(Apartado introductorio del capítulo «¿El “Brexit” más cerca?: escenarios posibles y las consecuencias para la economía española», integrado en la obra colectiva «Temas de actualidad en el crédito al consumo», ASNEF, 2018)

“Please accept my resignation. I don’t care to belong to any club that will have me as a member”, Groucho Marx

“Los hombres cambian contentos de señor, creyendo mejorar; y se engañan, porque ven después, por propia experiencia, que han empeorado”, Nicolás Maquiavelo (“El Príncipe”)

“There’s nowhere you can be that isn’t where you’re meant to be. It’s easy”, The Beatles (“All you need is love”)

La estupefacción que sentimos en junio de 2016, tras la inclinación de la balanza hacia la salida del Reino Unido de la Unión Europea, no solo no la hemos superado sino que se ha acrecentado con el paso del tiempo.

Una fuerza en nuestro interior se resiste a creer, incluso a estas alturas, que el Reino Unido vaya a emprender una carrera en solitario, separado de los restantes 27 Estados integrantes de la Unión Europea, con muchos de los cuales, como España, ha mantenido una relación histórica más que centenaria, marcada por la competencia pero también por una cooperación que nos ha hecho avanzar y ser mejores, con una innegable base cultural compartida, aunque a algunos les guste demorarse, exageradamente, en el pretendido “hecho diferencial británico”[1].

Lo anterior lo escribimos —no podemos negarlo— desde el sentimiento, es decir, desde la subjetividad, por nuestra experiencia y relaciones personales, por ser el inglés la segunda lengua —tras el español— que nos permite pensar y expresarnos, por nuestras afinidades culturales, porque, en general, aunque a veces nos pueda pesar, vemos el mundo a través del prisma anglosajón, incluso en demérito de otros países europeos y africanos mucho más cercanos.

Pero regresando a las realidades más objetivas y tangibles, la salida del Reino Unido, con una economía que pesa tanto como la de los 20 países más pequeños de la Unión juntos, y cuya influencia en la configuración de la filosofía de la integración económica y financiera de Europea es aún mayor (Malo de Molina, 2017, pág. 142), implica un verdadero trauma[2].

La apelación a que con la salida ni se rechazan los valores europeos ni se pretende dañar a la Unión Europea o a los Estados miembros (HM Government, 2017a) ofrece poco consuelo. Ni siquiera la manifestación de que, consumada la salida, el pueblo y el Gobierno británicos desean establecer con Europa una relación profunda y especial (“a deep and special partnership”) debe conducir a equívocos, ya que, como se ha sostenido por ambas partes, “Brexit means Brexit”.

No se puede formar parte de una organización para disfrutar los derechos sin cumplir los deberes —o para cumplirlos aleatoriamente, según convenga— ni contribuir de forma desigual que el resto de compañeros de viaje. Como el Reino Unido asume, no cabe el llamado “cherry picking”, pues la Unión debe respetar la igualdad de los Estados miembros ante los Tratados, lo que no es óbice para el reconocimiento de cada identidad nacional con sus peculiaridades (artículo 4.2 del Tratado de la Unión Europea).

Este divorcio inesperado, en el marco de otra renuncia como es la de los Estados Unidos a ejercer el liderazgo internacional que se arrogó tras la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, puede acelerar la insignificancia y la vulnerabilidad de Europa en el medio plazo.

Las renuncias norteamericana y británica han dejado a una aturdida Unión Europea en una complicada tesitura, en la obligación de tener que mirarse cara a cara en el espejo, de adoptar por primera vez en décadas decisiones sin la tutela y la supervisión ejercida por terceros.

Apenas unas semanas antes de la notificación de la carta dirigida por la Primera Ministra Theresa May al Presidente del Consejo Europeo Donald Tusk comunicando la intención del Reino Unido de abandonar la Unión (HM Government, 2017a), y coincidiendo con el 60 aniversario de la firma de los Tratados de Roma, la Comisión Europea (2017) publicó un documento de reflexión —un tanto melancólico: “el sacrificio de las generaciones anteriores nunca debería ser olvidado”, pág. 6—, sobre el futuro de la Europa de los 27 y los cinco posibles escenarios alternativos ante los que nos podríamos encontrar en 2025[3], según cuáles fueran las decisiones adoptadas por la ciudadanía europea y por sus representantes políticos.

En este “paper” la Comisión encara el pasado y la realidad actual sin rodeos, refiriéndose expresamente a las trincheras de Verdún, al telón de acero[4], al muro de Berlín, a la reciente crisis de refugiados (la mayor desde la Segunda Guerra Mundial), a los ataques terroristas en suelo europeo, a los nuevos poderes globales[5] y, por último, al Brexit… Los retos de todo orden tendrán que superarse con una población mucho menor (el 4% de la población mundial en 2060, tras representar, en 1900, el 25%) y con un producto interior bruto menguante ante el creciente poderío de otras naciones, como China. Desde el punto de vista social, la Comisión admite que existe un riesgo real de que los jóvenes del presente tengan unas condiciones futuras de vida peores que las de sus padres, además de que se pierda el privilegio de que la europea sea una de las sociedades más cohesionadas e igualitarias del planeta.

El “poder blando” ejercido durante décadas por la Unión Europea, que ha permitido, como gusta remarcar a la canciller Angela Merkel, que Europa tenga el 7 % de la población mundial, que genere el 25 % del producto interior bruto y un 50 % del gasto social global, no parece ser suficiente para garantizar la viabilidad del modelo y para preservar los valores universales reconocidos en el artículo 2 del Tratado de la Unión Europea (respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos), con el corolario del mantenimiento de la paz y el bienestar (artículo 3.1).

En las negociaciones para precisar los términos del “Brexit” las partes se emplearán a fondo para determinar las consecuencias económicas y sociales y su impacto en los particulares y en las empresas, a ser posible con la mínima disrupción, pero no menos importantes serán las implicaciones en la seguridad y defensa de esta parte del continente y de las propias islas[6].

Hay hechos inquietantes que generan preocupación y que no deberían de perderse de vista, como la deriva rusa y su decidido apuesta por el uso de la fuerza (en Crimea o en Ucrania, por ejemplo) o por la “injerencia blanda”, como demuestra la “generación de ruido” a través de los medios de comunicación y las redes sociales en su propio interés (por ejemplo, esta influencia parece haber alcanzado al propio referéndum del “Brexit” o a las elecciones presidenciales norteamericanas de 2016 —Malloch-Brown, 2018—). Thomas (2016, pág. 9) anticipó que la salida del Reino Unido de la Unión sería un regalo para Vladimir Putin, quien se sentiría envalentonado ante una Europa fracturada a la que poder extender su influencia.

Baste señalar el desalentador dato de la proyección del gasto en defensa para 2045: las dos principales potencias militares europeas, el Reino Unido y Francia, ambas representadas en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas con carácter permanente y en posesión de la bomba atómica, estarán varios escalones por debajo del nivel de las cuatro principales potencias —por este orden: los Estados Unidos, China, India y Rusia—[7].

A pesar de lo extraño de la situación, una OTAN igualmente cuestionada seguirá prestando su cobertura a los aliados de los Estados Unidos, lo que garantizará un mínimo de apoyo mutuo y coordinación ante posibles agresiones. De todas formas, según Pontijas (2018, pág. 8), no es escaso el número de analistas que “consideran el Brexit como una oportunidad para progresar en los campos de la seguridad y la defensa, dado el papel reticente que en los mismos ha jugado tradicionalmente la administración londinense”.

No se puede anticipar quién perderá más con el “Brexit”: si los británicos o los europeos. Lo único cierto es que perderemos todos (el “Brexit” es una propuesta para perder en todo caso —“lose-lose”— para Gros, 2018), aunque quizás se podría anticipar un mayor perjuicio para los británicos que para el resto de ciudadanos europeos, a la vista del reducido tamaño de la economía británica en comparación con la europea (Llaudes et al. 2018, pág. 18). Como se ha llegado a decir, una Gran Bretaña sola es una Gran Bretaña vulnerable (Tannock, 2018). Es indudable que juntos valemos y podemos más.

En el presente capítulo analizaremos, especialmente, las consecuencias del “Brexit”, centrándonos en sus implicaciones económicas para España, uno de los países sujetos a mayores incertidumbres, dada la estrecha relación con el Reino Unido, tanto desde el punto de vista de las personas (residentes y turistas), como de las empresas, dadas las intensas relaciones de intercambio comercial e inversión entre ambos Estados.

Por supuesto, la existencia de una colonia como Gibraltar en territorio español, que ha votado casi unánimemente a favor de la continuidad en la Unión Europea (95,9 %), a la que es posible que el Gobierno Británico, en comparación con otros frentes mucho más delicados —Irlanda del Norte o Escocia, por ejemplo— no haya prestado la suficiente atención, tiene evidentes implicaciones para nuestro país y brinda una posibilidad histórica[8].

Tras este apartado introductorio, en el siguiente apartado pondremos en relación el resultado del referéndum de 23 de junio de 2016 con el deterioro del orden  liberal mundial erigido tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. En el apartado tercero, a pesar de lo incierto del resultado final de las negociaciones, trataremos de presentar la posible evolución de los acontecimientos y, en el cuarto, nos centraremos, como hemos anticipado, en el posible impacto de todo lo anterior en España. El quinto y último apartado tendrá por objeto algunas conclusiones.

[1] Un grupo de historiadores (“Historiadores por Reino Unido”) se ha formado con la intención de subrayar por qué la historia del Reino Unido siempre ha sido distinta de la del resto de Europa. Otro grupo de historiadores, en cambio, considera que la historia británica siempre ha formado una parte esencial de la historia europea (Thomas, 2016, págs. 6 y 7).

[2] Hay que admitir la importancia, en cualquier caso, de la contribución británica en la evolución de la Unión Europea, no solo en el ámbito económico. Como señala Areilza (1996, pág. 102), se pueden destacar la preocupación del Reino Unido por la mejora de la transparencia y la legitimidad de las instituciones políticas comunitarias, con el establecimiento de límites jurídicos y políticos a la expansión de las competencias de la Unión; la influencia del “Common Law” en el Derecho comunitario, que ha reforzado el papel del Tribunal de Justicia; y su apuesta a mediados de los años ochenta del pasado siglo por el objetivo del mercado interior como instrumento de desregulación nacional y relanzamiento de la integración económica europea.

[3] Estos escenarios son: “Carrying on” (“Sobrellevándolo”); “Nothing but the single market” (“Nada más que el mercado único”); “Those who want more do more” (“Los que quieren hacer más”); “Doing less more efficiently” (“Hacer menos eficientemente”); “Doing much more together” (“Hacer mucho más juntos”).

[4] La expresión “telón de acero”, precisamente, fue acuñada por Winston Churchill, como se puede apreciar en el telegrama remitido en 1945 al recién nombrado presidente norteamericano Truman (Churchill, 2008, págs. 803-805): “Siempre he apoyado la amistad con Rusia pero […] me preocupa mucho su distorsión de las decisiones de Yalta, su actitud con respecto a Polonia, su abrumadora influencia en los Balcanes, exceptuando Grecia, las dificultades que plantean acerca de Viena, la combinación del potencial ruso y los territorios que están bajo su control u ocupados por ellos, todo esto unido a la táctica comunista en tantos otros países y, sobre todo, su capacidad para mantener sobre el terreno ejércitos muy numerosos durante mucho tiempo. […] Bajan un telón de acero sobre el frente. No sabemos lo que ocurre detrás. […] Mientras tanto nuestros pueblos estarán distraídos, castigando a Alemania, que está en ruinas y abatida; a su vez, dentro de muy poco tiempo, Rusia tendrá la posibilidad de avanzar, si así lo desea, hasta las aguas del mar del Norte y el Atlántico”.

En su carta de 29 de marzo de 2017, Theresa May también mencionó expresamente la Guerra Fría.

[5] China y Rusia, por ejemplo, ejercen el llamado por Joseph Nye “poder afilado” (“sharp power”). Estas potencias aprovechan de forma asimétrica la apertura y la libertad de expresión occidental, mientras mantienen las barreras internas a los medios y las ideas occidentales (Bassets, 2018), lo que dificulta las relaciones europeas con ellas.

[6] Sin embargo, el impacto del “Brexit” se  sentirá  mucho  menos  en  el  campo  de la seguridad y la defensa, “debido fundamentalmente a que en este último dominio, los actores principales son las naciones-estado, que no han cedido un ápice de soberanía, y que la han encaminado fundamentalmente mediante la colaboración intergubernamental” (Pontijas, 2018, pág. 10).

[7] El gasto en defensa de las principales potencias en 2012 (en miles de millones de dólares) ha sido el siguiente (Comisión Europea, 2017, pág. 9): Estados Unidos, 682; China, 251; India, 117; Rusia, 113; Reino Unido, 58; Francia, 51; Japón, 46; Alemania, 46; Brasil, 35.

La proyección para 2045 (en miles de millones de dólares) es la siguiente: Estados Unidos, 1.335; China, 1.270; India, 654; Rusia, 295; Reino Unido, 108; Francia, 87; Japón, 67; Alemania, 63; Brasil, 97.

[8] Según la Estrategia de Seguridad Nacional (Gobierno de España, 2017, pág. 41) el punto de partida en materia de seguridad en relación con Gibraltar y el “Brexit”, entre dos países amigos y aliados como son Reino Unido y España, con intereses compartidos, debe ser la búsqueda de una cooperación positiva, especialmente en un área de máxima relevancia estratégica como es el Estrecho.

Para un profundo análisis de la problemática que rodea a Gibraltar, nos remitimos a Martín Martínez y Martín y Pérez de Nanclares, 2017.


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Categorías: Economía y empresa

José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

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