Por Arturo Zamarriego Muñoz

Todos nos hacemos la pregunta de las consecuencias que la pandemia del coronavirus (COVID-19) tendrá en la economía global. Para ello, disponemos como referencia de la crisis financiera de 2008.

Como en todos los inicios de una crisis, es prácticamente imposible anticipar los impactos que supondrá de antemano. En cambio, sí es posible analizar las similitudes y diferencias con la ya sufrida.

En primer lugar, ambas crisis se caracterizan por ser de carácter global. En 2009, tras el estallido de la crisis se produjo un descenso del PIB mundial del 0,1% (3,4% en los países avanzados), el mayor retroceso desde la Segunda Guerra Mundial (Informe sobre la crisis financiera y bancaria en España, 2008-2014, Banco de España).

Es pronto para saber el impacto que el COVID-19 provocará en el PIB mundial, pero es posible que las previsiones de crecimiento del 3,3% proyectadas antes de su expansión (estimación del Fondo Monetario Internacional) estén muy lejos del impacto real.

Lo que sí que está claro es que las causas que provocan la recesión mundial son bien distintas.

La crisis de 2008, que tuvo como gran referencia la caída de Lehman Brothers, fue provocada por el inadecuado funcionamiento de una parte del sector financiero. Las malas prácticas en la comercialización de productos complejos (las titulizaciones de préstamos hipotecarios), que comenzaron en EE.UU., y su posterior impacto en el sector de la construcción, con la bajada del valor de los activos y, más adelante, su relación directa con las primas de riesgo soberano, provocó el colapso financiero y económico.

No es comparable el caso del COVID-19 con lo anterior. El aspecto más obvio es que el COVID-19 ha desatado una crisis que no tiene nada que ver con el sector financiero. Ese matiz, aun siendo evidente, es de especial relevancia. Los bancos juegan un papel fundamental en la economía. Si los bancos sufren, la economía sufre, pero, lo más preocupante, ante su debilidad la solución pasaría a depender, casi, exclusivamente de los fondos públicos, en un contexto general de sobreendeudamiento y tipos de interés cercanos a cero o negativos.

En los meses posteriores a septiembre de 2008, los bancos centrales de las principales economías, tanto avanzadas como emergentes, recortaron drásticamente los tipos de interés e introdujeron medidas que flexibilizaron el marco de provisión de liquidez a las entidades financieras.

Hoy, las entidades financieras europeas están preparadas para suministrar liquidez a las PYMES, corporaciones y autónomos que sufran las consecuencias del COVID-19.

En primer lugar, por un lado, porque las entidades financieras han tenido que cumplir con colchones de liquidez que les fueron impuestos tras la crisis de 2008 pero, por otro, también la coyuntura de tipos es totalmente distinta.

Actualmente, los bancos no remuneran prácticamente el pasivo (ya sea vía depósitos o financiación procedente del Banco Central Europeo) y pueden utilizar esos excedentes sin coste para la mayor disposición de líneas comprometidas que demanden sus clientes. Tampoco son previsibles pánicos bancarios, que en 2008 sí se produjeron.

Incluso, y tras la debacle en los mercados bursátiles, seguramente sean receptores de la liquidez del reembolso de fondos de inversión (que sí pudieran sufrir, hipotéticamente, una crisis de liquidez).

El principal problema que se vislumbra, y esto sí es una diferencia con la crisis de 2008, focalizado en el sector de la construcción, es que la crisis del COVID-19 tendrá impacto en números sectores, principalmente los relacionados con el sector servicios.

Esto puede provocar, sobre todo si se dilata la situación de anormalidad, impagos por las empresas y autónomos y, en último lugar, afectar al pago de las hipotecas si se incrementan los despidos (ERTEs/EREs). La política monetaria de tipos bajos, y otras medidas adoptadas coordinadamente por los bancos centrales, ayudarían también a mitigar estas potenciales consecuencias.

La correlación entre la bajada del PIB antes mencionada y el descenso del consumo (más allá de productos de primera necesidad) también supondrá un impacto para la economía general y para el sistema bancario. En otras palabras, los clientes dejarán de utilizar sus tarjetas de crédito y destinarán mayor importe a los ahorros.

Aún siendo previsiones preocupantes, los bancos, también en este aspecto, están mejor preparados. La normativa bancaria tras la crisis, fruto de los acuerdos de Basilea III, ha sido más restrictiva a la hora de obligar a las entidades a estar más capitalizadas (colchones ante pérdidas inesperadas como las que nos ocupa).

El sector financiero será clave, por tanto, para la recuperación de la economía. Los bancos deberán no sólo ofrecer líneas de crédito sino ajustarse a las necesidades de los clientes. La reciente flexibilidad de los requerimientos de capital y liquidez permitida a los bancos por parte del Banco Central Europeo es una buena medida para comenzar cuanto antes la recuperación.

Como ocurre tras una guerra o un desastre natural, son los bancos, que, además, protegen nuestros ahorros, los que deben facilitar la reactivación de la economía.

Paradójicamente, quizá sea el COVID-19 lo que vuelva a poner de manifiesto la importancia de los bancos en la sociedad.

 

Arturo Zamarriego Muñoz es Licenciado en Administración de Empresas y Licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid. MBA por la Universidad ESADE. Especializado en regulación del sector financiero. Senior Manager en PwC. Es autor de diversos artículos académicos y capítulos en obras colectivas relacionados con la regulación financiera.

 

(Imagen de la entrada de la autoría de starline – www.freepik.es)


José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

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