De Jorge Valdano guardo recuerdos como jugador de la selección argentina, primero, y del Real Madrid, después. Curiosamente, como entrenador del Tenerife, también le identifico como el que impidió al equipo blanco en dos temporadas con desenlace casi idéntico (1991-92 y 1992-93) obtener el título liguero, en beneficio del Barcelona (estos emocionantes partidos los seguí por Canal+ junto con Chico, el que durante algunos años sería mi cuñado, y al que le deseo lo mejor).

Luis es mi proveedor principal de fruta, verdura y hortalizas, y a estas alturas puedo decir que es mi amigo; en el encuentro que solemos mantener los sábados por la mañana conversamos un poco de todo: de la familia, de salud, del negocio, de economía, de viajes, de deporte… Sin esperarlo, en uno de estos encuentros, además de las bolsas con la compra, me entregó un libro de Jorge Valdano: “Los 11 poderes del líder. El fútbol como escuela de vida” (Conecta, 2013).

Lo recibí de buen grado y le prometí que lo leería; durante algunos meses, es posible que años, el libro de Jorge Valdano entregado por mi buen amigo Luis, ha estado en la estantería de libros pendientes, aguardando su momento, que ha llegado en plena “Gran Interrupción”, y lo primero que puedo decir es que lamento no haberlo leído antes, porque la lectura ha sido amena y de gran provecho.

Valdano, en su libro, hilvana lo deportivo, con su amplia experiencia como jugador, entrenador y gestor, con su aplicación a la vida empresarial, con un estilo claro y directo, incluso citando a Winston Churchill, tomando como eje los que denomina los “11 poderes” que todo líder deportivo —o empresarial— debe dominar para el adecuado funcionamiento de la maquinaría puesta bajo su responsabilidad:

1. El poder de la credibilidad.

2. El poder de la esperanza.

3. El poder de la pasión.

4. El poder del estilo.

5. El poder de la palabra.

6. El poder de la curiosidad.

7. El poder de la humildad.

8. El poder del talento.

9. El poder del vestuario.

10. El poder de la simplicidad.

11. El poder del éxito.

Según Pep Guardiala, hombre de la casa que asumió la dirección del Barcelona, iniciando una de sus épocas más gloriosas, tras haber entrenado durante un año al equipo filial en Tercera División como todo bagaje, “líder es aquel que hace mejor al otro” (pág. 21), y, partiendo de esta premisa, está construido el relato de Valdano, que, a lo largo de toda la obra, se apoya en otros grandes “pensadores” del fútbol y del deporte (otras de las figuras reiteradamente citadas por Valdano son Alfredo Di Stéfano o Raúl; también destacamos la mención, por su profundidad, a Rafael Nadal y a su tío Toni —sobre la filosofía de vida de este aplicada al deporte, véase la entrada del blog de José M. Domínguez “Lecciones nadalianas”).

El líder tiene un privilegio —también una carga, añadimos—: la de ser el “dueño de un sueño colectivo” (pág. 49). El líder debe transmitir un mensaje “preciso y sereno” (págs. 97 y 98), siendo este el caso, por ejemplo, de Vicente del Bosque, y destacar el sentimiento del orgullo de pertenencia (pág. 99).

No obstante, Valdano añade un matiz muy interesante en cuanto al lenguaje y al estilo del líder, pues este tendrá que dirigirse tanto al consejo de administración como al vestuario, a la afición o a los medios de comunicación, tratándose, como es evidente, de espacios bien diferenciados, que pueden requerir de una cierta modulación del mensaje: “El ejecutivo de un club de fútbol tiene que relacionarse con el Consejo de Administración y con el vestuario en una lucha diaria de adaptación al medio. Ante el Consejo debe sacar una personalidad, porque los directivos necesitan que se les descomponga el juego con un discurso en el que dos más dos terminen sumando cuatro. Todo tiene que responder a una lógica empresarial y eso requiere un lenguaje frío, en el que no tienen cabida ni la improvisación, ni el azar ni la emoción. En el vestuario no sirve la misma persona, porque ahí dentro seducen otros códigos que confunden el lenguaje profesional con el de barrio, donde las palabras académicas suenan extrañas y donde, sin apelar a la pasión, el discurso no llega a ninguna parte. La fascinante lucha por la adaptación requiere una personalidad camaleónica para sintonizar con distintos caracteres” (págs. 100 y 101).

En muchas ocasiones, la aparición de un nuevo miembro relevante, así como la desaparición de uno viejo, “cambia la dinámica de un grupo y hay que buscar un nuevo equilibrio” (pág. 155).

El elemento ético, por encima de la competitividad propia del deporte, también se valora particularmente en “Los 11 poderes del líder”, como muestra Valdano al mencionar el día en el que Frank Rijkaard, a pesar de las críticas, ordenó a sus jugadores hacer el pasillo a un Real Madrid campeón en el Santiago Bernabéu en la temporada 2007-08: “hay que saber reconocer el esfuerzo de aquellos hombres que, en el éxito y en el fracaso, elevan la calidad ética del deporte y, por extensión, la calidad ética de la sociedad” (pág. 27).

En un ejercicio de sinceridad, a propósito del gol con la mano de Maradona a Inglaterra en el Mundial de Méjico de 1986 (“la mano de Dios”), reconoce que “si no fui el primero, seguramente fui el segundo en llegar a abrazar a Maradona tras el gol” (págs. 35 y 36), aunque expone la contradicción ética que como selección nacional, e incluso como país, los argentinos, en guerra con los ingleses poco antes por Las Malvinas, tuvieron que afrontar. El gol subió al marcador y Argentina ganó el Mundial, con posterioridad…

Valdano también sugiere recelar de quienes pretenden convertir la ética en soporte publicitario: “Hay que sospechar siempre aquellas personas o empresas que tienen la tentación de convertir la ética en un soporte publicitario. En época de crisis, la sociedad abomina de los oportunistas y los codiciosos, y gira la mirada de un modo natural hacia modelos de comportamiento transparentes, respetuosos con las elementales leyes de la buena conducta y libres de excesos” (pág. 31).

El autor de la obra que comentamos también reflexiona sobre si las estructuras deportivas —y también las empresariales— deben estar jerarquizadas o bien es recomendable dar cancha, hasta un punto, a los versos sueltos, aunque parece optar por esta última alternativa, citando el ejemplo del gran jugador brasileño Sócrates: “Cuento la historia de mi admirado Sócrates porque los mejores equipos de los que he formado parte en mi vida tuvieron un alto porcentaje de autogestión. Comprometerse por convicción delante de un grupo genera un vínculo mucho más sólido que seguir obedientemente una orden. Puesto a valorar, mis mejores entrenadores fueron aquellos que, dentro de unas pautas, me dejaron ser yo mismo” (pág. 58). Hay tanto pecado en “quitarle libertad a un genio, como en dársela a un jugador que tiene limitaciones” (pág. 129) —sin dejar de señalar el diferente trato dispensado a jugadores, al menos, del mismo nivel; en este sentido, nos remitimos al capítulo 2 de la serie “The last dance”, de Netflix, sobre la temporada del último anillo de los Bulls de Jordan, y cómo Scottie Pippen se quedó atrás en sus condiciones retributivas a pesar de su impagable aportación a los logros del líder indiscutible—).

No hay nada mejor que esforzarse para mejorar el talento (pág. 134), además de dar confianza, su “mayor potenciador” (pág. 141). Se puede constatar, no obstante, la existencia de una especie de “maldición de los talentosos”: “El desprecio hacia el talento es fácil de verificar. A los que se distinguen se los suele despreciar como si ser distinto fuera un valor subversivo” (pág. 135); “En el mundo del fútbol, un atropello de ese tipo no lo permitirían los aficionados, pero en las empresas convencionales, el `distinto´ se juega muy frecuentemente su trabajo por cuestiones que son más sociales que profesionales” (pág. 136). No es infrecuente que el talento se debilite “por el efecto nocivo de ambientes burocráticos, rutinarios e inoperantes que generan desconfianza hacia cualquier tipo de iniciativa” (pág. 139). Incluso el mejor jugador del mundo “ubicado en un puesto inadecuado, puede llegar a hacer el ridículo” (pág. 140).

La personalidad de los clubes, de los seres humanos y de las organizaciones empresariales se construye partiendo de los momentos felices pero también de las desgracias, como le ocurrió al Manchester United en 1958, cuando casi todos sus jugadores fallecieron en un accidente aéreo en Munich (pág. 81). También el Real Madrid estuvo 32 años sin ganar la Copa de Europa (entre la sexta y la séptima), aunque ello no impidió que fuera considerado como un club ejemplar y ganador (pág. 83). Es necesario, por tanto, que cada club y organización dispongan de una cultura corporativa, cuyo discurso no debe caer como un chaparrón sino como una “persistente lluvia fina” sobre todos sus integrantes, y respetar algunos requisitos (pág. 89):

“- Debe ser sucinto y fácil de entender.

– Debe mantenerse en el tiempo como parte fundamental de una cultura.

– Debe ser atractivo como todo lo que produce orgullo.

– Debe sustentarse en viejos relatos, renovarse en aportaciones presentes y estar abierto a futuros espacios de reflexión.

– Debe permitir aportaciones del equipo, para que todos se sientan comprometidos en su defensa”.

El conocimiento y la aceptación de esta cultura por todos los interesados será fundamental para el devenir de la organización, desde el presidente hasta el empleado que atiende al público. Es más, para Valdano, puede ser mucho más relevante el comportamiento del empleado de a pie de calle que el de los que ocupan los despachos: “Si un empleado de una sucursal bancaria está ante un cliente, en ese momento es el dueño del Banco. Porque, para ese cliente, el presidente del Banco no tiene ninguna función práctica ni simbólica. El empleado, sí” (pág. 156). Muchos directivos empresariales que son muy hábiles para lo aparente y muy mediocres para lo sustancial se llevan con frecuencia los laureles, lo que genera rechazo en Valdano, pues esto “habla con más fuerza que ninguna otra cosa de la mediocridad del entorno” (pág. 162).

También Steve Jobs tiene cabida en las páginas del libro, pues, al parecer, este llegó a despreciar a “aquellos ejecutivos que acompañaban sus presentaciones con un Power Pount, porque entendía que si alguien necesitaba un apoyo tecnológico para seguir minuciosamente los pasos, es porque no conocía el tema en profundidad” (pág. 165).

Valdano no ignora a uno de los grandes de la gestión empresarial, Peter Drucker, y su frase célebre “si funciona, arréglelo”. En efecto, el argentino estima que “las transformaciones hay que hacerlas cuando las cosas funcionan”, aunque procurando salvaguardar “la esencia” (pág. 109).

La victoria lo disimula todo y oculta los grandes defectos: “Si en cualquier profesión es difícil discutir con el éxito, en el mundo del fútbol resulta imposible” (pág. 25). “La vanidad agiganta el yo y eso tiene consecuencias gravísimas, porque en las empresas las soluciones deben ser siempre colectivas. La humidad respeta las diferencias, pero mucho más que eso. La humildad sabe escuchar, genera empatía y produce confianza” (pág. 122). En realidad, para calcular la eficacia de un trabajador en un determinado entorno empresarial es necesaria la siguiente ecuación: “el talento que tiene, menos el talento que cree tener” (pág. 125).

El poder de la motivación es extraordinario, pues permite superar todas las fatigas y ampliar las fronteras físicas y psíquicas: “… si la mente está empujada por un gran estímulo, el cuerpo acompaña ensanchando los límites hasta mucho más allá de lo razonable” (pág. 68). Por el contrario, la indolencia es la “desconexión emocional entre el hombre y la tarea que desarrolla” (pág. 75). Pero, para la gestión de las personas, es fundamental saber qué mueve a cada uno, pues, “cada persona es un enigma que se debe descifrar. Porque solo conociéndolas a fondo sabremos para qué sirven, qué les estimula y de qué modo podemos procurar la lealtad de cada uno de ellos hacia el proyecto, hacia el equipo, y también hacia nuestro liderazgo” (pág. 117).

En fin, en apenas 185 páginas Jorge Valdano nos demuestra el pleno dominio del mundo del deporte, pero también el de la psicología humana y su aplicación social y empresarial. Sabíamos que es un gran orador, ahora también lo consideramos un gran pensador y escritor.


José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

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