Cuando en España, incluso en Europa, se abre algún debate financiero, en los Estados Unidos ya están de vuelta. Un ejemplo lo tenemos con la compra de deuda pública por el Banco Central Europeo, que comenzará, previsiblemente, en 2015, o con la devolución de los bonus indebidos percibidos por algunos banqueros.

Otra discusión de moda es la de la nueva cultura del sistema financiero. Sin embargo, si comparamos la reflexión de nuestros banqueros y supervisores con la de los norteamericanos, nos queda la impresión de superficialidad por parte de los primeros y la de que están a bastante distancia de estos últimos.

Como inciso, particularmente sangrante es el lenguaje que en general emplea el Banco de España para comunicarse, críptico y alejado de la comprensión por el ciudadano común. Por ejemplo, con una terminología, a veces, ciertamente mariana, el Gobernador de nuestro banco central ha afirmado en enero de 2015 que «las previsiones disponibles no se alejan del riesgo de que se mantenga [la inflación] en valores demasiado bajos por demasiado tiempo». O sea, que lo precios no subirán.
 
Por ello, gusta leer las opiniones de los representantes de la Reserva Federal, por el fondo y por sus formas. En este caso, Thomas C. Baxter, vicepresidente ejecutivo y consejero general de la Reserva Federal de Nueva York, pronunció en el Banco de Inglaterra, también en enero de 2015, un discurso sobre las recompensas para las entidades financieras de basar su actividad en una cultura ética, a lo que nos referimos en los siguientes párrafos.

Para Baxter, la imposición de sanciones (por la manipulación del Líbor, por las malas prácticas en la venta de instrumentos financieros, etcétera) son esencialmente retrospectivas cuando lo más positivo para el interés general sería tomar medidas proyectadas hacia el futuro, complementarias de estas otras.
 
En un impulso de sinceridad, cree que la nueva cultura ética debe eliminar parte de las malas conductas, pues, de lo contrario, la ambición de la perfección podría ser enemiga del progreso («we cannot let the goal of perfection become the enemy of progress»). La perfección, probablemente, no sea realista, asevera. Por ello, el reforzamiento de la cultura ética en la prestación de los servicios financieros debería reducir el volumen de «mal comportamiento» que hemos presenciado en estos años, huyendo de la búsqueda de su cercenación total, que es de improbable consecución.
 
¿Cuáles son los componentes de una fuerte cultura ética?, se pregunta. Habrá que estar al tipo de organización, a las personas y a la naturaleza de las habilidades necesarias para conducir la entidad.

Para empezar, hay que atender a los incentivos. Según  Baxter, y esto vale tanto para los banqueros como para los abogados, se busca hacer trabajo de calidad, con gente a la que se respeta y a cambio de un justo reconocimiento, que puede consistir en la remuneración o en la promoción.
 
Los empleados tomarán como referencia las acciones de los administradores y directivos, y no meramente sus peroratas («the songs they sing»). Lo peor será que las acciones no concuerden con las palabras, pues los empleados sentirán que trabajan para una empresa carente de integridad.
 
Los códigos de conducta pueden ser útiles para aglutinar los grandes valores de cada entidad financiera, y, en la medida de lo posible, no deben ser difíciles de entender ni tediosos. Estos valores codificados deben reflejar la función pública desempeñada por los bancos como intermediarios financieros y los privilegios inherentes a su estatuto.
 
En cuanto al cliente, no debe ser visto como una «oportunidad de negocio», sino como alguien a quien servir, al que, a cambio, se le puede cobrar, legítimamente, una comisión. Ver al cliente como una contraparte de la que extraer beneficio no es compatible con una cultura ética fuerte. Obviamente, un banco no rentable está destinado a la ruina, pero, más allá de esta obviedad, el fin del banco debe ser proveer un servicio de calidad a sus clientes y cumplir su función pública de intermediación financiera.

Para conseguir este delicado equilibrio, cada entidad debe reclutar a las mejores mentes, pero también a los mejores corazones. Las personas que buscan conseguir un bonus y ser contratados por otra empresa no encajan en este perfil. Por ello, los bonus se deben diferir en el tiempo, para evitar el cortoplacismo.
 
Cuando los bancos atraigan al personal mejor y más brillante, suficientemente retribuido, que entienda que el banco es el lugar donde construir una carrera ofreciendo a la clientela un servicio de calidad, en un entorno de respeto, se habrá dado un enorme paso adelante para consolidar la estabilidad financiera.
 
Aunque el punto más débil de la argumentación de Baxter, que ni siquiera se sugiere, es cómo proteger ante la propia empresa al empleado (por ejemplo, al compelido a vender preferentes a clientes no expertos para que se cumplan los objetivos comerciales o «estratégicos» de la entidad), estamos de acuerdo, en general, con sus reflexiones.

José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

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