Haruki Murakami se deja ver cada vez con más frecuencia por este blog dedicado a las finanzas. Fue empresario en su día, luego sabe bien cómo se deben llevar las cuentas de un negocio. Incluso, en sus novelas aparecen interesantes referencias al dinero y a su naturaleza, o a las deudas. Pero, como es evidente, no recurro a sus novelas o cuentos en busca de referencias económicas o financieras, sino para evadirme de este mundo plagado de incertidumbres en el que vivimos, tan degradado en no pocas ocasiones. Prefiero la certeza y la racionalidad de su mundo, un mundo con reglas fijas que siguen una lógica cierta, por el que desfilan “personas que hablan con gatos, personajes de un cuadro que cobran vida y salen de él, mundos paralelos que a veces entran en conexión, personas que se ven a sí mismas en el pasado que podría haber sido —o que quizás fue—, difuntos que deambulan junto a los vivos…”.
El entrecomillado anterior está tomado del post “¿De qué habla Murakami cuando habla de escribir?” (2018), en el que ya dejamos apuntado que si la inspiración no le llega, Murakami “deja de escribir, traduce del inglés al japonés o se dedica a correr (con buen criterio, cree que el esfuerzo mental debe acompañarse de actividad física, por lo que practica ejercicio, al menos, una hora al día, ya que si la fuerza disminuye por la vida pasiva la capacidad de pensar decae, como es obvio)”.
Compartimos con el escritor de Kioto, pues, la necesidad de compaginar el esfuerzo intelectual, la labor creativa, con el ejercicio físico, en la medida en que ello sea posible según las circunstancias de cada cual.
El autor de Todo Son Finanzas (empleamos excepcionalmente la misma fórmula del columnista Bartleby, de The Economist, para referirnos a nosotros mismos) prefiere el baloncesto, disciplina deportiva a la que se ha dedicado de forma continuada, tanto dentro como fuera de las canchas, durante los últimos 30 años, antes que el “running”.
Si Murakami hubiera escrito “De qué hablo cuando hablo de lanzar triples en suspensión”, por ejemplo, habría adquirido y leído la obra hace años, pero la verdad es que un título como “De qué hablo cuando hablo de correr” (Maxi Tusquets Editores) no nos empujó a leer este libro, que quizás hubiera necesitado un giro en el título o en su promoción de mercado, pues, en realidad, se trata, según las palabras del autor, de “algo así como unas ‘memorias’” (pág. 226). A Murakami los juegos de equipo no le “apasionan nada”, por otra parte (pág. 22).
En todo caso, en ocasiones un libro se cruza en nuestro camino (alguno podría decir que en su destino) en el momento adecuado, y, en tales casos, poca resistencia se puede ofrecer. Este sería el caso de la obra citada de Murakami, que nos ha sorprendido con la guardia baja en la atípica Semana Santa de 2021.
El japonés muestra la relevancia de la práctica de esta disciplina deportiva (del triatlón también, en menor medida) para la forja de su propio ser, y no solo en su vertiente de escritor (“Y creo que, gracias a haber corrido ininterrumpidamente durante veintitantos años, mi cuerpo y mi espíritu se fueron formando y fortaleciendo”, pág. 21).
Prueba de ello es el epitafio que bosqueja en las páginas finales de la obra (pág. 224):
HARUKI MURAKAMI
Escritor (y corredor)
(1949-20xx)
Al menos aguantó sin caminar hasta el final
Con el Profesor Domínguez hemos mantenido alguna discusión, a veces enconada, sobre Murakami y su mundo, y la aplicación del análisis ACB desde la perspectiva del lector. Rastro de este debate ha quedado tanto en “Tiempo Vivo” como en “Todo Son Finanzas”, para el lector, si es que hay lectores de este post, que puedan estar interesados en el mismo.
El autor japonés se puede definir como “plano y blanco”, pero solo en apariencia, porque tras esta presunta unidimensionalidad y monocromía de su obra asoma, en primer lugar, creemos, un escritor honesto y transparente, y, seguidamente, un mundo literario original, complejo y profundo, lleno de musicalidad (con el jazz y el rock siempre presentes) y de referencias a los grandes de la literatura (en “De qué hablo cuando hablo de correr” son varias las referencias, por ejemplo, a Scott Fitzgerald, pero también a Shakespeare, Balzac, Dickens…).
Además, Murakami es una suerte de “perdedor” autorreconocido. En el prólogo de “Sauce ciego, mujer dormida” (Maxi Tusquets Editores, pág. 8) confiesa que desde sus inicios y hasta el momento actual no fue capaz de integrarse bien en el “establishment literario japonés”, probablemente por una combinación de las reticencias del propio “establishment” y de su propio carácter reservado. Con el respaldo de los lectores de todo el mundo sí que cuenta desde sus comienzos con la suficiente legitimidad para seguir ensanchando su universo.
En “De qué hablo cuando hablo de correr” Murakami admite abiertamente que “En contraste, yo estoy (aunque no me enorgullece decirlo) bastante acostumbrado a perder. Hay en este mundo un montón de cosas que exceden mi capacidad y un montón de adversarios a los que jamás vencería” (pág. 131).
Este libro se forjó como un intento de reflexionar a fondo sobre la relación del autor con el acto de correr, tomando como referencia carreras concretas en las que participó (Nueva York, Maratón, Murakami…) con su preparación previa, su estado físico y anímico. Es consciente de que “no abundan los novelistas que corran maratones con cierta constancia” (uno al año, como ha sido su caso) (pág. 77).
Especialmente profunda fue la experiencia de correr la ultramaratón (100 kilómetros) del Lago Saroma (Hokkaido), que transformó a nuestro autor. A los 42 kilómetros llegó razonablemente bien, pero, de ahí en adelante, encontró su “estrecho de Gibraltar”: “A partir de ahí, salía a navegar a un mar abierto y desconocido” (pág. 147).
La angustia física y anímica de Murakami entre los kilómetros 42 y 65 consigue conmover al lector, pero, sin embargo, “algo” ocurrió cuando llegó al kilómetro 65: “… estaba convencido de que había ‘atravesado algo’. […] Bastaba con abandonarme a esa corriente que había surgido, a esa fuerza que, del modo más natural del mundo, me impulsaba hacia delante. […] A partir del puesto de control del kilómetro setenta y cinco (por el que había que pasar en menos de ocho horas y cuarenta y cinco minutos, so pena de ser descalificado), muchos corredores, al contrario de lo que entonces me sucedía a mí, comenzaban a disminuir drásticamente la velocidad debido al agotamiento, o incluso renunciaban a correr y empezaban a caminar. Creo que, desde allí hasta la entrada en meta, rebasé a unos doscientos. Yo, al menos, conté hasta doscientos. A mí me rebasaron uno o dos” (pág. 154).
La experiencia de la ultramaratón, completada en 11 horas y 42 minutos, alteró a Murakami, sobre todo, espiritualmente, aunque, paradójicamente, le llevó a la conocida como “tristeza del corredor” (“runner´s blues”), a un profundo vacío, del que solo salió meses más tarde.
Nuestro corredor reflexiona: “En última instancia, tal vez sólo pueda afirmarse una cosa: que quizá la vida sea así. Y que quizá no nos quede otra opción que aceptarla sin más, tal cual, sin buscar circunstancias ni motivos. Como los impuestos, las subidas o las bajadas de las mareas, la muerte de John Lennon o los errores arbitrales en el Mundial del Fútbol” (pág. 163).
Pero quizás nos haya gustado particularmente esta obra de Murakami porque en ella confiesa que “el apogeo como corredor me llegó pasados los cuarenta y cinco años” (pág. 25), lo que pone en relación con la creación de grandes de la literatura o la música, como Dostoievski o Scarlatti, que alcanzaron el genio creativo alcanzados los cincuenta, incluso los sesenta. Se confirma que segundas partes (de la vida) también fueron buenas…
La obra se cierra, en el epílogo, con una significativa dedicatoria:
“Y, por último, quiero dedicar este libro a todos los corredores con los que hasta ahora me he cruzado por los caminos de todo el mundo, así como a todos los que alguna vez adelanté o me adelantaron en el curso de una carrera. Si no fuera por vosotros, sin duda yo no hubiera podido seguir corriendo hasta ahora”.