Rafael Termes, Antropología del capitalismo, 3ª ed., Rialp, Madrid, 2004, págs. 139 y 140.

«El absolutismo, dominante bajo Eduardo VI (1547-1553), María (1553-1558), a pesar de su catolicismo, e Isabel I (1558-1603), no cesó, sino todo lo contrario, con el advenimiento de la dinastía Estuardo, cuando en 1603 Jacobo VI de Escocia pasó a ser Jacobo I de Inglaterra, Escocia e Irlanda. Jacobo I (1603-1625) mandó quemar por sus ideas políticas, no religiosas, —como lo hizo también su contemporáneo el no menos absolutista rey francés Luis XIII— la famosa Defensio fidei catholicae, publicada en 1613 por Francisco Suárez, el eximio doctor salmantino. Y en su reinado, a causa de la persecución desatada contra católicos y puritanos, tuvo lugar la huida de los “Peregrinos del Mayflower”, quienes, tras breve estancia en Holanda, en 1620 llegaron a Massachusetts dando comienzo a una emigración que cuajaría en las 13 colonias extendidas en la costa noreste del Nuevo Continente. Estas colonias, siglo y medio después, contra Jorge III Hannover (1760-1820), que practicaba el mismo absolutismo de la dinastía anterior, suscribieron la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, redactada por Thomas Jefferson (1743-1826) y proclamada en Filadelfia, el 4 de julio de 1776, para afirmar que todos los hombres creados iguales, han sido dotados por el Creador con derechos inalienables, entre los cuales están el derecho a la vida, a la libertad y la búsqueda de la felicidad. En méritos de lo cual, acaban diciendo, a la letra, que apelando al Supremo Juez del mundo y confiando en la protección de su Divina Providencia, se constituían en Estados libres e independientes, comprometiendo en el empeño las vidas, las fortunas y el sagrado honor de los representantes firmantes».


José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

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