“Derribando al galán argentino”, Bárbara Ayuso, Jot Down, nº 33, diciembre 2020, págs. 178-183
«‘¿Y si nadie va a por la rubia?’
Con esa frase, Una mente maravillosa trataba de presentar la explicación del llamado ‘equilibrio de Nash’ a unos espectadores que podían o no estar interesados en la teoría de juegos, pero que sí compartían un íntimo deseo: ninguno quería quedarse sin follar.
Para lograr tan encomiable propósito, la película recurría a la analogía entre el mercado económico y el mercado de la carne. Un poco de trazo grueso, sí, pero recuerden que aún seguimos utilizando los estadios de fútbol como unidad de medida universal. La situación era la siguiente: el matemático John Nash, interpretado por Russell Crowe, está en un bar con sus letradísimos amigos y ven a un grupo de mujeres. Sobresale una rubia, la más atractiva. Valiéndose de los postulados de Adam Smith —‘En competencia, la búsqueda del interés propio contribuye al bien común’—, resuelven abordarlas a lo bruto, respondiendo al instinto más simiesco de que gane el mejor y el que venga detrás que arree. Todos irán a por la rubia; si los rechaza, se conformarán con cualquiera de las morenas.
Hasta que Nash tiene su epifanía y predice que semejante plan está abocado al fracaso. Si todos acuden en tropel a por la más despampanante: 1) se obstaculizarán entre ellos y 2) cuando reconduzcan el tiro y traten de cortejar a las amigas, fracasarán también, porque para segundos platos ya están los menús del día. ‘Adam Smith dijo que el mejor resultado se obtiene cuando todos los del grupo hacen lo mejor para sí mismos, ¿verdad? Adam Smith se equivocaba —proclama Nash, alumbrando su idea genial—. Si ignoramos a la rubia, ni nos entorpecemos ni ofendemos a las otras chicas. Esa es la única estrategia ganadora’. Una teoría que le valió el Premio Nobel de Economía, y que muy resumidamente enuncia que se logrará un mejor resultado para el conjunto si se comparten las estrategias con el resto de los jugadores. Todos hacen lo mejor para sí mismos, dado lo que ha hecho el resto».