Para los banqueros y, más en general, para los profesionales del sector, incluso para los reguladores, supervisores y resolutores, tener entre manos una obra llamada “De buenos banqueros a malos banqueros” (Marcial Pons, Ediciones Jurídicas y Sociales, S.A., Madrid, 2017) es un bocado más que apetecible. Si resulta que la rúbrica bajo el título es la de Aristóbulo de Juan, una de las autoridades mundiales en la materia, la lectura de la obra es obligada.
En nuestra arrogancia, tendemos a pensar que somos los descubridores de ideas o acuñadores de instituciones, técnicas o conceptos, cuando la verdad es que los pretendidos neologismos financieros de nuestra época, como el arpa olvidada de Bécquer, llevan ahí años —o décadas, al menos— esperando que alguien los rescate o tenga la deferencia de preguntar sobre ellos a quienes de verdad los formularon y aplicaron con éxito, como es el caso de Aristóbulo de Juan. Su experiencia como banquero privado pero, especialmente, como sanador de bancos —y del sistema financiero, como efecto reflejo—, no sabemos si ha sido aprovechada adecuadamente durante estos duros años. Él mismo lo dice al comenzar el capítulo 13: “La historia tiene la mala costumbre de repetirse”…
Nos parece que no nos equivocamos si afirmamos que De Juan ha sufrido en algún momento, durante los años de crisis, ante la pasividad de los decisores políticos y las autoridades que se han demorado en la toma de decisiones. Por ejemplo, su artículo “La opción recomendada” (Expansión, 26 de marzo de 2009), termina con la siguiente interpelación: “¿sería posible que las grandes fuerzas políticas lleguen a un consenso, al margen de todo debate partidista, sobre las pautas de actuación a seguir?”.
El libro aglutina diversos trabajos del autor, eminentemente prácticos y fruto de su experiencia pero de una enorme profundidad, comenzando con el célebre artículo que da nombre a la obra, escrito en 1986 para el Banco Mundial, posteriormente editado por dicha institución en colaboración con Oxford University Press en 2002.
El prólogo del libro está escrito por Fernando González Urbaneja y tras él figura una breve presentación del autor.
González Urbaneja ofrece algunos detalles biográficos del autor, que fue banquero comercial en Banco Popular en la época de Luis Valls. Tras esta etapa en la banca privada, fue requerido para contener la crisis bancaria de los primeros años ochenta del pasado siglo, con unas autoridades supervisoras sin el bagaje jurídico y financiero necesarios, y sin experiencia práctica. A estas dificultades técnicas se unió un contexto político esperanzador pero complicado. Según el prologuista, Aristóbulo de Juan evitó arbitrariedades, ligerezas y esos pleitos sobrevenidos que condenan el pasado con criterios de futuro.
Entre los asuntos que conoció profesionalmente podemos citar, por ejemplo, las implicaciones bancarias de la expropiación de Rumasa y la intervención de Banesto. Las tensiones a las que ha debido quedar expuesto, no solo con los banqueros en problemas, son imposibles de imaginar; en el capítulo 7 (“Obstáculos para la resolución de las crisis”) se incluye un diálogo hipotético entre un gobierno y un asesor, «casi “transcrito” de la vida real». En este mismo capítulo no creemos que la mención a la “toma de decisiones sobre una situación de crisis a las tres de la madrugada” sea ficticia, sino más bien lo contrario.
González Urbaneja destaca algunas de las aportaciones recurrentes de De Juan, como el “maquillaje” contable o las operaciones “siemprevivas”, pero la más llamativa para nosotros acaso haya sido la de los “cinco estadios de multiplicación de las pérdidas”: las que estima el gestor, poca pérdida; las del auditor con sus salvedades, el doble; las del supervisor, que dobla los números rojos de los anteriores; las que se desvelan tras la intervención, de nuevo el doble; y finalmente, las que identifica el comprador-salvador, que suele volver a doblar la cifra anterior.
En su presentación, De Juan escribe que el libro debería ser «pequeño, de fácil lectura, con destino a estudiosos, a escuelas de negocios, a banqueros y sobre todo a supervisores. Como un pequeño manual “de cabecera”, basado en la experiencia, no en los libros». Admite que el objetivo común de sus escritos “ha sido siempre influir en cómo las autoridades tratasen los problemas financieros y en la manera en que los gestores llevaron sus bancos. Todo ello con una orientación preventiva”. Además del enfoque técnico, «este libro está impregnado en muchas de sus partes de un enfoque “conductista”, que muestra cómo la naturaleza humana, la psicología y el comportamiento del hombre juegan un importante papel en la marcha de los negocios y, por supuesto, en la banca».
Son muchas las reglas de experiencia y aforismos que nos ofrece De Juan, que resultan más que evidentes con el conocimiento que nos da haber llegado a 2017 sin fenecer en el intento. Pero lo que da valor a su obra escrita y a su agudeza es que estos aforismos fueron, en gran medida, aprehendidos y escritos muchos años atrás. Entre estos principios citamos, por ejemplo, los siguientes:
– Cuando un banco va bien, es transparente, cuando tiene problemas, los maquilla.
– Los buenos banqueros cuando se ven en apuros, se convierten frecuentemente en malos banqueros.
– La supervisión bancaria es un elemento clave para evitar o limitar los daños causados por una mala gestión.
– Si todos los bancos estuviesen bien dirigidos, las únicas razones para que se produjesen quiebras serían las debidas a las circunstancias económicas o políticas.
– Un banco puede haber perdido su capital varias veces, aún manteniendo la liquidez mediante cuentas ficticias y altas remuneraciones a sus pasivos.
– La peculiaridad de la actividad bancaria es que la insolvencia precede invariablemente a la falta de liquidez.
– Son manifestaciones de una mala gestión: la sobreinversión, el crecimiento demasiado rápido, la mala política crediticia, la falta de controles internos y la deficiente planificación.
– Un descenso de los dividendos es la señal clave para el mercado de que el banco está deteriorándose.
– Las peores pérdidas de un banco están ocultas en los créditos clasificados por el banquero como créditos vigentes o “créditos buenos”.
– Para curar un banco enfermo aportar capital es necesario pero no es suficiente. Hay que cambiar a los administradores y gestores que fueron responsables de la situación de crisis, aunque sean competentes y honestos.
– Cuando un banco presta demasiado dinero en comparación con su base de depósitos, tendrá que recurrir al mercado en busca de recursos.
– Si no lo entiendes bien o no lo controlas bien, no lo hagas.
– Cuando un banco está en apuros concentrará aún más riesgos en los peores prestatarios.
– Una práctica fraudulenta es la consistente en la autoconcesión de créditos a favor del banquero o de su familia, que se formalizan de manera que estos nunca se reembolsan al banco.
– Un caso de mala planificación es el de los bancos donde los altos directivos son personas mayores y carecen de los reflejos necesarios para adaptarse al cambio.
– Las estadísticas internacionales nos dicen que se cierran pocos bancos en el mundo, y los que se cierran son de pequeño tamaño, los medianos se cierran en raras ocasiones y los grandes, nunca, pues se considera que el remedio del cierre sería, para el sistema en su conjunto, peor que la enfermedad.
– La normativa eficaz es necesaria pero es insuficiente si no se ve acompañada de una adecuada supervisión. Es preciso, además, que existan mecanismos correctivos y de saneamiento, ya que, de lo contrario, cuando afloran los problemas, la normativa se desacredita y la supervisión se corrompe.
– La liquidez es el opio del banquero.
– Es preferible el “return of assets” que el “return on assets”.
El libro se cierra con el capítulo 13, titulado “Lecciones prácticas del tratamiento de bancos con problemas”, documento inédito redactado en enero de 2017, del que se publicó una síntesis en El País el 12 de marzo de 2017, y que merece una más que sosegada lectura. Este capítulo contiene, hasta el momento, la doctrina más elaborada por De Juan, que sintetiza en cuatro hallazgos fundamentales que le resultan —nos resultan— axiomáticos:
«En primer lugar, el exceso de liquidez lleva al crecimiento acelerado y emborrona el sentido del riesgo de los banqueros, cosas ambas que son causa muy frecuente de insolvencia.
En segundo lugar, si un banco goza de buena salud, sus libros suelen transparentar la realidad, pero si tiene problemas, serán escondidos bajo la alfombra.
En tercer lugar, “los agujeros” patrimoniales no se pueden rellenar con artificios contables, sino con recursos reales.
En cuarto y último lugar, cuando las cosas van mal, apostar por el paso del tiempo o por un hipotético crecimiento como solución y no por medidas correctivas, por duras que estas sean, empeora las cosas inexorablemente».
La obra concluye con los agradecimientos del autor. Particularmente significativo es el que dirige a Luís Valls Taberner, “catalán, persona excepcional, clarividente, profunda y enigmática, atrevida y prudente a la vez”: “Depositó en mí gran confianza y tenía grandes proyectos para mí. Me fue rotando periódicamente por diferentes puestos de Alta Dirección. Al final, los proyectos no prosperaron. La mala relación profesional entre Luís Valls y Rafael Termes, su Consejero Delegado (que también me enseñó mucho), y los posibles errores que pudimos cometer unos y otros, pudieron ser la causa”.
Debe haber sido particularmente doloroso para una de nuestras grandes personalidades en el terreno de la supervisión haber participado en Banco Popular, sentar las bases de un gran banco bajo la dirección de Luis Valls y verlo desmoronarse años más tarde, con el dudoso honor de haber sido el que ha estrenado el Mecanismo Único de Resolución de la Unión Bancaria de la Unión Europea.
En el capítulo XXIV de “El Príncipe” (“Por qué razón los príncipes de Italia perdieron sus Estados”) se contiene un consejo de Maquiavelo para los monarcas, que bien podría valer para un banquero y posiblemente sea del agrado de Aristóbulo de Juan: “Es defecto común a todos los hombres no preocuparse de la tempestad cuando hay bonanza”.
1 comentario
Antonio Garcia Barranquero · 28 octubre, 2017 a las 1:40 pm
Entendido. Pero los "supervisores" no supervisaron hace 10 años