El mundo de las grandes corporaciones, sobre todo de las transnacionales o globales, esas que como ciudadanos vemos desde muy lejos pero cuyos productos y servicios consumimos a diario, suele despertar, a un mismo tiempo, fascinación y recelo entre quienes desconocen qué ocurre realmente entre bambalinas.

Esta obra de teatro escrita y dirigida por Carlos Zamarriego refleja la ordinariez y la falta de escrúpulos de los de arriba, de los que alcanzan “el millón” de retribución, cifra redonda, abstracta y simbólica —desconocemos si bruta o neta una vez pagados impuestos— que se queda muy atrás de las contenidas en los informes anuales de remuneraciones de los administradores de algunas grandes firmas reales por todos conocidas.

Si hacemos caso a Zamarriego, “los de arriba”, que igualmente pueden ser hombres o mujeres, muestran una obsesión enfermiza por el trabajo y por ganar un dinero que aunque quisieran no podrían gastar, pero, sin embargo, lo que anhelan de veras es acceder al poder para ejercerlo a conveniencia, más allá del respeto que los gestores empresariales de alto nivel deben a los accionistas y a otros grupos de interés.

En “Inestables” se apunta, de pasada, la célebre idea de Lord Acton: el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente (tanto en la esfera privada como en la pública, añadimos nosotros).

Además de al trabajo, Gustavo Demir, que debe evaluar a Noelia Carvajal de cara a una eventual promoción laboral, también está enganchado al alcohol, a las drogas y a las putas. Se trata sin duda de una exageración para llevarnos a la reflexión, pero si hacemos caso a un reportaje como “Inside Job” o a la película “El lobo de Wall Street”, quizás pueda haber algo de cierto en todo ello.

¿Qué debe hacer una empleada más o menos rasa, como Carvajal, para acceder a este “selecto” mundo de los del millón? Superar determinadas pruebas marcadas por la propia empresa, por otros que están tan arriba («más arriba que los de arriba») que, como un dios bíblico, ni siquiera se ven, aunque estos sí que supervisan y conocen hasta el último detalle de las vidas de sus empleados, para los que la privacidad o la reserva de la vida familiar simplemente no existen. Siempre hay alguien por encima de ti, el poder nunca es absoluto, se llega a sugerir. Se trata de una transparencia —en el seno de la propia de empresa, no de esta hacia la sociedad— no liberalizadora sino limitadora, destructiva y castrante.

Y una vez que juegas a este juego, y ganas, ya no hay vuelta atrás: las renuncias a la libertad de criterio, a la familia o al tiempo libre —la trama se desarrolla en un fin de semana— dejan de ser transitorias para convertirse en definitivas. De la presión por conservar lo conquistado, casi por sobrevivir, surgen miedos, debilidades y adicciones. Y si pierdes, estás igualmente excluido. Es decir, se trata de un juego en el que se pierde siempre, tal es la fuerza destructiva de la atracción por el poder.

A pesar de su juventud, Zamarriego demuestra un dominio absoluto del ritmo narrativo y de los resortes psicológicos, y nos somete, como espectadores, a una tensión que se prolonga desde el mismo inicio de la obra hasta su final, sin darnos apenas cuartel. Nos hace pasar un rato divertido, pero al abandonar la sala comenzamos a formularnos preguntas incómodas, lo que demuestra que hemos sido testigos de un buen trabajo del autor y director, de los dos actores que representan a los protagonistas y de la impactante voz en off.


José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

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