«Américo Vespucio. Relato de un error histórico», Stefan Zweig, Acantilado.
“Y de repente llega un mensaje en unas pocas hojas que vuela de ciudad en ciudad anunciando que un hombre digno de confianza, no un charlatán, no un Simbad, ni un mentiroso, sino un hombre docto, enviado del rey de Portugal, ha descubierto más allá de las regiones conocidas hasta el momento una tierra donde todavía reina la paz para los hombres. Una tierra donde la lucha por el dinero, las posesiones o el poder no perturba las almas. Una tierra donde no hay príncipes, ni reyes, ni sanguijuelas, ni recaudadores de impuestos, donde no hay que matarse trabajando por el pan de cada día, donde la tierra todavía alimenta generosamente al hombre y el hombre no es el eterno enemigo del hombre. Es una esperanza religiosa antiquísima, mesiánica, que este desconocido Vespucio alienta con su relato; ha tocado el anhelo más profundo de la humanidad, el sueño de liberarse de la moral, del dinero, de la ley y la propiedad, el deseo insaciable de una vida sin esfuerzo ni fatiga, sin responsabilidades, que misteriosamente alborea en el alma humana como vago recuerdo del Paraíso”.