En la creación de un Estado, ya sea “ex novo” o por secesión de una entidad preexistente, confluyen diversos elementos, del que acaso el más relevante —pero no suficiente por sí solo— sea la voluntad política de un pueblo de regir sus designios de forma autónoma. Una dificultad añadida es la de definir qué proporción de un pueblo debe promover y sostener esta voluntad (¿una mayoría simple?, ¿una mayoría absoluta?, ¿una mayoría reforzada?, ¿su totalidad?).

El factor económico parece quedar relegado a un segundo término, aunque todo Estado que pretenda adquirir tal condición y conservarla no pueda obviar este tipo de consideraciones. El conflicto con Inglaterra que condujo a la independencia de los Estados Unidos se desató, precisamente, por controversias relacionadas con la representación y de naturaleza tributaria (“no taxation without representation”).

En el artículo “¿Existe un derecho ilimitado a crear nuevos Estados-Nación?, de Alberto J. Gil Ibáñez, publicado en Claves de Razón Práctica, nº 263, marzo/abril de 2019, se recogen algunas interesantes reflexiones desde este punto de vista.

Gil Ibáñez menciona que la transición de una dictadura a una democracia es un momento especialmente propicio para que surja el propósito de crear nuevos Estados: “El objetivo de crear nuevos Estados se ha convertido especialmente en una tentación muy sugerente para los partidos políticos que surgen cuando un Estado pasa de dictadura a democracia. Partidos sin mucha estructura y medios, a la búsqueda de una legitimación, consolidación y victoria rápida, que huyen del riesgo de centrarse en objetivos complejos y difíciles de concretar —como una mejora sustancial de la economía, el estado de bienestar o reducir el desempleo— pero cuyo fracaso es fácil de constatar [y atribuir a un tercero como el gobierno central]”.

En su opinión, “solo tendría sentido, en su caso, hablar de nuevos estados dentro de comunidades políticas que cabe considerar excesivas, bien por su número de habitantes (China, el país más poblado del mundo con 1.395 millones de habitantes), su extensión territorial (Rusia, el país más extenso del mundo con 17.098.242 km2), su enorme diversidad (India incluye 100 lenguas habladas y siete religiones) o los tres factores juntos”.

Por otra parte, «el correcto funcionamiento tanto de la economía (de escala), como de los servicios públicos requiere de una dimensión mínima. De hecho, para que sobrevivan económica y físicamente los micro-estados nuevos (o pre-existentes) estos suelen convertirse en paraísos fiscales o “colonias económicas” de vecinos más grandes».

Todo esto, entre otros aspectos, lleva al autor de este artículo a sugerir que la ONU y la Unión Europea podrían comenzar a “otorgar premios y ayudas económicas a las naciones que permanecen unidas, incluso si son internamente complejas desde un punto de vista étnico, lingüístico o cultural”. De lo contrario, en lo que afecta a Europa, Rusia, Estados Unidos y China terminarán apropiándose de los despojos del viejo continente, mientras este recorre, ciegamente, “el camino hacia su propia auto-destrucción”.


José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *