“¿Quién no ama la libertad y la igualdad? Ya nuestro Salvador predicó la libertad y la igualdad. ¿Es que la gente ha sido más feliz tras la revolución. Al contrario”.

“Guerra y paz”, León Tolstói

 

“You say you got a real solution

Well, you know

We’d all love to see the plan

You ask me for a contribution

Well, you know

We’re doing what we can”

“Revolution”, The Beatles

 

La activista (“Militante de un movimiento social, de una organización sindical o de un partido político que interviene activamente en la propaganda y el proselitismo de sus ideas”, según la RAE) Naomi Klein es conocida, sobre todo, por su crítica al sistema capitalista, expresada en las obras “La doctrina del shock” y “No Logo” (para escribir “No Logo” viajó a Indonesia y Filipinas; si tenemos en cuenta todos sus viajes por el planeta, probablemente realizados en avión, de los que da cuenta en sus obras, resulta que su huella de carbono debe ser bastante mayor que la de muchas otras personas que no emplean este medio de transporte tan contaminante con tanta asiduidad).

Seguidamente, tras escribir estas dos obras, ha tratado de vincular sus tesis, que se pueden compartir o no pero que deben que ser conocidas, dada su general difusión e incluso los diversos reconocimientos que han merecido, con el cambio climático, de lo que ha dado cuenta, especialmente, en “Esto lo cambia todo: capitalismo vs cambio climático”, obra a la que ha seguido “On Fire. The Burning Case for a Green New Deal”, donde recopila algunos de sus artículos y ponencias más destacados, completados con un apartado introductorio y un epílogo.

Respecto del cambio climático, Klein constata que nos encontramos ante la primera generación de jóvenes, la de Greta Thunberg (la “Generación Thunberg”, la podríamos denominar) para la cual el aumento de la temperatura del planeta no es una amenaza futura sino una realidad.

Los gobiernos del planeta perdieron una ocasión propicia, a su parecer, para responder al reto climático a finales de la década de los 80 del pasado siglo, coincidiendo con el desmoronamiento de un bloque soviético que tampoco es que gestionara brillantemente, como admite, lo ambiental (“el socialismo soviético fue un desastre para el clima” —pág. 79—, aunque, curiosamente, en “On Fire. The Burning Case for a Green New Deal” no se recogen referencias a la catástrofe de Chernóbil). Precisamente, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) fue creado en 1988.

Klein es canadiense de origen norteamericano (en realidad, como relata en el libro, dispone de ambos pasaportes), pero centra una gran parte de su discurso en los Estados Unidos. Las empresas petroleras y Donald Trump, además del capitalismo, atraen gran parte sus críticas, a la par que Alexandria Ocasio-Cortez figura como el mirlo blanco que podría impulsar la transición verde en los Estados Unidos. Si el cambio climático despierta tantas suspicacias en el sector corporativo de los Estados Unidos es porque “se ve como el caballo de Troya diseñando para abolir el capitalismo y reemplazarlo con una suerte de eco-socialismo” (pág. 71), o bien como “una revolución de la extrema izquierda” (pág. 77). Al cambio de orientación de la gran industria norteamericana para asumir el enfoque de atención a los grupos de interés, incluido el medioambiente, no se le presta excesiva atención (véase el post Stakeholder Capitalism?), como tampoco a la labor individual desarrollada por ciertos Estados y ciudadades.

La realidad es que, desde el punto de vista científico, lo que no se puede negar es el impacto de la acción humana en el medioambiente y, afortunadamente, en Europa o en un país como el nuestro, el cambio climático ha quedado al margen de la pugna política, dado que se admite su origen y sus previsibles consecuencias adversas en el medio y en el largo plazo.

Las elecciones presidenciales de noviembre de 2020 podrían marcar el ritmo de la lucha contra el cambio climático, según la victoria caiga del lado demócrata o republicano. A propósito de las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, el candidato demócrata Biden concurrirá acompañado por  Kamala Harris, cuyo perfil sugiere que, de recibir el respaldo mayoritario del pueblo norteamericano, promoverán, respecto del cambio climático, una transición suave antes que una revolución (al respecto, véase el artículo “What Kamala says about Joe”, The Economist, 13 de agosto de 2020: “What does the choice say about what a would-be Biden administration might do? Like Mr Biden, she comes from the Democratic Party’s centre. That means pursuing progress on climate change, health care and the relationship between business and the state through incremental change rather than cheerleading for a revolution”).

Aunque el grueso del pensamiento de Naomi Klein se contiene en “Esto lo cambia todo”, obra que comentaremos más adelante en este blog, destacamos ahora algunos de los principales argumentos de “On Fire. The Burning Case for a Green New Deal”:

– La revolución científica (hacia el año 1600) permitió considerar a la naturaleza como una máquina, privada de misterio o divinidad (pág. 59). Prácticamente todas las culturas, incluida la europea hasta dicho momento, consideraron la existencia de mitos sobre dioses y espíritus relacionados con el mundo natural (rocas, montañas, glaciares, bosques) (pág. 67).

– La crisis climática es parte de las crisis generadas por los mercados (pág. 33), en un contexto más amplio de sistemático debilitamiento de la esfera pública, desregulación, bajada de impuestos para los ricos y privatización de servicios públicos (pág. 38).

– Sería necesario que los poderes públicos controlaran algunas de las empresas más contaminantes, para garantizar que sus beneficios se aplican a la protección de la tierra y del agua, y se canalizan hacia los fondos de pensiones de los trabajadores, antes que hacia el bolsillo de los inversores (pág. 52). La nacionalización de empresas privadas, “uno de los mayores tabús del libre mercado, no puede estar fuera de la mesa” (pág. 89), aunque se sobreentiende que, obviamente, a cambio de un justo precio, conforme disponen los ordenamientos jurídicos más avanzados y garantistas de los derechos ciudadanos.

– Una agenda seria contra el cambio climático debería incidir es seis áreas (pág. 81): infraestructuras públicas; planificación económica; regulación de las corporaciones; comercio internacional; consumo; tributación.

– Respecto de la tributación, la propuesta es un tanto confusa y heterogénea, pues, partiendo de la necesaria coordinación gubernamental, se debería incidir en la tributación del carbono y en la de la especulación financiera, además de reducir los presupuestos militares y suprimir los subsidios a las empresas productoras de combustibles de origen fósil. La redistribución de riqueza debería producirse dentro de cada Estado, pero también “de los países más ricos cuyas emisiones [de carbono] han originado la crisis a los más pobres que sufren en primera línea sus efectos” (pág. 89).

– El cambio climático podría ser catalizador para una profunda transformación social y económica (pág. 103).

– El PIB se ha ponderado en exceso, pues no mide los impactos humanos y ambientales del crecimiento (pág. 115).

– La “soberanía” de los pueblos indígenas ha resultado vulnerada repetidamente en las últimas décadas a costa del desarrollo de determinados países y el beneficio de ciertas élites (esta idea se reitera a lo largo de todo el libro; véanse, por ejemplo, las págs. 118 o 180).

– La dura verdad es que individualmente poco podemos hacer contra el cambio climático, por lo que el reto solo se puede afrontar con un movimiento global, masivo y organizado (pág. 133). Todos estamos afectados por el cambio climático y debemos adoptar medidas juntos y de forma solidaria (pág. 166).

– El cambio climático se puede conectar con otras cuestiones como el colonialismo, la supremacía de la raza blanca en países como los Estados Unidos, o la misoginia (pág. 194).

– La justicia climática —y otros tipos de “justicia” (“justicia económica, justicia racial, justicia de género, justicia de emigrantes y justicia histórica”)— implica que las comunidades que sufren perjuicios desde hace décadas, incluso con origen en actividades iniciadas en otros países, deben obtener reparación y ser indemnizadas (págs. 200 y 201). La ocasión sería propicia, según Klein, para “compensar los crímenes fundacionales de nuestras naciones: robo de tierra, genocidio y esclavitud”. Para ello, se propone la apropiación de los beneficios de las empresas contaminantes, para su aplicación a la justicia climática.


José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

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