Por José M.ª López Jiménez y Arturo Zamarriego Muñoz
No teníamos previsto comenzar estas breves líneas con una referencia a la crisis sanitaria de alcance planetario iniciada en 2020, pero, queramos o no, la vulnerabilidad e incluso el desamparado que hemos sentido, tanto colectiva como individualmente, nos lleva necesariamente al desafío climático, que nos sigue acechando, con todas sus posibles derivaciones sociales y en la convivencia.
En enero de 2020 el Banco de Pagos Internacionales publicó el “paper” titulado “El cisne verde. Los bancos centrales y la estabilidad financiera en la era del cambio climático”. Este “cisne verde” no se ha llegado a materializar, pero, más allá de la cada vez más frecuente ocurrencia de fenómenos climatológicos adversos (recordemos la borrasca Filomena de los primeros días de 2021), el riesgo de que tenga lugar una catástrofe de esta naturaleza, de dimensiones desconocidas, es más que plausible.
El consenso científico mayoritario señala a la acción humana como la causante de la degradación ambiental y el calentamiento globales. Partiendo de esta constatación, corresponde a los poderes públicos marcar las pautas para que los propios gobiernos, el sector privado y la sociedad civil pasen a la acción, para iniciar la transición hacia un modelo de convivencia y productivo más sostenible y respetuoso con el medioambiente, que permita desactivar todos los riesgos que nosotros mismos hemos ido tendiendo desde el inicio de la Revolución Industrial.
La comunidad internacional, apoyada en un multilateralismo también cuestionado en los últimos años, ha reaccionado a tiempo. Que no dispongamos de un verdadero marco de gobernanza global no ha impedido la aprobación del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático y de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas, con sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible. Ambos instrumentos ofrecen las herramientas necesarias para atender los complejos retos ambientales y sociales de nuestra época.
Anteriormente nos hemos referido al sector privado, dentro del cual el sistema financiero está llamado a desempeñar un papel decisivo, pues le corresponderá canalizar la financiación y la inversión hacia los sectores económicos más sostenibles, así como ayudar en su transición a las empresas dependientes de los combustibles fósiles.
El sector financiero llevará a cabo esta tarea en cooperación con las autoridades públicas pero, lo que nos parece más importante, por convicción y por responsabilidad hacia la sociedad, como en el caso español muestran el compromiso sectorial voluntariamente asumido en la COP25 de Madrid, celebrada en 2019, y la actuación seguida durante la pandemia, meses más tarde.
A propósito de la referencia al documento del Banco de Pagos Internacionales citado anteriormente, el compromiso de los supervisores y de los reguladores internacionales, europeos y nacionales también servirá como acicate para impulsar el del sector bancario, y del financiero, más en general.
A grandes rasgos, este es el caldo de cultivo que nos animó, posiblemente sin haber medido bien la envergadura del proyecto, a dirigir esta obra, que se centra en las finanzas sostenibles, aunque, por necesidad, dado el carácter transversal de los factores ambientales, sociales y de gobernanza (ASG) de la sostenibilidad, también incorpora consideraciones más generales para la puesta en contexto.
Una obra multidisciplinar como esta motiva que haya sido necesario el recurso a perfiles académicos y profesionales diversos: profesores universitarios, consultores, periodistas, economistas, juristas, representantes institucionales y del sector privado…
Cada uno de ellos aporta su punto de vista, con la convicción, por nuestra parte, de que todos sin excepción son complementarios para entender bien cuáles son los retos de las finanzas sostenibles, y del papel que tendrán que desempeñar las instituciones financieras, los reguladores y los supervisores en los próximos años.
A todas estas personas e instituciones les damos las gracias por su confianza y por su participación, que ha requerido su dedicación durante, quizás, los meses con más incertidumbre, en todos los ámbitos, en sus vidas.
Damos las gracias, asimismo, a Thomson Reuters Aranzadi, y a Esther Miguel, especialmente. Nuestra propuesta fue cursada durante los meses más duros de 2020, y, en cuestión de días, recibimos una respuesta favorable, lo que muestra bien la capacidad de resiliencia de la compañía en situaciones de estrés y un criterio editorial que, partiendo de la solidez académica de los proyectos, como es natural, también confirma la sensibilidad hacia una cuestión crucial, y no muy tratada por la literatura científica en forma de libro, como la representada por la lucha contra el cambio climático.
Por último, igualmente mostramos nuestra gratitud al Colegio de Economistas de Madrid, y, en concreto, a su Decana, Amelia Pérez Zabaleta, por haber aceptado nuestra propuesta para patrocinar la obra, lo que, a buen seguro, le dará mayor difusión, no solo entre sus colegiados.
Este libro verá la luz a comienzos de 2021, año que ojalá se convierta en punto de inflexión para el comienzo de una nueva época de florecimiento para toda la humanidad, y para la toma de conciencia que conduzca a una verdadera gestión, en todos los ámbitos, sostenible, donde lo primero sean las personas y su entorno natural.
Esta es una nuestra humilde aportación a este objetivo, con el fin de dejar un mundo mejor a las generaciones que vendrán tras la nuestra.
Málaga y Madrid, enero de 2021