En España somos bien conocedores de la Troika, esa amalgama formada por la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo. Para unos, se trata de la causante de los recortes sociales, y es culpable, pero para otros se ha erigido en el escudo que ha permitido frenar la ofensiva de los mercados, pues, a diferencia de los troyanos, no nos quedan muros tras los que guarecernos, por lo que el veredicto debe ser de inocencia.
Decimos que en España la conocemos bien porque con el Memorando de 2012 y la cobertura política del Consejo de la Unión Europea, se nos aplicó un programa de rescate para parte del sector financiero, del que conseguimos zafarnos en enero de 2014. Desde luego, la intensidad de las obligaciones asumidas como contrapartida estuvo muy alejada de la que alcanzó a países como Irlanda, Portugal o Grecia, que necesitaron, sin rodeos, el rescate de unos aparatos estatales en quiebra.
La crisis griega de 2015 ha venido precedida por las de 2010 y 2012, y, más oblicuamente, por la chipriota de 2013. Grecia, desde siempre, ha vivido en el filo de la navaja, ya fuera por el acecho de un Jerjes, de un Mehmed o de la misma Troika. Es posible que, además de por su complicada posición geoestratégica, en este pueblo haya algo de impulso creativo y autodestructivo, como en las mejores tragedias y escenas mitológicas.
Sobre la Troika pesa un aura de teoría de la conspiración, por ser el Fondo Monetario Internacional donde, según dicen, ha germinado la semilla del pensamiento de Milton Friedman y de la Escuela de Chicago (por ejemplo, Naomi Klein en «La doctrina del shock») o por ser la Comisión Europea y el Banco Central Europeo, pretendidamente, meros tentáculos de ese gigante llamado Goldman Sachs (en la línea de Marc Roche en «El banco. Cómo Goldman Sachs dirige el mundo»). No creemos en las conspiraciones, pero suelen ser divertidas y, en ocasiones, tienen algo de verdad.
Se suele identificar a la Troika con la austeridad en el gasto público, por mucho que esta austeridad, hasta cierto punto, sea muy anterior, y la podamos encontrar, cuando menos, en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, con las limitaciones porcentuales a la deuda pública y al déficit público en términos de producto interior bruto.
Cada vez son más las voces que se oponen a esta visión cicatera (Stiglitz, Krugman, De Grauwe, etcétera), pero lo más relevante es que las mismas instituciones europeas, como es el caso del Comité Económico y Social Europeo, han mostrado su rechazo a la austeridad. El plan de inversión pública del recién llegado presidente de la Comisión Europea («plan Juncker»), también parece contradecir la tesis oficial (si es que una institución puede, a un tiempo, afirmar su preferencia por fuerzas antagónicas sin incurrir por ello en la paranoia).
Probablemente, la Troika quedará liquidada en breve, pero no será, en realidad, como concesión a sus deudores, sino por haber quedado agotado su momento histórico, con el riesgo de que de no reanimarse la economía europea ni «inyectándole crédito en vena», esa misma cultura occidental que Grecia puso en pie hace 2.500 años sea removida de cuajo por los vientos de la Historia, una Historia, por cierto, que dejaría de ser escrita a la luz de los cánones de Heródoto.
Cruz Villalón lo ha visto claro en sus conclusiones de enero de 2015 a la impugnación germana de las «Outright Monetary Transactions» (OMT) anunciadas por el Banco Central Europeo en septiembre de 2012, pues dentro de la política monetaria tradicional ya no hay nada, y sólo fuera de ella podrán encontrarse, en conjunción con otras medidas, instrumentos para recuperar el tono económico perdido (con sus derivaciones políticas y de hegemonía).
El Abogado General nos ha mostrado otra fisura de la Troika que difícilmente podrá salvarse:
«142. […] el BCE no se limita a remitirse al cumplimiento de un programa de asistencia al que es enteramente ajeno. Por el contrario, el BCE participa activamente en el seno de dichos programas de asistencia financiera. Este “doble papel” del BCE, como titular de un derecho de crédito basado en un título de deuda pública de un Estado y como supervisor y negociador de un programa de asistencia financiera aplicado al mismo Estado, con condicionalidad macroeconómica incluida, cuestionaría seriamente el argumento del BCE».
«145. […] el hecho de que esta misma Institución participe activamente en el curso de los programas de asistencia financiera puede convertir al programa OMT, en la medida en que se vincula unilateralmente a aquéllos, en algo más que una medida de política monetaria. Pues no es lo mismo condicionar unilateralmente la compra de deuda pública al cumplimiento de unas condiciones fijadas por un tercero, que hacerlo cuando ese tercero no es exactamente tal. […]».
«147. En suma, considero que el BCE, al diseñar y anunciar el programa OMT, en la medida en que se incardina en un cuadro más amplio de intervención del BCE en los programas de asistencia financiera acordados en el marco del MEDE, no ha ponderado adecuadamente el impacto de su intervención en dichos programas de asistencia financiera en la naturaleza monetaria del programa OMT».
«150. Ahora bien, si se dieran las circunstancias excepcionales que motivaran la puesta en práctica del programa OMT, para que éste mantenga su función de medida incardinada en la política monetaria, es fundamental que el BCE se desvincule sucesivamente de toda participación directa en el seguimiento del programa de asistencia financiera aplicado al Estado afectado. Nada impediría al BCE ser informado e incluso ser oído, (76) pero en ningún caso podría permitirse que el BCE, para el supuesto de que un programa como el OMT se encuentre en curso, continúe participando en el seguimiento del programa de asistencia financiera al que se encuentra sujeto el Estado miembro que, al mismo tiempo, es objeto de una intervención significativa del BCE en el mercado secundario de deuda pública. En definitiva, para que el programa OMT mantenga su carácter de medida de política monetaria, dirigida exclusivamente a la recuperación de los canales de transmisión de la política monetaria, entiendo que es necesario mantener esta distancia funcional entre ambos programas.
151. En suma, y desde la perspectiva que se acaba de analizar, considero que el programa OMT debe ser considerado una medida de política monetaria, siempre y cuando el BCE se abstenga, llegado el caso, de aplicar dicho programa, de toda intervención directa en los programas de asistencia financiera acordados en el marco del MEDE/FEEF».
Es decir, por analogía, para que el Banco Central Europeo pueda activar la expansión cuantitativa, deberá abandonar la Troika en los términos en los que ha sido concebida, so pena de que, en caso contrario, saldría de la política monetaria para adentrarse en la política económica, lo que le queda vedado por los tratados de la Unión.
La Troika pasará, pero no a causa de Grecia, sino por la necesidad de disparar la última bala, la de la expansión cuantitativa, para lo que el Banco Central Europeo debe estar fuera de la arena política.
1 comentario
Anónimo · 3 febrero, 2015 a las 2:28 pm
Me parece correcto su razonamiento. El BCE tendrá que explicárselo muy bien a Portugal e Irlanda para que no se sientan perjudicados respecto a Grecia.