(Publicado en UniBlog el 31 de octubre de 2020)

Buena parte de los días del calendario se dedican a recordar a personajes históricos, o a conmemorar determinados acontecimientos o ciertas iniciativas de interés general.

Así, por ejemplo, el 4 de noviembre de cada año se celebra el día del patrono de la banca y de la bolsa, que es San Carlos Borromeo. No parece casual que el Mecanismo Único de Supervisión del Banco Central Europeo comenzara su actividad un 4 de noviembre de 2014.

En el ámbito de las Naciones Unidas, el 19 de diciembre de 2019 se acordó que, en lo sucesivo, el día 4 de diciembre de cada ejercicio se convirtiera en el “Día Internacional de los Bancos” a fin, sobre todo, de poner de relieve la contribución de los bancos multilaterales, internacionales y nacionales para el logro del desarrollo sostenible, en el marco de la Agenda 2030.

No obstante, con este artículo, más que a los bancos como insustituibles entidades que permiten el crecimiento económico a largo plazo y la inclusión financiera en los modernos y complejos entramados de relaciones sociales, pretendemos destacar la relevancia de una de sus funciones, como es la de captar el ahorro de los ciudadanos, y el día que esta función tiene reservada en el calendario.

El Día Mundial del Ahorro se instauró en 1924, en el Primer Congreso Internacional del Ahorro celebrado en Milán (de Milán también fue arzobispo el citado San Carlos Borromeo, lo que denota los históricos vínculos de la capital de la Lombardía con las finanzas). Fue el profesor italiano Filippo Ravizza quien declaró que el 31 de octubre, último día del Congreso, quedaría reservado y ligado en adelante al ahorro, con el propósito de ilustrar a la ciudadanía sobre su importancia, y la de que aquel fuese custodiado por una entidad bancaria antes que “debajo del colchón”. En España ya se dedicó un día nacional al ahorro tres años antes, en 1921.

No se puede olvidar que la confianza en el ahorro quebró en la década de los años 20 del siglo XX en algunos de los países más avanzados de Europa, a la vista, especialmente, de la crisis económica de Alemania, que padeció una salvaje hiperinflación, que todavía pesa en el recuerdo colectivo de la nación germana. Por ello, la apelación al ahorro de Milán era necesaria y pertinente.

Como es evidente, además de reportar seguridad a los ahorradores e incluso, en aquellos días alejados en el tiempo en los que los tipos de interés negativos eran literalmente impensables, alguna rentabilidad a los depositantes, el efecto multiplicador de la riqueza inherente a la actividad desarrollada por los intermediarios bancarios debía ser positivamente valorado.

En una especie de círculo virtuoso, los sacrificios de quienes fueran capaces de gastar lo imprescindible y de acumular riqueza en previsión de poder atender autónomamente necesidades de gasto o de inversión futuras, habrían de permitir la atención de las necesidades de los agentes económicos deficitarios de recursos, particularmente valiosas en el caso de ir dirigidas a la inversión productiva.

En síntesis, este es el origen histórico del Día Mundial del Ahorro, que, con el paréntesis de la Segunda Guerra Mundial y de los primeros años de la reconstrucción, se sigue celebrando en la actualidad por numerosos países de todo el planeta. En la página web “worldsavingsday.info” se puede acceder al listado de las iniciativas oficiales del Día Mundial del Ahorro de 2020, cuyo lema es “cuando ahorras un poco, suceden grandes cosas” (“when you save a bit, big things follow”), que muestra la relación secuencial entre el ahorro y la inversión, y el crecimiento económico ampliado, no meramente aritmético, que trae origen de aquel.

Hoy, como hace casi 100 años, la relevancia del ahorro sigue siendo la misma, a pesar del desincentivo que supone que no resulte retribuido, lo que desplaza los excedentes, en forma de inversión, hacia activos financieros mucho más arriesgados que los depósitos bancarios. Al menos, la población cuenta con mayores posibilidades de acceso a programas de educación financiera y con mejores competencias, lo que facilita la toma de decisiones económicas y financieras, y la concienciación sobre la importancia del ahorro.

El ahorro se define como la diferencia entre la renta disponible, es decir, el conjunto de los recursos de los que dispone una unidad económica para gastar, y el gasto en consumo final en un ejercicio determinado. A la hora de juzgar la sostenibilidad de la situación económica de una familia, de una empresa o de una Administración Pública, es de enorme trascendencia que estas tengan capacidad de ahorrar; si los ingresos corrientes no bastan para cubrir los gastos corrientes, es muy probable que se llegue a entrar en una situación de tensión de consecuencias poco predecibles.

El sistema financiero se suele definir como el conjunto de mecanismos a través de los cuales se pone en contacto a los ahorradores y a los inversores, y que permite compatibilizar las preferencias y las necesidades de unos y otros en cuanto a importe, plazo, rentabilidad y riesgo, casando el corto con el largo plazo.

Como es evidente, para que el sistema financiero permanezca estable y pueda cumplir su función primordial, atrayendo la confianza de la ciudadanía, debe darse un equilibrio entre el ahorro y la inversión.

Es llamativo que la normativa sobre requerimientos de capital de la Unión Europea promulgada tras la crisis financiera de los años 2007 y 2008 trató de ordenar “una reforma integral de los medios de canalización del ahorro hacia la inversión productiva”, lo que denota que estos mecanismos no cumplieron su función social y económica adecuadamente.

En estos años posteriores a la crisis financiera, en los que las desviaciones estructurales de un sistema financiero que no funcionó como debía han sido reparadas, sigue siendo absolutamente oportuno que se instruya a los ciudadanos sobre la relevancia del ahorro como vía más lenta pero más segura para atender las necesidades económicas y, de paso, generar un efecto beneficioso para toda la colectividad.

El Día Mundial del Ahorro brinda, por tanto, una excelente ocasión, además de para esta instrucción, para la reflexión.

Cuestiones para la reflexión.

  1. ¿Pueden las familias ahorrar en esta época? ¿Y las empresas?
  2. ¿Es igual ahorrar que invertir?
  3. ¿Qué relación existe entre ahorro, austeridad y crecimiento de la economía a medio y largo plazo?
  4. ¿Puede el ahorro, una vez que se convierte en inversión, aumentar la riqueza del conjunto de una sociedad?
  5. ¿Se puede ahorrar sin contar con la participación de una entidad de depósito?
  6. ¿Deberían ser las entidades de depósito las únicas entidades financieras habilitadas legalmente para captar el ahorro?
  7. ¿Cuál era la aportación de las cajas de ahorros para incentivar el ahorro de las familias?
  8. ¿Por qué y para qué deberían ahorrar las familias y las empresas?
  9. ¿Es posible ahorrar en un escenario de tipos de interés negativos?
  10. ¿Deberían las entidades bancarias retribuir el ahorro?
  11. ¿Deberían los ahorradores retribuir a los bancos por la custodia de sus ahorros?
  12. ¿Puede el ahorro no retribuido terminar castigando a los ahorradores? ¿Y un entorno de inflación?
  13. ¿Debería el marco legal tributario incentivar de alguna forma el ahorro de las familias y de las empresas?
  14. ¿Tiene sentido que las Administraciones Públicas ahorren?
  15. ¿Podría el eventual ahorro público reducir el recurso a la deuda pública?

 

(Imagen de la autoría de stories – www.freepik.es)


José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

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