(Publicado en Cinco Días, el 3 de diciembre de 2025)

José M.ª López Jiménez-Arturo Zamarriego Muñoz

La OPA frustrada de BBVA sobre Banco Sabadell ha devuelto al primer plano una vieja pregunta: ¿será Europa capaz de contar algún día con bancos que operen a escala continental, superando las restricciones, de toda naturaleza, impuestas por los Estados? En un mercado de unos 450 millones de ciudadanos, muchos de los cuales disponen de una moneda común, apenas existen bancos verdaderamente paneuropeos.

Los informes Letta y Draghi no han podido ser más claros: la unificación económica sigue siendo un reto, porque es la única forma de asegurar un mínimo de productividad e innovación de unas empresas —y de unos ciudadanos— que se están quedando atrás en la carrera por la primacía tecnológica. Sin mercados de capitales integrados y sin bancos paneuropeos capaces de financiar las transiciones digital, verde y de defensa, Europa corre el riesgo de volverse irrelevante.

La Comisión Europea insiste en completar tres grandes proyectos interdependientes: la Unión Bancaria, la Unión del Mercado de Capitales y la Unión de Ahorros e Inversiones. Tres piezas para garantizar la libre circulación del dinero, del crédito y de la inversión.

Pero los avances son desiguales. La Unión Bancaria, nacida tras la crisis financiera de 2008, carece de un verdadero Fondo de Garantía de Depósitos. La Unión del Mercado de Capitales pretende armonizar la financiación empresarial más allá del canal bancario, pero las diferencias fiscales y societarias mantienen cerradas las fronteras al flujo del capital. Y la Unión de Ahorros e Inversiones, a medio camino de las dos anteriores, concebida para movilizar los más de 10 billones de euros de ahorro de los hogares europeos hacia la economía real, tropieza con la falta de confianza y de educación financiera.

El resultado es un ecosistema bancario europeo posiblemente sobredimensionado, con márgenes estrechos y rentabilidades modestas, en línea con una población creciente pero envejecida. Se aprecia en los últimos meses una revalorización de las entidades bancarias cotizadas, favorecida por unos balances saneados y por un entorno internacional definido por la inestabilidad: Europa sigue siendo un destino previsible y relativamente seguro para la inversión.

De otro lado, sin un mercado de capitales unificado, las “startups” europeas dependen de una financiación local limitada, la inversión en innovación se dispersa, y los ciudadanos mantienen su dinero inmóvil en depósitos de nulo o bajo rendimiento en una época de inflación.

No se trata de elegir entre soberanía o integración, sino de entender que solo una Europa financieramente unida puede sostener su autonomía política y estratégica.

El discurso político suele recurrir al argumento del “campeón nacional” como garantía de estabilidad. Pero las fusiones estatales —cuando se logran— no sustituyen la necesidad de disponer de actores verdaderamente europeos, equiparables a los norteamericanos o los chinos.

Los fondos públicos son instrumentos valiosos, pero insuficientes si no existe un sistema financiero que multiplique su efecto, del que también se puedan beneficiar los ciudadanos.

En los mercados digitales, los primeros actores en consolidarse tenderán a centralizar la gestión de los sectores clave, y a imponer barreras de entrada insoslayables a los nuevos competidores. Completar las tres “uniones financieras” no significa diluir identidades nacionales, sino fortalecer la soberanía europea en un mundo donde la escala, la tecnología y la financiación son determinantes.

Europa no puede seguir protegiéndose de sí misma, debe salir de su baluarte y posicionarse en campo abierto, como los primeros pioneros. Solo si asume estos retos —y algunos riesgos— podrá convertir el ahorro en inversión, la regulación en innovación y su diversidad en verdadera fortaleza.


José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

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