(Publicado en el blog de la Escuela de Negocios Esesa IMF el 11 de octubre de 2019)
El Día del Ahorro —el 31 de octubre— se instauró en 1924, y, durante décadas, ha sido una efeméride particularmente significativa para las entidades bancarias, para la clientela y para la economía en general, pues, como es evidente, la acumulación de recursos financieros antecede a la inversión, además de que permite que las familias y las empresas queden cubiertas, en caso de necesidad, ante situaciones imprevistas y no amparadas por un contrato de seguro.
El Día del Ahorro se sigue conmemorando, aunque otro día señalado, también del mes de octubre, le va restando paulatinamente protagonismo: nos referimos al Día de la Educación Financiera, impulsado por el Banco de España y la Comisión Nacional del Mercado de Valores en el marco del Plan de Educación Financiera, y que, desde 2015, se celebra el primer lunes del mes de octubre, con el desarrollo de actividades de educación financiera, organizadas por estas instituciones y por otras entidades, en todo el territorio de nuestro país. Su objetivo principal es que todos los ciudadanos sin excepción, desde los más jóvenes a los más mayores, sean conscientes de la importancia de la educación financiera y de los beneficios que el acceso a este tipo de instrucción puede reportar.
El colectivo de los más jóvenes parece especialmente prioritario, pues, por su capacidad para condicionar la percepción en la edad adulta, las enseñanzas de toda índole recibidas en los primeros años de vida, también en materia de educación financiera, son fundamentales.
Mientras que el Día del Ahorro, en sentido riguroso, se centra en el ámbito bancario (captar depósitos para conceder créditos es —o era, en una época de tipos de interés “normales”, a diferencia de la actual, de tipos ultrarreducidos o incluso negativos— la labor principal de las entidades de crédito), el Día de la Educación Financiera tiene una mayor amplitud, pues alcanza, además de a los tres pilares fundamentales del sistema financiero (mercado bancario, mercado de instrumentos financieros y mercado de seguros y fondos de pensiones) a las que, desde Edufinet, denominamos las “disciplinas fronterizas” de la educación financiera: Psicología Financiera, transformación digital, finanzas personales, Derecho, fiscalidad, matemáticas financieras, etcétera.
Esta mayor amplitud y la creciente conciencia, compartida por prácticamente todos los individuos y grupos sociales, especialmente tras las dolorosas lecciones que han seguido a la crisis financiera, motivan que el Día de la Educación Financiera sea cada vez más conocido, y más abundantes y variadas las actividades organizadas tanto en la cercanía de esta señalada fecha como en todos los meses del año.
La celebración, el pasado 7 de octubre de 2019, del Día de la Educación Financiera (https://www.diadelaeducacionfinanciera.es), cuyo lema de este año ha sido “Conectados a la digitalización”, es una buena ocasión para dedicar algunas reflexiones, aunque sean sucintas, a esta materia.
Hay que partir de que el nivel de educación financiera de la población dista de alcanzar, en general, una cota aceptable. Por ejemplo, según el estudio “Financial Literacy Around the World: Insights from the Standard & Poor’s Ratings Services Global Financial Literacy Survey” (2015), solo 1 de cada 3 adultos, a escala mundial, comprende los conceptos financieros básicos. Los países con mayor nivel de cultura financiera, según dicho estudio, son Dinamarca, Noruega y Suecia (71%), mientras que en el extremo opuesto se sitúa la República de Yemen (13%). España aparece en dicho informe con una tasa de alfabetización financiera del 49%.
Conforme a la “Encuesta de Competencias Financieras”, realizada conjuntamente en 2016 por el Banco de España y la Comisión Nacional del Mercado de Valores, con la colaboración del Instituto Nacional de Estadística, y publicada en 2018, el nivel de conocimiento en nuestro país de cuestiones básicas como la inflación, el tipo de interés compuesto o la diversificación de riesgos está lejos de ser el deseable, como muestra el hecho de que solo respondió correctamente a la pregunta sobre inflación el 58% de los encuestados, a la referente al tipo de interés compuesto el 46% y a la tocante a la diversificación de riesgos el 49%. No deja de sorprender que cuestiones tan necesarias para la toma de decisiones en el día a día sean, en cierto modo, tan desconocidas para una gran parte de la población. Ello puede obedecer a la complejidad inherente a determinados aspectos económicos (por ejemplo, el origen del dinero) o financieros (cómo funciona un banco, o cómo se convierten los depósitos en créditos), pero también a una insuficiente formación en este tipo de cuestiones.
Constatado el amplio margen de mejora en este ámbito, nos podemos preguntar qué se puede esperar, exactamente, de la educación financiera. Su finalidad no es que el cliente obtenga la mayor rentabilidad en una operación de inversión ni que soporte el menor coste en la contratación de un crédito. La educación financiera tampoco pretende formar al cliente para entender mejor la publicidad empleada por los proveedores de servicios financieros.
Por el contrario, su propósito es, en apariencia, mucho menos ambicioso, pues, de acuerdo con la clásica definición de la OCDE acuñada en 2005 (“Recommendation on Principles and Good Practices for Financial Education and Awareness”) lo que se pretende es que los ciudadanos dispongan del conocimiento y las competencias para tomar decisiones financieras informadas y responsables.
Por supuesto, y casi huelga decirlo, como prerrequisito, las entidades financieras deben ser respetuosas con los derechos y los intereses de sus clientes. Se ha de trazar un triángulo virtuoso, en consecuencia, entre la educación financiera, la regulación y la supervisión de los mercados y la protección del consumidor.
En cuanto a los programas de educación financiera en sí, impulsados por instituciones públicas y privadas, han proliferado en los últimos años, especialmente a partir de 2008. Como se determina en el “Código de Buenas Prácticas para las Iniciativas en Educación Financiera”, aprobado por el Banco de España y la Comisión Nacional del Mercado de Valores en 2016, “la implicación de entidades pertenecientes al sector privado en la educación financiera conlleva multitud de ventajas dado el conocimiento de la materia que éstas tienen y los recursos de los que disponen para llegar a grandes grupos de población”.
Ahora bien, al poder surgir determinados conflictos de intereses, el citado Código establece diversas pautas para “asegurar la calidad y la imparcialidad de las iniciativas de educación financiera”, tales como, por ejemplo, la separación de la educación financiera de la actividad comercial, la evitación del uso de logos que puedan denotar un ánimo de lucro por parte de la entidad, la adecuación de las actividades al público al que se dirigen, la facilitación de una visión completa y libre de cualquier sesgo de las materias objeto de las acciones, etcétera.
En conclusión, estas dos efemérides del mes de octubre deben servir para reivindicar la importancia del ahorro y de la educación financiera, tanto para los individuos como para el conjunto de la sociedad, y para hacernos recordar que el conocimiento y las competencias en materia económica y financiera son cardinales para que los ciudadanos puedan alcanzar el bienestar.
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