“Fíjate bien en ese infierno [del “Jardín de las Delicias”, de El Bosco]: la naturaleza brilla por su ausencia. Ahí sólo destacan edificios y cosas hechas por el hombre que se han vuelto contra él. Es el mundo que habitamos hoy. Por eso, al saltar al panel central, esa exuberancia de naturaleza, agua, frutas y seres vivos se interpreta como algo que está por venir” (“El maestro del Prado y las pinturas proféticas”, Javier Sierra)
El cambio climático, aunque pocos sepan con exactitud qué es y qué puede suponer, ya está instalado en la agenda política y en la preocupación de los ciudadanos, lo cual no es óbice para que una buena parte de estos deteste el desarrollo industrial -o el cotidiano empleo del plástico- mientras sigue conduciendo sus vehículos impulsados por gasolina, adquiriendo tecnología electrónica de última generación o comprando ropa barata producida por multinacionales e importada desde países subdesarrollados.
A la actriz Emma Thomson se le ha reprochado esta falta de coherencia entre el pensamiento y la acción, pues el desplazamiento en avión entre Londres y Los Ángeles (8.600 kilómetros) para participar en las protestas “pro medioambiente” de “Extinction Rebellion” generó una huella de carbono de dos toneladas (“Quedarse en tierra por el planeta”, El País, Ideas, 4 de agosto de 2019). La joven activista sueca Greta Thunberg asistirá en septiembre de 2019 a la Cumbre sobre Acción Climática de las Naciones Unidas en un velero impulsado por energía solar, en un viaje de dos semanas de duración. Cabría preguntarse, en primer lugar, si esta forma de desplazamiento está hoy día al alcance de cualquier ciudadano del mundo, en segundo, si merece la pena, sin más, renunciar a las ventajas materiales del desarrollo, sin buscar otras alternativas más equilibradas, que aúnen el bienestar, la eficiencia y la sostenibilidad, y, tercero, cuántas personas podrían permitirse viajes de un mes (15 días ida/15 días vuelta) de estas características, sin menoscabo de sus cargas laborales, empresariales y familiares, precisamente ahora que se ha tomado conciencia de la necesidad de conciliar la actividad profesional -o análoga- con la vida familiar.
El País de 9 de junio de 2019 publicó un interesante artículo de John Gray (“Cambio climático y extinción del pensamiento”), que presenta como novedad la de centrarse en las implicaciones geopolíticas del cambio climático, que suelen ser pasadas por alto.
Desde el punto de vista ambiental, es plausible la búsqueda de alternativas a los combustibles fósiles. Ahora bien, esta propuesta produciría sin duda turbulencias geopolíticas. Como muestra Gray, países como Arabia Saudí necesitan producir estos combustibles para existir. Irán y Rusia también dependen del precio del petróleo (cuanto más caro, mejor); “para todos ellos, el final repentino del consumo de hidrocarburos supondría un descenso brutal del nivel de vida, así como una fractura política a gran escala”.
Pero Gray alerta de que lo que surgiría de esta situación no sería necesariamente mejor: “El reino saudí se fragmentaría o sería sustituido por un régimen islamista más radical. Una Rusia empobrecida podría ser más belicosa y temeraria en su política exterior y de defensa. Con Irán privado de los ingresos del petróleo, habría menos posibilidades de un giro democrático en el país”.
Aunque Gray afirma, quizás con excesiva contundencia y sin matiz alguno, que el “capitalismo occidental contemporáneo es defectuoso y se dirige hacia el desguace de la historia”, apostilla que “las peores catástrofes ecológicas del siglo pasado sucedieron en la antigua Unión Soviética y en la China maoísta, en las que la naturaleza sufrió un menoscabo y una degradación peores que en cualquier país occidental” (se acepta la afirmación, porque el desastre de Fukushima, Japón, acaeció en 2011).
En cambio, los ecologistas no son capaces de ofrecer una alternativa clara ni al capitalismo ni al comunismo y, en la práctica, “sus exigencias se resumen en poco más que lo que llaman desarrollo sostenible”, además de que “sus propuestas ecologistas implican un descenso del nivel material de vida de un gran número de personas. Lo cual sería insostenible políticamente”.
Gray se remite, en la búsqueda de una solución aceptable para todos, al concepto de “economía del Estado estacionario”, acuñado por John S. Mill en “Principios de economía política” (1848), según el cual el progreso técnico no se emplearía para expandir la producción y el consumo, sino para aumentar el ocio y la calidad de vida. Sin embargo, esta tesis también choca con que una economía sin crecimiento, a su parecer, es políticamente imposible, y con que el crecimiento de la población mundial, que se estabilizará en algún momento del siglo XXI en torno a los 9.000 o 10.000 millones de habitantes, es incompatible con la preservación de la biosfera. Es justo en en este momento de su argumentación cuando trae a colación una hipotética crisis de la extinción, pues “la economía industrial no aceptará los límites al crecimiento porque la civilización a la que sirve ha rechazado cualquier restricción a su capacidad de conseguir logros”.
Para sobrevivir a la crisis climática lo que se necesita no es un desarrollo sostenible, como demandan los ecologistas, sino una “retirada sostenible”, en las palabras de James Lovelock (“Una dura carrera hacia el futuro”, 2014): “utilizando las tecnologías más avanzadas, ente ellas la energía nuclear y la solar, y abandonando la agricultura en favor de los medios sintéticos de producción de alimentos, se podría alimentar a la todavía creciente población humana sino seguir haciéndose demandas aún más intolerables al planeta”.
Gray concluye: “La crisis de la extinción solo se puede mitigar reorientando nuestra mente para que aborde la realidad. El pensamiento realista, sin embargo, está prácticamente extinguido”.
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1 comentario
Rubén Carricondo · 5 agosto, 2019 a las 6:26 pm
Muy interesante la perspectiva geopolítica de la transición energética. Justo hace unas semanas sacó un artículo Mariano Marzo sobre este tema
https://www.elperiodico.com/es/opinion/20190711/articulo-mariano-marzo-transicion-energetica-geopolitica-cambio-climatico-combustibles-fosiles-7549466
En el artículo comenta que la transición energética no solo va a afectar significativamente el panorama geopolítico por la reducción del consumo de petroleo, sino que el aumento de la demanda de materias primas que se utilizan para luchar contra el cambio climático, como el cobalto y el litio para fabricar baterías, va a ser una baza esencial para los países.