El consenso científico mayoritario permite concluir —con poco espacio para la duda— que la acción humana ha alterado el equilibrio medioambiental y climático del planeta, tras 200 años de avance tecnológico sin tregua, en el que, por razones en las que no entraremos ahora, se ha primado el beneficio económico y financiero a toda costa, sin considerar con la debida ponderación el negativo impacto ambiental y social del desarrollo.

No obstante, las propias reglas de avance de la ciencia deben dejar espacio para las voces divergentes. Más allá de que la verdad científica siempre es provisional, las posiciones ajenas a la corriente de pensamiento mayoritario deben tolerarse e incluso fomentarse, como parte del proceso de búsqueda de la verdad científica de una sociedad plural y avanzada. Esta es la única vía para confirmar lo evidente (que el ser humano ha alterado los procesos naturales) y para ir afinando las teorías formuladas.

En este sentido, Pascal Richet (“Clima y CO2: la evidencia frente al dogma”, Expansión, 26 de junio de 2021) señala que “Como ha experimentado el autor de estas líneas, el rasgo más inquietante del debate sobre el clima es el deseo de descalificar de entrada al adversario arrastrándolo a otros campos no relacionados con el problema, en lugar de ofrecerle comentarios críticos a los que podría responder científicamente. Sorprendentemente, el libre debate en que se ha basado el progreso científico en la Historia ha sido sustituido por acciones propias del totalitarismo como la difamación, el intento de silenciamiento y la persecución del disidente bajo amenaza de ostracismo”.

En esta misma línea, pero desde la perspectiva de la supervisión y la regulación financiera, merece la pena prestar alguna atención al artículo “The Fallacy of Climate Financial Risk”, de John H. Cochrane, publicado en Project Syndicate el 21 de julio de 2021 (aconsejamos la lectura en inglés, porque la traducción al español es manifiestamente mejorable).

No cabe duda de que, bajo los auspicios de los poderes públicos, el sector financiero está llamado a desarrollar un papel sobresaliente en la reconducción de los flujos económicos hacia los sectores ambiental y socialmente sostenibles (en este sentido, nos remitimos al Acuerdo de París —2015—, a los Planes de Acción de la Comisión Europea sobre Finanzas Sostenibles —2018, 2021— o al Pacto Verde Europeo —2019—).

Sin embargo, a pesar de que el punto de partida del discurso de Cochrane puede resultar discutible (“La idea de que el cambio climático representa una amenaza para el sistema financiero es absurda…”), este identifica algunas debilidades que, si se toman en consideración, pueden servir para reforzar el rol de las entidades de crédito —y financieras, en general— en la lucha contra el cambio climático.

Este autor estima que otro tipo de riesgos que incluyen las guerras, las pandemias, los ciberataques, las crisis de deuda soberana, los derrumbes de Estados (recordemos el caso de Afganistán en agosto de 2021…) o incluso los choques con asteroides deberían ser objeto de una atención prioritaria. Si de verdad nos preocupan las inundaciones y los incendios, “deberían paralizarse los subsidios a la construcción en zonas anegadas y proclives a los incendios”. No parece que esto último haya ocurrido, ni en Norteamérica ni en Europa…

En su opinión, no es imposible que se produzcan desastres climáticos en los próximos años, pero si de verdad se tratara de reforzar el sistema financiero por este motivo, la única manera lógica de preservarlo sería “aumentando drásticamente la cantidad de capital, que protege al sistema financiero de cualquier tipo de riesgo”.

Lo anterior, junto a otros argumentos, le lleva a concluir, que “El cambio climático y la estabilidad financiera son problemas acuciantes. Requieren respuestas políticas coherentes, inteligentes y científicamente válidas, y pronto. Pero la regulación financiera climática no ayudará al clima, politizará aún más a los bancos centrales y destruirá su independencia preciosa, mientras que obligar a las compañías financieras a diseñar evaluaciones de riesgo climático absurdamente ficticias arruinará la regulación financiera”.

Prestar atención a las voces minoritarias y discordantes forma parte del diálogo científico propio de una sociedad democrática. Estos criterios pueden ser más o menos acertados pero, finalmente, pueden conducir a una mayor legitimidad del consenso predominante y a una mayor precisión para identificar el problema y su tratamiento, en beneficio de todos sin excepción.

 

(Imagen tomada de https://elcultural.com/platon-y-la-sombra-de-socrates)


José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

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