La cercanía del Día de la Constitución invita a la reflexión sobre el documento de referencia de nuestra convivencia, al que, a pesar de ser mejorable, como la práctica mayoría de las construcciones humanas, tanto le debemos.

La generación que facilitó su promulgación ha ido entregando el testigo a otras generaciones más jóvenes, más tecnificadas y con otra visión de la realidad, a lo largo de sus 40 años de vigencia, a pesar de algunos vestigios que se resisten al cambio natural, como veremos enseguida.

Por otra parte, también nos parece relevante que entre la generación intermedia y la integrada por quienes han nacido tras el año 2000 sigue mediando un abismo, por mucho que es posible que aquellos quizás no sean conscientes de ello y crean que son lo bastante “cool” como para agradar a quienes hoy tienen 20 años…

En la columna de Joaquín Estefanía titulada «Esos “vejestorios cabrones”» (El País, 20 de noviembre de 2020 —desconocemos si la fecha de publicación fue deliberada o no—), se menciona la obra, escrita en catalán, “Generación Tap. La herencia envenenada de los hijos de la Transición”, del profesor Josep Sala i Cullell (esperaremos que, al menos, se publique en inglés para poder leerla, porque parece un libro prometedor).

Según Estefanía:

“En él [el libro citado] se describen cuatro generaciones en circulación: la generación tapón, formada por los nacidos entre 1943 y 1963 (entre 77 y 57 años); la generación X, entre 1964 y 1981 (de 56 a 39 años); los mileniales, entre 1982 y 1996 (de 24 a 38 años), y la generación Z, desde los 23 años (nacidos a partir de 1997). Más allá de lo aleatorio de los entornos utilizados, la principal tesis del libro es que la generación tapón ha canibalizado todos los recursos económicos y sociales en su propio beneficio, y deja endeudados a sus descendientes (gigantesca deuda pública); sus componentes se habrían aprovechado como nadie del Estado de bienestar, que ellos mismos pusieron en funcionamiento, y han mandado durante décadas en los gobiernos, empresas, cátedras, universidades, partidos políticos y sindicatos, periódicos y el resto de los medios de comunicación, colegios profesionales, etcétera. En el caso de España utilizaron el cambio de régimen cuando eran jóvenes y ocuparon todas las plazas de responsabilidad hasta llegar a viejos y jubilarse (con pensiones superiores al salario medio de los jóvenes). Así, la llamada generación del cambio devino en generación tapón. Nacida después de la II Guerra Mundial, ha vivido décadas ininterrumpidas de prosperidad y progreso; sus hombres y mujeres de vanguardia primero protagonizaron revoluciones (Mayo del 68 o la primera oleada feminista), pero luego llegaron al poder y se aprovecharon del mismo en su beneficio”.

Concluye Estefanía que «Se trata de observar si prosigue el proceso de sustitución de unas élites por otras, y si las dos generaciones citadas y “los vejestorios cabrones” (en palabras de Javier Marías) dejan hueco a los jóvenes que vienen detrás, o los aplastan».

Joan Manuel Trayter, en su comentario al artículo 48 de la Carta Magna («Comentario mínimo a la Constitución española», Muñoz Machado, S. (ed.), Crítica, Editorial Planeta, S. A., Barcelona, 2018, pp. 198-200) señala lo siguiente:

«En definitiva, en el cuadragésimo aniversario de la Constitución parece el momento idóneo para plantearse un mayor desarrollo del artículo 48 de la misma. Las personas que se incluyen en la categoría de jóvenes ni siquiera habían nacido en el momento de aprobación de nuesta Carta Magna lo que, sin duda, es un aliciente para involucrarlos en el desarrollo político, social, económico y cultural. No solo se trata de integrarlos en el conjunto de la sociedad, sino de permitir -y animarlos- a que puedan aportar sus intereses, conocimientos, preocupaciones y propuestas. El futuro es suyo y el presente también debería serlo».

 

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(Imagen de la autoría de freepik – www.freepik.es)


José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

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