o a la Plaza de la Merced y su obelisco.

Fernando Alonso cita al historiador malagueño Gustavo García Herrera, para sugerir que los célebres epitafios labrados en bronce del obelisco quizá se debieran a José de Espronceda (pág. 117).

Pedro Antonio de Alarcón

De Pedro Antonio de Alarcón y su paso por Málaga a mediados del siglo XIX, destacamos, como aquel dejó escrito, el contraste entre Málaga, como ciudad vibrante y comercial, y Granada, ciudad esta anclada en su historia, monumentos y pergaminos. Desde luego, el entendimiento de nuestra ciudad no pudo ser más certero (págs. 126 y 127).

También el mes que como consecuencia de la Vicalvarada pasó Pedro Antonio de manera voluntaria en el Castillo de Gibralfaro (pág. 128 y ss.) desde donde con un catalejo disfrutaba de las vistas y del día a día de la ciudad, lo que comprendió el seguimiento de la ejecución de un preso en el cauce del Guadalmedina, cuidadosamente descrita en la obra Cosas que fueron.

Juan Valera

A propósito de Juan Valera, que estudio en el Seminario de Málaga entre 1837 y 1840, y fue diputado por Archidona, nos ha hecho sonreír el siguiente texto de Fernando Alonso (pág. 144): “Según consta en su certificado académico cursó las asignaturas de lógica, gramática, dibujo, matemáticas, religión, historia, literatura, física y filosofía, materias todas por las que los adolescentes muestran gran interés, como es de todos sabido”.

Y también es extraordinariamente llamativa la fotografía de la tertulia literaria (1897) en el salón del conde de las Navas, en Madrid, donde además de Juan Valera y el propio conde aparecen muchos otros grandes literatos que también pasaron por nuestra ciudad, alguno ya citado: Pedro Antonio de Alarcón, Benito Pérez Galdós, Marcelino Menéndez Pelayo, José Mª de Pereda, Carlos María Ocantos, Rubén Darío y Salvador Rueda.

Algunas páginas más tarde, a propósito de Rubén Darío, quien pasó varias semanas alojado con la princesa Paca en la calle Fernando Camino o en el Paseo de Reding, viendo sacar el copo en la Malagueta y tomando sardinas con los marengos, Fernando Alonso afirma que “…daría días de mi vida por sentarme en el sillón que queda vacío y escuchar, admirar y hasta oler a estos escritores de los que hablo tanto en clase a mis sufridos alumnos” (pág. 165).

Benito Pérez Galdós

Pérez Galdós pasó por nuestra ciudad, llegando a trasladarle a Díaz de Escovar lo siguiente (pág. 157): “¡Cuánto me acuerdo de esa ciudad, y qué ganas tengo de volver a ella! Si me pierdo, que me busquen en Málaga. Como quiera que sea, yo he de volver pronto. ¡Dichoso usted que es malagueño!”.

Lástima que no nos llegara a dedicar uno de sus Episodios Nacionales.

Miguel de Unamuno

La figura de Unamuno, tan arraigado a dos ciudades como Bilbao y Salamanca, también visitó las tierras malacitanas.

La primera, en agosto de 1906 para impartir cuatro conferencias que atrajeron gran interés, incluso entre los más jóvenes (aquí, en línea con Fernando Alonso, nos preguntamos qué ocurriría si hoy día un intelectual de esta talla nos visitara para disertar sobre lo humano y lo divino…).

La segunda, en diciembre de 1931, con ocasión de diversas actividades para conmemorar el centenario del fusilamiento de José Mª Torrijos. Con un Teatro Cervantes lleno a rebosar, citando a Canovas del Castillo, subrayó que había que seguir el camino marcado por Torrijos para “conservar la libertad adquirida” (pág. 203).

Las 200 pesetas que le pagaron le fueron sustraídas en el transporte público en Madrid, en el retorno en tranvía de la estación de tren de Atocha a su domicilio (pág. 205).

Ramón María del Valle Inclán

Encontramos a Valle Inclán en la portada de Enamorados del paraíso, en la vitrina de la librería Rivas, en Calle Larios, con ocasión de una de sus visitas.

Pasó por aquí para impartir una conferencia en el Círculo Mercantil de Málaga, gracias a las gestiones de Salvador González Anaya.

Valle Inclán no atravesaba por un buen momento económico, como consta en las letras que le dirigió a González Anaya (pág. 235): “Amigo Anaya: Tengo entendido que en el Círculo Mercantil de su pueblo están dándose una serie de conferencias que pagan con rumbo de Creso. Como sé que tiene usted buena mano en ese liceo y a mí me vendrían de perlas los cien duros que dan, arrégleme el asunto”.

El paso de Valle Inclán por Málaga fue discreto, aunque es verdad que sus emolumentos superaron ampliamente los percibidos por Unamuno (“que pagan con rumbo de Creso…”, don Ramón tenía razón).

Años más tarde, su hijo mayor estudiaría bachiller en Málaga.

Málaga y la Generación del 27

Malagueño era José Moreno Villa (nacido en 1887), a caballo de las Generaciones del 98 y del 27 por edad pero más cercano a esta última que a la primera. Falleció en el exilio mejicano, como muchos otros de los que ahora evocamos. En su estancia en Madrid, donde se hospedó en la Residencia de Estudiantes dirigida por Alberto Jiménez Fraud, trabó contacto con los jóvenes de la Generación del 27 y los algo más maduros de la del 98 (Pío Baroja, Azorín, Juan Ramón Jiménez —tan impresionado, en su visita a Málaga, por el Cementerio Inglés—, Ortega y Gasset, Ramón y Cajal…). Hay que destacar su poderosa fotografía (pág. 264) con Salvador Dalí, Luis Buñuel, Federico García Lorca y José Antonio Rubio Sacristán.

Emilio Prados (conocido en su caso, como es lógico, como “el niño”, y más en general como “el solitario”, como Estébanez Calderón) es uno de los literatos que más nos han llamado la atención, como verdadero líder espiritual de los del 27 y precursor de Litoral (con figuras como José Mª Hinojosa, Manuel Altolaguirre…) e incluso del surrealismo. Lo dejamos apuntado antes y lo desarrollamos ahora: la Generación del 27 toma su nombre de los participantes en la conmemoración del tercer centenario del fallecimiento de Góngora. Surreal es, como muestra Fernando Alonso, y no creemos que Prados se sintiera orgulloso de ello, que en la casa natal del poeta en el Centro de la ciudad, en la misma puerta, se encuentran la mesa y las sillas de un bar (pág. 282). Prados pasó un tiempo en Davos (Suiza), por sus afecciones pulmonares, donde se desarrolla La montaña mágica de Thomas Mann, y donde los más poderosos del planeta se reúnen desde hace décadas para tratar la agenda política y económica global (aquí tenemos otro ejemplo de surrealismo que habría gustado al mismo Prados, posiblemente). Murió en el exilio en México, pero le tenemos bien presente en la escultura en el paseo marítimo de El Palo, junto a una jábega fenicia, relativamente cerca de la “gota de luz” orteguiana.

A propósito de Litoral[2], Altolaguirre dejó esto escrito sobre la imprenta (pág. 318): “Nuestra imprenta tenía forma de barco, con sus barandas, salvavidas, faroles, vigas de azul y blanco, cartas marítimas, cajas de galletas y vino para los naufragios. Era una imprenta llena de aprendices, uno manco, aprendices como grumetes, que llenaban de alegría el pequeño taller, que tenía flores, cuadros de Picasso, música de don Manuel de Falla, libros de Juan Ramón Jiménez en los estantes. Imprenta alegre como un circo y peligrosa para mí cuando Emilio Prados, tirador seguro, dibujaba mi silueta en la pared con unos punzones”.

Cuadros de Picasso, música de Falla, libros de Juan Ramón… con tanto arte es normal que la gestión diaria se hiciera complicada.

Otra fotografía mítica incluida en el libro es la de Altolaguirre, con Dalí, Gala y Prados en el Hotel del Inglés, en 1930 (pág. 321), o la de Altolaguirre con Gala y Dalí a solas los tres (pág. 322).

La boda de Manuel Altolaguirre con Concha Méndez es otro de los pasajes más divertidos y surrealistas narrados en la obra. Alfonso Canales sentenció (pág. 327): “Lo de la boda es cosa digna de contarse. Allí estuvo todo el 27 y mucho 98”.

Rafael Alberti era sobrino del cura de la parroquia de San Juan, y visitó Málaga de joven. También pasó por Litoral y entabló amistad con los vanguardistas malagueños. Pero lo que más nos ha impresionado, según cuenta Fernando Alonso, es que su última visita a Málaga, muchos años más tarde, en 1985, con Núria Espert, fue a un recital poético en el salón de actos de la Caja de Ahorros Provincial de Málaga, en la avenida de Andalucía. Más sorprendente aún es que 800 personas se congregaran allí para presenciar el acto, en un salón con capacidad para 450 personas, sin contar a todos los malagueños que se quedaron en la calle sin poder acceder al recinto. Dámaso Alonso también pasó por este mismo y abarrotado salón de la Caja de Málaga (pág. 413).

Dedicamos unas breves palabras a Luis Cernuda y Federico García Lorca, porque ambos, quizás algo más el granadino, quedaron maravillados por nuestra ciudad.

Cernuda describe un día de verano en Málaga, que leemos lanzando un suspiro: “Alado casi, como un dios, ibas al encuentro de la jornada. Todo un día de ocio te aguardaba: el mar en las primeras horas, de azul transparente aún frío tras la madrugada; la Alameda a medio día, pasada de luz su penumbra amiga; las callejas al atardecer, deambulando hasta sentarse en algún cafetín del puerto. Ocio maravilloso, gracias al cual pudiste vivir tu tiempo, el momento entonces presente, entero y sin remordimientos”.

Federico afirmó que “para ser un buen andaluz hay que creer en esta ciudad [Málaga]”; “su luz es tallada como un brillante y su brisa tiene vello como los melocotones”. Puede que aquí encontrara la libertad que no hallaba en su Granada natal, con un ambiente más opresor.

Fernando Alonso sugiere que los restos de García Lorca reposan en Nerja, de hecho.

De Jorge Guillén tomamos un par de referencias simpáticas al tío Jorge (al tío de Fernando queremos decir), quien visitó, como muchos otros malagueños, a Guillén en su domicilio cercano a la Farola. El 7 de septiembre de 1977 Jorge Alonso tomo café con Guillén, y el primero señaló que Aleixandre tenía razón al identificar a Málaga con la “ciudad del paraíso”; en la despedida Guillén le dijo: “¡Qué suerte, un poeta desconocido!” (pág. 400). Jorge Alonso también le pagó en una ocasión el taxi a Dámaso Alonso (págs. 414 y 415), al identificarlo y constatar que el taxista no tenía cambio. La cuestión se zanjó al día siguiente cuando Dámaso le dedicó un libro a Jorge, que Fernando Alonso está ávido de heredar algún día…

Reflexión final

A modo de reflexión final, Fernando Alonso lleva a cabo una labor titánica con esta obra, bien guarnecido en la tranquilidad de sus fines de semana, como él mismo admite, que nos parece que puede ser el punto de partida para el desarrollo de otros trabajos, propios o ajenos, como denota bien el hecho de que cada semblanza cuenta con un apartado final de identificación bibliográfica.

Nos queda la impresión de que hemos sido (y ojalá lo sigamos siendo) unos vanguardistas de las letras y de las artes, y acaso del disfrute de la vida misma, lo que es reflejo de un entorno natural, climático, ambiental y social (también económico y comercial) vibrante, del que han bebido los malagueños, pero también muchos otros.

Se confirma que Málaga es una ciudad abierta, cosmopolita y extraordinariamente desprendida, pero toca, con unas gotas de cierto y justificado orgullo, reivindicarnos y hacernos valer, ante nosotros mismos y también ante terceros.

Notas al pie

[1] La obra de Heredia Con nombre propio. Mujeres en la historia de Málaga (Fundación Málaga, 2023) es un buen complemento de Enamorados del paraíso, por cierto.

[2] Véase el post “Litoral y la Generación del 27” para más detalle.


José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

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