¿Por qué iba a querer convertirse una de las compañías mundiales con mayor reputación, particularmente entre la gente joven, en algo tan “odioso” como un banco?
La Presidenta del Mecanismo Único de Supervisión, la Sra. Nouy, ha manifestado en un reciente discurso pronunciado el 1 de marzo de 2018 (“European banks: Opportunities and challenges”) que aunque los bancos, a la vista de su rol en la crisis, son sospechosos, los necesitamos para comprar una casa o para crear una empresa. Lo más probable es que el ciudadano europeo se dirija a un banco y si los bancos no funcionan tampoco lo hace la economía. En este mismo discurso se refiere al “reto tecnológico” y a la aparición de las entidades “Fintech”, que pueden ser “startups”, pero también gigantes como Amazon.
De cualquier modo, las entidades bancarias, al menos en España, vienen invirtiendo grandes sumas de dinero en tecnología desde hace años, luego la situación no es del todo nueva, sin que puedan negar, por otra parte, la ola que se avecina o que ya tenemos encima…
¿Por qué iba a querer adentrarse una de las compañías mundiales con mayores beneficios y liquidez en un negocio tan “ruinoso” como es el bancario? El primer problema de los bancos europeos es que sus modelos de negocio no generan la suficiente rentabilidad. No tiene sentido económico para una empresa acostumbrada a crecer constantemente y a ganar dinero a mansalva, muy por encima de la media, adentrarse voluntariamente en una tierra tan sombría, y con perspectivas, en el mejor de los casos, moderadas.
Es paradójico, pero en estos momentos es preferible, a la vista de las rentabilidades esperadas, ser titular de bonos convertibles en acciones, en función de las nuevas necesidades regulatorias que se exigirán a las entidades bancarias en los próximos años (MREL/TLAC) que propietario del banco mediante la detentación de acciones.
Lo más racional podría ser, en puridad, no crear un banco sino otro tipo de entidad oferente de servicios financieros, con menor carga regulatoria y de capital, como una entidad de pago, en el marco de la prestación de servicios de pago, ámbito que sí puede ser del interés de Amazon o de otros gigantes como Google, Apple o Facebook, que vinculan a sus plataformas otros servicios ofrecidos a los clientes y que, obviamente, han de ser pagados, preferiblemente, “en línea”.
Sería ingenuo pensar que las grandes empresas tecnológicas son la bondad personalizada (tampoco estamos afirmando que sean lo contrario) o que sus accionistas actúan altruistamente en beneficio de los jóvenes “millennials” (muchos de los cuales, por cierto, son “proyectos de cliente rentable” a medio o largo plazo).
Tampoco parece sensato pensar que los bancos tradicionales permanecerán inactivos y con los brazos caídos, esperando a ser borrados del mapa: darán guerra. Tenemos ejemplos cercanos, como el de BBVA, en vanguardia en materia de “banca exponencial” (nos remitimos a González, F., 2017, “El próximo paso en finanzas: la banca exponencial”, BBVA Open Mind).
Como afirma Yuval Noah Harari en “Sapiens. De animales a dioses. Una breve historia de la humanidad”, aunque las fuerzas geográficas, biológicas y económicas crean limitaciones, siempre hay un amplio margen de maniobra para acontecimientos sorprendentes. La historia no es determinista sino caótica en su avance. Nos hallamos, asevera, en el umbral tanto del cielo como del infierno: “La historia todavía no ha decidido dónde terminaremos, y una serie de coincidencias todavía nos pueden enviar en cualquiera de las dos direcciones”.
Su reflexión sobre lo caótico de la evolución de los acontecimientos es perfectamente aplicable al contexto de la prestación futura de los servicios financieros, que se realizará por los bancos de siempre, por otros agentes, por cada uno de ellos por su parte o por ambos en colaboración.
Todo ello nos hace concluir lo siguiente: nadie sabe cómo será la banca del futuro, aunque es evidente que se parecerá en poco a la que hemos conocido; no creemos que los gigantes tecnológicos tengan interés en convertirse en bancos, sino, más bien, en controlar otro tipo de entidades financieras más ligeras que complementen sus propios negocios y permitan ahorrar costes y generar sinergias; no se puede descartar una alianza entre lo viejo y lo nuevo, y una situación que, al final, sea beneficiosa para la industria, pero también, sobre todo, para los usuarios de servicios financieros.