(Publicado en Social Investor el 25 de enero de 2022)

“Piensa mucho en la conexión de todo lo que hay en el universo y en su relación mutua”, Marco Aurelio, Meditaciones

En la fecha prevista, ha llegado la nueva carta del presidente y CEO de BlackRock dirigida a los consejeros delegados, anticipándose al inminente inicio de la próxima ronda de celebración de juntas generales. Su fin general es destacar temáticas cruciales para BlackRock y sus clientes, en la medida en que la gestora se erige en fiduciario de los inversores al canalizar la inversión.

El mismísimo Marx (el filósofo) habría estado de acuerdo con algunas de las aseveraciones contenidas en la misiva de Fink, que enseguida comentaremos, lo cual no es óbice para la reafirmación por este de una inquebrantable fe en el capitalismo como motor de transformación social e innovación.

Pero, particularmente, nos ha llamado la atención la referencia explícita al “principio rector” de la misión y la visión de los accionistas, lo que nos lleva, directamente, al terreno de la profunda reflexión de Marco Aurelio contenida en su obra “Meditaciones”.

Nada nuevo encontramos en la parte inicial de la carta: el reconocimiento de que la inversión de los clientes de BlackRock, en general, se orienta al largo plazo, para procurar una jubilación digna, y el de la necesidad de cohonestar lo anterior con la seguridad financiera, es decir, con el aumento sostenido de la rentabilidad sin sobresaltos, venciendo, qué menos, el poder corrosivo de la inflación.

La temática crucial identificada por Fink se corresponde, nuevamente, con los factores ESG, con algunos tintes orientados al emprendimiento y la innovación. La preocupación por la “E” de ambiental y por la “S” de social atrae su discurso. Si en la carta de 2021 ya señaló que ambas esferas no se pueden escindir ni idealmente ni en la práctica, la novedad de 2022 acaso venga representada por la alteración del orden de los factores, y, quizás, de su relevancia, poniendo en el centro a las personas, sin obviar la gravedad del reto climático.

Esto supone tomar en su literalidad el lema de la Agenda 2030, es decir, que “nadie se quede atrás”, lo que no es más que otra vuelta de tuerca al clásico “el ser humano es la medida de todas las cosas” (Protágoras).

Este enfoque coincide con el propugnado por el capitalismo de grupos de interés, consagrado por el Circulo Empresarial de los Estados Unidos (“Business Roundtable”) en verano de 2019, según el cual los empleados, los clientes, los proveedores y las comunidades merecen una atención prioritaria. Ahí reside el poder del capitalismo, para Fink, y en la compatible e inexcusable orientación de los mercados hacia la legítima búsqueda del beneficio.

Una de las frases más contundentes de la carta de 2022 —y también más enigmática, aunque refleja bien la razón de ser del gran capitalismo internacional— se refiere a la prerrogativa que supone acceder a los flujos de inversión: “…el acceso al capital no es un derecho, sino un privilegio. Y el deber de atraer a ese capital de manera responsable y sostenible recae sobre ti”.

La pandemia no ha hecho sino acelerar el fenómeno de destrucción creativa “schumpeteriano”, facilitando a las “startups”, más que nunca, el acceso a financiación, no siempre bancaria, en un entorno de abundancia de liquidez. Los próximos 1.000 unicornios provendrán del mundo de la sostenibilidad, no de los buscadores de Internet ni de las redes sociales.

Al propio tiempo, el nuevo florecimiento del emprendimiento facilita la movilidad laboral, pues “los empleados de todo el mundo esperan más cosas de su empresa, entre ellas una mayor flexibilidad y una mayor relevancia del trabajo que desempeñan”. El modelo presencialista de cinco días a la semana en la oficina, más propio de las fábricas de otras fases del desarrollo industrial, sencillamente, ha quebrado.

Por todo ello, Fink cree, en línea con la mejor doctrina social de los siglos XIX y XX, que, en el marco del capitalismo efectivo, es natural que los trabajadores exijan más a sus empleadores: las empresas más respetuosas con los trabajadores son más rentables, tiene menor rotación laboral y plantillas más eficientes.

La búsqueda del talento, ese bien no tan abundante, se debe compatibilizar con el fomento de la “cultura y la memoria de la empresa”. De verdad, pregunta Fink a los CEOs, ¿los consejos de administración supervisan todos estos aspectos y realizan un seguimiento de esta transición laboral y social sin vuelta atrás?

En un entorno de desinformación, Fink propone a los consejeros delegados que se erijan en un faro para los grupos de interés, bajo la estrella, más alta, del propósito de la compañía: los CEOs deben tomar “postura respecto a [las] cuestiones sociales”, las cuales “son fundamentales para el éxito a largo plazo de nuestras compañías”. Es decir, ya no basta con el manejo de las competencias financieras y no financieras, sino que, además, parece ser necesario un “engagement” de corte “sartriano”, partiendo de que las demandas de los grupos de interés pueden ser heterogéneas e incluso divergentes. Nunca pudimos entrever que ser CEO fuera una tarea tan extraordinariamente compleja, incluso tan arriesgada.

No es hasta bien adentrada la exposición de Fink cuando surgen las primeras referencias al cambio climático, a la transición energética y a la descarbonización: los actuales 4 billones de dólares de inversión sostenible no son más la punta del iceberg, “la mayor oportunidad de inversión de nuestras vidas”. Aquí, Fink, con el buen ejemplo del vehículo eléctrico, azuza a los CEOs: ¿vas a dejar que otros tomen las decisiones por ti? Las compañías que no se adapten, en cualquier sector, no tendrán mañana, al igual que las ciudades y los países, concluye con contundencia.

BlackRock no busca la excelencia en sostenibilidad porque sean ecologistas, sino porque son “inversores y fiduciarios” de sus clientes. Las empresas que más carbono emiten pero que han iniciado una transición sostenible creíble también merecen recibir financiación e inversión, se advierte. Las pautas y la hoja de ruta para esta transformación general deben venir bien definidas por los gobiernos, no por el sector privado, pues las empresas no son la “policía del clima”, aunque los mayores rendimientos se conseguirán gracias a la colaboración público-privada.

La “G” de gobernanza se trata en la parte final de la carta, pero no por ello es menos importante. Podría parecer la cuestión más intrascendente, pero, al contrario, el Presidente y CEO de BlackRock advierte: vamos a ejercer nuestros derechos políticos —e, indirectamente, los de los clientes— en las juntas generales, para comprobar, primero, la existencia de un propósito, de un discurso y de un plan, y, después, la coherencia entre la teoría y su versión aplicada.

Habrá que considerar, a la vista de todo ello, si la eventual alteración del orden de los factores ambientales y sociales transforma el producto ESG tal y como, hasta ahora, lo hemos conocido, interiorizado e incluso gestionado.


José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

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