En el siguiente artículo en El País Economía (iAhorro) se recogen mis declaraciones: “Claves para cuidar de su bolsillo bajo la sombrilla”.

A continuación transcribo todas mis respuestas al cuestionario planteado.

Es inevitable desatender, al menos parcialmente, las finanzas personales durante los meses de estío. Aunque los dispositivos móviles nos permiten estar “conectados” de forma permanente, la relajación asociada a encontrarse de vacaciones, viajando o en un entorno diferente al habitual, entre otras situaciones, pueden condicionar nuestra percepción y la toma de decisiones financieras. Por ello, es necesario estar alerta, o bien ser previsor, para evitar sorpresas que podrían ser desagradables, como la desatención del pago de facturas o de la cuota de un préstamo.

Por ello, antes de comenzar nuestras vacaciones o abandonar nuestro entorno más habitual, hay que comprobar cuáles son las obligaciones de pago que tendremos que atender durante nuestra ausencia, y mantener saldo suficiente en la cuenta bancaria con tal fin.

Si, por ejemplo, se desatiende un préstamo por no disponer de saldo suficiente en la cuenta vinculada, es posible que se generen intereses de demora y el devengo de comisiones y gastos. La no renovación de un contrato de seguro por falta de saldo podría provocar que perdamos la cobertura de la póliza temporalmente. La devolución de recibos, por su parte, podría generar la interrupción del servicio y, en su caso, que hayamos de incurrir en gastos en la gestión de la nueva alta.

Otro elemento a considerar es el momento del regreso. En verano se percibe la paga extra por parte de los empleados por cuenta ajena, lo que puede provocar una falsa sensación de solvencia y una mayor propensión al gasto. Decimos “falsa sensación de solvencia” porque con este pico de liquidez habrá que cubrir el habitual exceso de gasto de las vacaciones, y el mayor gasto de septiembre, en el que el regreso al colegio de los más jóvenes y el retorno a la normalidad generan dispendios mayores a los de otros meses del año.

En verano, como en Navidad, nos podemos encontrar con gastos extras que desequilibren el presupuesto familiar. Por ello, presupuestar bien, más que una conveniencia, es una necesidad.

El presupuesto permite identificar las partidas que tienen mayor peso en los gastos, su distribución en el tiempo, la liquidez de la disponemos o dispondremos y la previsible existencia de un déficit, un superávit o un estado de equilibrio. En suma, el presupuesto facilitará la toma de decisiones económicas y financieras.

En primer lugar habrá que identificar los ingresos (derecho a cobrar algo) y los cobros (ingreso efectivo del dinero o un activo en nuestro patrimonio), y los gastos (deber de pagar algo) y pagos (la salida del dinero o de un activo de nuestro patrimonio). De lo expuesto se desprende que no siempre coinciden en la misma fecha el ingreso y el cobro, o el gasto y el pago, lo que debe ser tenido en cuenta en la gestión de nuestras finanzas.

Para la determinación de los ingresos y gastos puede ser útil la consulta de los movimientos de nuestra libreta de ahorros o cuenta corriente, o bien la del extracto de nuestra tarjeta de débito o crédito.

A continuación hay que categorizar los datos y priorizarlos por orden de relevancia, aunque son varios los parámetros que se pueden considerar: importe, periodicidad…

El último paso consistirá en determinar las fechas de ingreso y cargo, para asegurarnos de que disponemos de la liquidez suficiente en cada momento.

La financiación de las vacaciones a través de un préstamo requiere una reflexión previa. Siempre que la cantidad sea razonable en función de los ingresos de la unidad familiar puede ser una buena opción. Por el contrario, si la cantidad es elevada, como es obvio, la devolución puede ser rápida pero con cuotas elevadas, o lenta y con una vinculación con la entidad prestamista durante meses o años. Hay que pensar que las vacaciones pasarán rápidamente, pero luego quedará la “amargura” de tener que ver limitados los ingresos mensuales para la amortización del crédito.

Además, es posible que el margen para acceder a financiación en caso de necesidad se haya limitado o agotado innecesariamente en tanto no se devuelva el préstamo en su totalidad.

Por supuesto, habrá que atender a los intereses, comisiones y gastos de la operación, así como a las garantías que la entidad prestamista pueda solicitar.

Tampoco parece aconsejable, como pasó en otras épocas, destinar parte de un crédito inmobiliario a consumo, aunque, en principio, dada la limitación de importe del préstamo al 80% del valor de tasación, como regla general, ni habrá margen para ello ni parece previsible que las entidades se embarquen en este tipo de operativa, máxime tras la entrada en vigor de la Ley Reguladora de los Contratos de Crédito Inmobiliario y la elevación de los estándares que las entidades deben observar al conceder crédito.

El uso de las tarjetas de crédito debe estar regido, como la de cualquier producto o servicio financiero, por la prudencia. El tipo de interés de estos instrumentos suele ser más elevado que el de un préstamo personal, luego hay que vigilar su uso. Por supuesto, también deben vigilarse las comisiones, como, por ejemplo, la de reintegro en cajeros automáticos ajenos a los de la red propia del emisor, que se regula en el Real Decreto-ley de Servicios de Pago, el cual permite al usuario conocer el importe de la comisión antes de ejecutar la transacción, e incluso desistir de ella; también es conveniente asegurarse de cuál será la comisión por el uso de la tarjeta en países extranjeros, sobre todo si su divisa no es el euro.

Las finanzas están a nuestro servicio como usuarios de servicios financieros, especialmente en la época de asueto, por lo que, con la debida información y responsabilidad, pueden ser más un aliado que un enemigo y no convertirse en un protagonista inesperado de nuestros días de descanso.

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José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

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