“Desde el punto de vista económico, los republicanos mantenían una ventaja enorme, ya que controlaban cinco de las siete ciudades principales de España y la mayor parte de las zonas industriales —con prácticamente todas las fábricas de armamento y munición—, casi todos los puertos principales y centros de comunicaciones, además del aparato administrativo del Estado y la administración, y la base logística del ejército. A todo esto, se añadían las reservas de oro y plata del Banco de España. A pesar de que, en general, España era un país subdesarrollado, sus reservas de oro eran las cuartas más cuantiosas del mundo —es decir, no era exactamente tan pobre y miserable como se decía—. El 8 de agosto, Indalecio Prieto, en una alocución radiofónica, proclamó que la victoria de la izquierda era inevitable:
‘Una guerra no es simplemente heroísmo […]. Si la guerra, cual dijo Napoleón, se gana principalmente a base de dinero, dinero y dinero, la superioridad financiera del Estado, del Gobierno y de la Republica, es evidente […]. Con los recursos financieros totalmente en manos del Gobierno, con los recursos industriales de la nación también totalmente en poder del Gobierno, podría ascender hasta la esfera de lo legendario el valor heroico de quienes tan impetuosamente se han lanzado en armas contra la Republica, y aun así […] serían inevitable, inexorablemente, fatalmente vencidos’”.
Stanley G. Payne, La Revolución Española 1936-1939. Un estudio sobre la singularidad de la Guerra Civil, 1ª ed., 2ª imp., Espasa Libros, S. L. U., Booket, Barcelona, 2021, págs. 92 y 93.