No es inhabitual en los últimos tiempos que los banqueros centrales u otras autoridades financieras publiquen sus memorias o reflexiones al abandonar, permanente o transitoriamente, sus responsabilidades públicas. Tenemos los casos, por ejemplo, de Mervyn King (“The End of Alchemy”, reseñado en eXtoikos, nº 19, 2017), de Paul Tucker (“Unelected Power”), de Ben Bernanke (“El valor de actuar”), de Henry M. Paulson (“On the Brink”), de Timothy Geithner (“Stress Test”) o de Luis de Guindos (“España amenazada”). Es llamativo que en algunos casos no menudean las críticas al propio sistema o modelo económico del que, durante años, algunos de ellos fueron custodios o responsables.

Centrándonos en los banqueros centrales que se han sumado a esta tendencia, Miguel Á. Fernández Ordóñez, Gobernador del Banco de España entre 2006 y 2012, publicó en febrero de 2020, antes del comienzo de la pandemia, “Adiós a los bancos. Una visión distinta del dinero y la banca” (Ed. Taurus).

La obra constituye una crítica al sistema monetario actual, en el que conviven el dinero físico soberano emitido por los bancos centrales y el dinero escriturario creado por las entidades bancarias en su labor de intermediación entre los depositantes y los acreditados, casando el corto con el largo plazo, a la par que comienzan a asomar las monedas “virtuales”, ya sean privadas (Bitcoin, o la anunciada Libra de Facebook), o públicas (“Central Bank Digital Currencies” —CBDC—), que permitirían a los particulares abrir cuentas en los bancos centrales, privilegio hoy reservado a las entidades financieras (nos remitimos a nuestra trabajo «De “Bitcoin” y “Libra” al dinero digital de banco central», en la obra colectiva «Blockchain: impacto en los sistemas financiero, notarial, registral y judicial», Thomson Reuters Aranzadi, junio de 2020).

En la obra de Fernández Ordóñez se denomina al dinero bancario o escriturario, en ocasiones,  “dinero digital” (por ejemplo, en la pág. 59), lo que, en nuestra opinión, genera confusión, pues aproxima a aquel, inadecuadamente, a las monedas “virtuales”, sean públicas o privadas.

Evidentemente, el dinero bancario es hoy día “digital”, aunque décadas atrás era, más bien, una realidad puramente contable, que también afloraba —y aflora en el presente—como dinero físico en determinadas operativas (servicio de caja asociado a las cuentas bancarias, reintegros en cajeros automáticos, etcétera).

El punto de partida de Fernández Ordóñez es que el dinero bancario es frágil, y que, “desde finales del siglo XIX, y después de cada crisis, se ha intentado resolver el problema de la fragilidad del dinero bancario aumentando cada vez más la protección del Estado a los bancos para que los depositantes no pierdan la confianza en ellos” (pág. 14). Realmente habría que plantearse, añadimos, si la protección del Estado se confiere a los “bancos depositarios” —que desarrollan una evidente función social— o a los “depositantes”, y, hasta qué punto, la nueva normativa sobre resolución bancaria, recientemente aprobada, puede haber alterado este enfoque.

El libro está escrito para personas legas en economía (“Este libro está escrito para que lo entiendan los no economistas”, pág. 18), lo que justifica el tono llano, la ausencia de citas académicas —especialmente útiles para los estudiosos de la materia, aunque en la parte final del libro se incluye un apartado con bibliografía— y que no se traten determinados conceptos, claves por otra parte, como el de “dinero de curso legal”, o las diferencias entre el dinero en sentido jurídico y en sentido económico (con sus tres funciones: unidad de cuenta, instrumento de pago y reserva de valor). En cualquier caso, no se puede negar el esfuerzo del autor por explicar una realidad extraordinariamente complicada, incluso para los especialistas.

Las frases con las que empiezan los diversos capítulos, que sí parecen ir dirigidas a los expertos, son provocadoras y enmarcan el contenido de cada capítulo: “De todas las formas de organizar la banca, la peor es la que tenemos hoy” (Mervyn King); “Está bien que la gente no entienda nuestro sistema bancario y monetario, porque si lo hicieran, creo que habría una revolución antes de mañana por la mañana” (atribuida a Henry Ford)… También en el desarrollo de la obra se encuentran frases provocativas y, ciertamente, discutibles, como que “La mente humana desconfía del mercado” (pág. 71) [aunque, más adelante, se apostilla que “la historia de la banca nos enseña que el objetivo de que los bancos aumenten su capital se consiguió mejor por el mercado que mediante regulaciones prudenciales” (pág. 177); o que “El mercado es una condición necesaria para obtener beneficios para todos los ciudadanos… aunque no sea suficiente, el mercado es necesario” (pág. 178)].

Algunas de las afirmaciones de la obra podrían generar enorme preocupación entre los ciudadanos (“los depósitos bancarios pueden variar de valor, no son seguros desde este punto de vista”, pág. 30), aunque, precisamos, la realidad es que, siendo cierta la fragilidad de un sistema bancario como el de reserva fraccionaria, en un país como el nuestro —y en otros muchos de su entorno, por no decir que en todos— no se han perdido sus depósitos por un solo ciudadano (cuestión distinta ha sido la de la problemática relacionada con la inadecuada contratación de instrumentos financieros por la clientela, resuelta, en un buen número de casos, judicialmente). El mismo Fernández Ordóñez admite, un tanto contradictoriamente con lo anterior, que “A la gente le da igual tener el dinero en el banco más seguro que en un banco inseguro porque sabe que en ningún caso lo perderá” (pág. 174).

Es llamativo que el autor critique el sistema de las entidades de depósito cuando admite que Lehman Brothers, cuya debacle detonó la crisis financiera en 2008, “no era un banco de depósitos” (pág. 125).

Si el sector bancario está regulado y supervisado por las autoridades públicas es precisamente para velar por el interés de los clientes y por el de la ciudadanía. Para Fernández Ordóñez, “el negocio bancario no existiría sin la ayuda del Estado” (págs. 47, 242); afirma, igualmente, que “los directivos de los bancos se quejan de tales regulaciones; dicen que son una camisa de fuerza que les impide gestionar bien su negocio. Y tienen razón” (pág. 64).

La propuesta de Fernández Ordóñez es que el sistema dinerario actual, en el que el papel de los bancos privados es central, se sustituya por otro público: “Con el dinero seguro el Estado se ocuparía de lo que puede hacer mejor, que es garantizar la seguridad del dinero, y se retiraría de las actividades que se adaptan mejor a las necesidades y deseos de los usuarios cuando se deja competir a las empresas sin ahogarlas con regulaciones y protecciones” (pág. 72); “Si dejamos que los ciudadanos tengan acceso al dinero seguro del Ente Emisor, entonces la mejor solución para acabar con las crisis bancarias sería eliminar todas las protecciones, subsidios, privilegios, etcétera, que hoy tienen los bancos y dejar que las actividades puramente bancarias, como los préstamos a familias y empresas y los servicios de pago, las presten en competencia las entidades que quieran” (pág. 73). Fernández Ordóñez apunta a la Directiva de Servicios de Pago de 2015 como un antecedente de la pauta liberalizadora, no solo en el ámbito de los servicios de pago, que habría que seguir (págs. 102, 114).

En consecuencia, los sistemas de CBDC serían la base del modelo propuesto, lo que llevaría a que no tengamos que “sufrir los destrozos de las crisis bancarias, los problemas de apalancamiento excesivo de las economías, las largas recesiones, las dificultades de la política monetaria para aumentar la demanda, etcétera” (pág. 119).

Se pueden compartir o no algunos argumentos de Miguel Á. Fernández Ordóñez, quien, evidentemente, escribe con conocimiento de causa. Nos parece que, en lo que a esta materia del CBDC y a su acceso por la ciudadanía se refiere, se trata de un precursor en el panorama financiero español, por la fecha en la que la obra fue publicada, lo que muestra que la reflexión comenzó años atrás. El BCE publicó su informe sobre el euro digital en octubre de 2020, lo que denota la pertinencia de las grandes pautas anticipadas por el autor de la obra, y que sus consideraciones y aportaciones personales serán probablemente necesarias en la época que se avecina, de radical transformación en el ámbito de los sistemas monetarios y de pago.

 

Nota. El blog de Miguel Á. Fernández Ordóñez en FIDE es “Dinero Digital Seguro (CBDC)”.


José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

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