(Publicado en EnFintech el 9 de abril de 2020)

El protagonista de “Blade Runner 2049”, un replicante llamado K (Joe, en la parte final de la película), aislado, más allá de su trabajo, de toda relación social, vive un romance con un holograma, Joi, diseñado por la “Wallace Corporation”, que da sentido a su vida. Obviamente, K y Joi no pueden tocarse ni abrazarse, lo que no resta veracidad e intensidad a su relación.

Del coronavirus COVID-19 poco podemos añadir ya. Llegó a nuestras vidas por sorpresa en marzo de 2020, ha originado una reclusión domiciliaria que nunca hubiéramos imaginado, nunca, y va a dar forma, una vez superada esta crisis, a un nuevo modelo social y económico, ni mejor ni peor que el anterior, simplemente distinto. Según The Economist (“Big tech’s covid-19 opportunity”, 4 de abril de 2020), las Bigtech, junto a los Estados, serán dos de los ganadores de la pandemia.

Dejando al margen a los Estados, que reforzarán su poder sobre los ciudadanos y su capacidad de seguimiento y control basada, precisamente, en la tecnología, las “Bigtech” disponen de la liquidez suficiente para resistir los meses de incertidumbre, extender su influencia virtual sobre los usuarios y acometer a bajo coste adquisiciones de firmas rivales o complementarias.

También ha resurgido otro de los grandes debates de nuestra época: qué será del dinero físico. La cuestión no es tanto si el dinero físico emitido por los bancos centrales desaparecerá o no, si veremos algún día el dinero soberano digital y qué será de la intermediación bancaria (al respecto, nos remitimos a nuestro artículo «De “Libra” a las monedas digitales soberanas», EdufiBlog, 17 de enero de 2020), sino si los billetes y las monedas pueden transmitir el coronavirus por el simple contacto.

El Banco de Pagos Internacionales acaba de publicar un interesante estudio a propósito de esta cuestión, que, a pesar de su brevedad y de su presunto alcance limitado, es mucho más profundo de lo que aparenta (“Covid-19, cash, and the future of payments”, Auer, R., Cornelli, G., y Frost, J., BIS Bulletin, No 3, 3 de abril de 2020).

Este “paper” parte del aumento de consultas dirigidas a los bancos centrales en relación con la posible transmisión del coronavirus por el dinero en efectivo. Incluso, se da cuenta de que las búsquedas en Internet que contienen las palabras “efectivo” y “virus” se han disparado. Hay evidencia científica, desde hace años, de que los virus, incluido el que causa la gripe humana, persisten durante horas o días en los billetes, especialmente cuando se diluyen en moco, y de que las superficies no porosas tienen mayor capacidad de transmisión. En cuanto al coronavirus COVID-19, estudios recientes confirman que puede persistir durante tres horas en el aire, 24 horas en cartón y aún más tiempo en otras superficies duras. Según los científicos, la probabilidad de transmisión por la manipulación de efectivo es baja y, hasta la fecha, no consta ningún caso. El riesgo de contagio es mayor, sin embargo, en los supuestos de manejo de tarjetas de débito y crédito (lo que comprende los reintegros en cajeros automáticos), terminales de puntos de venta o paneles para introducir el PIN en comercios.

Es evidente que los pagos “on line”, en la medida que el comercio electrónico se intensifique, también lo harán, y que, en el caso de estos pagos, no habrá riesgos de contagio (cuestión diferente es que la mercancía recibida sí pueda estar contaminada…).

Donde se aprecia, por tanto, que pueden cambiar los hábitos de la industria financiera y de los usuarios de servicios financieros, como sugiere el Banco de Pagos Internacionales, es en el ámbito de los pagos sin contacto (“contactless payments”). De hecho, la banca española ha ampliado temporalmente de 20 a 50 euros el límite del pago sin contacto, para reducir las ocasiones en las que es necesario tocar el terminal de punto de venta para teclear el PIN (“La banca amplía temporalmente de 20 a 50 euros el límite del pago sin contacto con tarjetas para no teclear el PIN”, El País, 26 de marzo de 2020).

Esta nueva situación, que, a la vista de los acontecimientos anteriores al coronavirus, era previsible, puede originar la exclusión financiera de los excluidos digitales, es decir, de quienes no tengan acceso a las infraestructuras y carezcan de las competencias adecuadas, que son, generalmente, las personas de mayor edad y las del espacio rural.

Pero, volviendo al comienzo, como en la relación entre K y Joi, que estemos cerca de que nunca más volvamos a tocar un billete o una moneda, de que nuestra relación con el efectivo, en lo sucesivo, sea virtual, no privará a nuestro vínculo con el dinero de veracidad ni de intensidad.

 

(Imagen de la entrada de la autoría de stories – www.freepik.es)


José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

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