Durante la COP26 se ha multiplicado el goteo, ya intenso de por sí, del número de declaraciones solemnes y papers de toda naturaleza, emitidos por instituciones públicas y privadas. Su objeto ha sido heterogéneo y variado: la lucha contra el cambio climático y la degradación ambiental, la protección de la biodiversidad y los ecosistemas, el binomio igualdad-desigualdad, la transformación digital, la recuperación post-Covid, etcétera.

Han sido días en los que han sobreabundado las referencias a las hojas de ruta, a los hitos alcanzados y a los siguientes pasos que se darán (“we will…”, “our commitment”…).

Insignes representantes institucionales se han referido con contundencia al objetivo, alcanzable en breve, al parecer, de las emisiones cero de CO2, lo que denota el desconocimiento, por otra parte, del concepto de “cero emisiones netas” (véase al respecto “Net Zero Is Not Zero”, Project Syndicate, 2 de noviembre de 2021), o de “transición hacia la descarbonización”.

Las finanzas sostenibles, no sabemos todavía con certeza si como fin o como palanca de cambio, también han sido protagonistas. Mark Carney (“The world of finance will be judged on the $100tn climate challenge”, Financial Times, 29 de octubre de 2021) ha tratado de aguijonear a los clientes de las entidades financieras: “Next week in Glasgow, look for who is part of the $100tn solution. Does it include your bank, insurer, mutual fund manager, or pension fund? Your money matters. In the months and years ahead, judge all financial institutions not by what they say but by their numbers: the total dollars of transition financing, the amount of polluting, the stranded assets retired, the emissions eliminated and the timelines to get to net zero”.

El intento es bienvenido, pero dudamos de que, por el momento, los “pequeños clientes”, masivamente, incluyan en la valoración de las entidades de las que son clientes este tipo de cuestiones: más bien, se fijarán en el coste de los productos de financiación y en el rendimiento de los instrumentos de inversión (no obstante, el proceso para la consideración armónica de estos elementos, el impacto ambiental de la inversión o la financiación y la propia actuación de las entidades financieras ya está en marcha: véase “La educación financiera y los factores medioambiental y social”, EdufiBlog, 18 de septiembre de 2020).

La transición verde o sostenible dependerá en buena medida de los grandes inversores institucionales y, novedosamente, al parecer de G. Tett, de los auditores, con lo que estamos de acuerdo (“The green transition may depend on auditors”, Financial Times, 4 de noviembre de 2021).

La brecha con las nuevas y las futuras generaciones, entretanto, se sigue agrandando, y el tiempo para actuar de manera efectiva sigue menguando. El modelo de libre intercambio, mejorable, como toda obra humana, también comienza a ser cuestionado, a pesar de las mejoras materiales originadas, de las que se han beneficiado miles de millones de habitantes del planeta, con la contrapartida de la liberación de ingentes cantidades de CO2 y de otros gases de efecto invernadero. El propio proceso de “destrucción creativa” capitalista debe permitir que florezca la innovación que mitigue o ponga fin a las externalidades negativas generadas por el sistema.

Como ha destacado José Mª Roldán (“La hora de los fontaneros”, Expansión, 27 de mayo de 2021), “Es hora de dejar atrás las consignas y empezar el trabajo duro. Es hora de cambiar los apóstoles por los fontaneros y ponernos manos a la obra”.

El análisis no puede ser más preciso y acertado. Por una vez, cerramos un post con una opinión o conclusión ajena.

 

(Imagen de la autoría de tawatchai07 – www.freepik.es)


José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

1 comentario

Rafael Vidal Delgado · 7 noviembre, 2021 a las 5:08 pm

El mundo tiene tanto problemas que las emisiones de CO2, para muchos, es una minucia. Desapareceremos o volveremos a la edad Media por un confrontación mundial de civilizaciones

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