Se atribuye a Ortega y Gasset la frase “la claridad es la cortesía del filósofo”. A diferencia de Platón, no esperamos de los representantes públicos —o de quienes aspiran a serlo— la profundidad de un filósofo, pero tampoco una oscuridad que nos confunda como ciudadanos.

Según el artículo de Álex Grijemo “‘Compliance’, con toda solemnidad”, publicado en El País de 21 de febrero de 2021, Pablo Casado leyó un discurso con el siguiente contenido: “Cambiaremos la sede nacional de ubicación y crearemos un nuevo departamento de compliance”.

Para quienes estamos habituados a los sistemas de cumplimiento normativo, al modelo de las líneas de defensa, a los sistemas de control interno o a los programas para prevenir la responsabilidad penal de las personas jurídicas, la frase habría pasado desapercibida, y el mensaje principal habría quedado plenamente comprendido.

Al margen del pleonasmo “crearemos un nuevo departamento”, Grijelmo sí se percata de la falta de claridad del aspirante a presidente del gobierno para ser entendido por la generalidad de la ciudadanía, incluso por los angloparlantes.

Según Grijemo, «El Diccionario LID de economía y empresa (2003) traduce compliance department como “departamento de control”. Pero hay otras opciones. La Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia publicó en 2020 un documento donde señalaba: “Los programas de cumplimiento normativo o programas de compliance (en adelante, ‘programas de cumplimiento’) han experimentado un auge significativo en España”. Esos programas se conciben para establecer modelos de gestión que alerten ante la comisión de infracciones administrativas y reduzcan las posibilidades de incurrir en delitos. Es decir, sirven para vigilar que se cumplen las normas».

Grijelmo, en la línea del extraordinario Lázaro Carreter, se plantea qué lleva a alguien a utilizar una palabra que no será entendida por una inmensa mayoría de quienes la oyen, ni siquiera por muchos que hablan inglés, para responder lo siguiente: “Nunca lo sabremos, porque no estamos dentro su cerebro, pero sí podemos imaginar qué pensarán los que se hallen a la escucha. Por ejemplo, quizás crean que quien usa el anglicismo no sabe cómo traducirlo. O también que tal vez esté latiendo en el autor el mismo intento de aquellos conquistadores de América que escribían en sus cartas determinadas palabras indígenas aunque supieran de sobra que sus superiores las desconocerían cuando las leyesen. No las usaban para significar, sino para significarse: pretendían transmitir subliminalmente su gran conocimiento del terreno, su experiencia en la conquista. Y puede que la gente perciba eso mismo hoy en día ante políticos, periodistas o expertos de distinta condición que presumen de su léxico en inglés como si no se supiera ya que también existen los ignorantes en varios idiomas”.

Lástima que el sistema de “compliance” o de control no se estableciera en su momento.

(Imagen de la autoría de vectorpouch – www.freepik.es)


José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

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