Publicado en Cinco Días el 8 de abril de 2025.

Contamos con una Unión Bancaria y con una Unión del Mercado de Capitales incompletas. Tampoco la Unión Económica y Monetaria ha corrido mejor suerte. Los informes Draghi y Letta se han aplaudido aunque se han limitado a expresar lo evidente: si Europa pretende seguir siendo un actor relevante necesitará que sus empresas sean competitivas e innovadoras. Para ello, además de buenas intenciones, hay que disponer de fondos y de una adecuada cultura del emprendimiento y del riesgo.

Para cubrir esta brecha entre los fines y los instrumentos la Comisión Europea ha lanzado una nueva Unión: la Unión de Ahorros e Inversiones (Savings and Investments Union).

Según la Comunicación publicada por la Comisión en marzo de 2025, la Unión Europea debe prepararse urgentemente para desempeñar un papel muy diferente en el nuevo escenario mundial. La transición ecológica, únicamente, requerirá unos 480.000 millones de euros anuales hasta 2030. El informe Draghi eleva las necesidades generales de inversión hasta los 800.000 millones de euros al año.

No debe sorprender que la Comisión  proponga con la Unión de Ahorros e Inversiones “desbloquear” los recursos sin explotar necesarios para el crecimiento. Y para ello, y esto es lo revolucionario, pone el ojo en los 10 billones de euros depositados por los ciudadanos europeos en las cuentas bancarias (la dependencia de los ahorros para financiar los grandes proyectos de inversión podría ser entendida como una señal de debilidad del gasto público, lo que tan solo apuntamos aquí).

Llama la atención el elevado importe mantenido en las cuentas bancarias, que ofrecen una rentabilidad baja o cercana a cero (hace algunos años, como se recordará, incluso negativa para los depositantes de naturaleza corporativa). En parte, este ahorro todavía podría ser el “del miedo” asociado a la pandemia, que naturalmente tendería a minorarse con el transcurso del tiempo, a no ser que otro “miedo” emergiera, como a un conflicto bélico (mensaje que se intensifica, paradójicamente, con el anuncio del aumento del gasto europeo en defensa).

La desbocada inflación de estos años debería añadir, al menos en teoría, más presión a los depositantes, que perciben cómo su poder adquisitivo se erosiona día a día. Aunque, como contrapartida, también son muchos los que prefieren obtener una rentabilidad inferior (o ninguna rentabilidad en las cuentas a la vista) y dormir tranquilos sabiendo que sus fondos están protegidos por la doble malla regulatoria y supervisora y por los fondos de garantía de depósitos, alejados de las turbulencias de los mercados.

La Comisión pretende, por tanto, convertir a los depositantes en inversores, “sacarlos” de las entidades de crédito y conducirlos a los mercados de capitales (con el riesgo añadido, precisamos, de desestabilizar a los bancos, tradicionales guardianes de los ahorros de los ciudadanos y creadores del dinero bancario en su labor de intermediación, aunque las monedas digitales de los bancos centrales podrían compensar este efecto).

El paso, necesario con visión geopolítica, estratégica y macroeconómica, puede ser arriesgado desde la perspectiva microeconómica o de toma de decisiones por los individuos.

Buena parte de este ahorro pertenece a los de más edad, para quienes asumir mayores riesgos en busca de rentabilidad podría no ser adecuado, aunque el interés general apunte en esa dirección (si los jóvenes puede ahorrar o no es una cuestión diferente).

De una forma o de otra, para convertirse en inversor hay que entender bien el binomio rentabilidad-riesgo, sin olvidar el elemento de la mayor o la menor liquidez.

Se trata, por tanto, de una cuestión de educación financiera, entendida según la OCDE (2020) como la combinación de conciencia, conocimiento, competencias, actitudes y comportamientos necesarios para adoptar buenas decisiones financieras y, en último término, alcanzar el bienestar financiero individual. Es decir, la educación financiera persigue que cuando se ahorre o se invierta, por ejemplo, se haga de manera consciente, informada y responsable.

La Comisión es consecuente cuando identifica la educación financiera como uno de los ejes para lograr el traspaso de los depósitos a la inversión. El inconveniente, como se admite, es que el nivel de educación financiera de los ciudadanos europeos es bajo.

En España, según la “Encuesta de Competencias Financieras” (2021), solo el 53% de los encuestados respondió correctamente las tres preguntas básicas sobre la inflación, la diversificación de la inversión y el tipo de interés compuesto. Datos del Eurobarómetro (2023) revelan que solo el 18% de los ciudadanos de la Unión Europea dispone de competencias financieras elevadas.

A la espera de la nueva estrategia de la Comisión sobre educación financiera ligada a la Unión de Ahorros e Inversiones (que verá la luz, en principio, en el tercer trimestre de 2025), se confirma que, en todos los aspectos, el éxito individual y el colectivo, a corto y sobre todo a largo plazo, pasan por la educación, con independencia de su adjetivo, y que se ha perdido un tiempo precioso para la mejora de las competencias financieras de la población.

 

 

 


José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *