(Publicado en el blog del Proyecto Mlk el 25 de agosto de 2020)
El denominado provisionalmente como “Proyecto Mlk”, promovido por el Instituto Econospérides, comenzó su andadura en la transición entre los lejanos años de 2018 y 2019. Desde entonces, se han ido acumulando aportaciones, e incluso se mantuvo una reunión presencial a mediados de 2019.
A la espera de que la situación sanitaria permita el definitivo impulso del proyecto y su materialización, al menos, en forma de libro, nuestro propósito es el de seguir añadiendo referencias al blog del proyecto, como la presente, relacionada con los cines de Málaga, que puedan resultar de utilidad en la fase de ejecución.
En mi recuerdo, siempre he identificado la fachada norte de la plaza de Uncibay, en el tramo que hace esquina con la calle Casapalma, con un moderno edificio de oficinas algo fuera de lugar, y con la entrada a una discoteca (Plató, años atrás, Andén, más recientemente), por la que en alguna ocasión me dejé caer.
Sin embargo, hasta bien entrada la década de los 70 del pasado siglo, este entorno se definió por otra estética y por otra forma de diversión más refinada, representada por el cine. A ello se refiere Víctor Heredia en el artículo publicado en Sur el 20 de agosto de 2020 titulado “Málaga Cinema, cuando la modernidad se hizo popular”. En este artículo se da cuenta de la inauguración de esta sala en agosto de 1935, con la proyección de la cinta “La hermana San Sulpicio”, cuya referencia arquitectónica (el Movimiento Moderno) y su forma de barco y sus detalles marineros generaron la general adhesión popular. El proyecto se impulsó por Juan del Río, dueño del cercano Echegaray, con una inversión de 2,5 millones de las pesetas de entonces. El aforo del cine era de 1.830 localidades (938 en el patio de butacas y 892 en el anfiteatro). La proyección postrera fue la de “La túnica sagrada”, en 1974.
Con cita a María Pepa Lara, Heredia enumera diversas categorías de cines malagueños: cines de estreno (Goya, Echegaray, Petis Palais —más tarde, Alkázar—); teatros que proyectaban películas (Cervantes, Vital Aza, Lara); cines “veteranos” del Centro (Principal, Pascualini, Victoria); cines de verano (Las Delicias); y salas de barrio (Moderno, Rialto, Plus Ultra, Excelsior, Imperial Cinema, Cinema España).
Muchas de estas salas nos las llegué a conocer, y muy pocas de ellas permanecen, en una época en la que el mundo del cine se identifica necesariamente con las grandes salas de los centros comerciales, y poco más… El cine Albéniz es una “rara avis”, el último superviviente, que ofrece, además, cintas europeas y menos “hollywoodianas”.
Han llegado a 2020 teatros como el Cervantes y el Echegaray, que también guardan relación con el mundo del cine gracias al Festival de nuestra ciudad, que se ha convertido en una referencia nacional. También merece ser citado, en este sentido, el cine-teatro Alameda (“Cocktail”, “El oso”) —ahora, teatro del Soho—, modernizado por el universal Antonio Banderas, uno de los grandes embajadores de Málaga y de sus expresiones culturales y sociales.
Los cines del Centro de Málaga llegaron a marcar nuestros años de juventud, como los de tantos, e incluso nos permiten recordar las películas que vimos en cada uno de ellos. Además de los mencionados Echegaray (“Kika”, “El rey león”, por ejemplo), Albéniz (“El juego de lágrimas”, “Drácula”, “Terminator 2”), hemos asistido a estrenos en el Astoria (“Titánic”, “Pulp Fiction”, “Instinto básico”) o en el Andalucía.
En la periferia del Centro, cómo no recordar el América Multicines (“Abierto hasta el amanecer”, “Historias del Kronen”, “Desperado”), donde por primera vez asistí a una sesión “golfa”, con hora de inicio a las 12 de la noche, en la que junto con la entrada y por el mismo precio se entregaba a cada asistente un refresco.
En cuanto a los cines de barrio, nunca olvidaré la Navidad en la que en el Coliseum asistí a “Regreso al futuro”, las tardes de los domingos, con mi hermano mayor, en el Regio (“Cuentos asombrosos”), o el Palacio del Cine, después reconvertido en bingo, donde no vi “Los bingueros” pero sí “El currante” (hay que aclarar que solo el inicio, pues, por alguna razón, mi abuelo Felipe y mi hermano Eduardo solo me dejaron presenciar las aventuras preliminares de Pajares y creo que también de Esteso, que aún mantengo grabadas a fuego en la memoria…).
Por último, y más ahora en esta época de pandemia, también vienen a la memoria recuerdos dulces de los cines de verano. El que más que marcó fue el de La Cala Del Moral (“Karate Kid”, “Los Goonies”, “Indiana Jones y el templo maldito”) y, en menor medida, el de El Rincón de la Victoria, con sus proyecciones dobles y sus asientos de hierro pintados de azul…
El cine de verano de La Cala fue derribado para la construcción de un edificio con vistas al mar; en una segunda etapa, mucho más reciente, también pude asistir al nuevo cine de verano “Las Palmeras”, que, aunque sin actividad, todavía persiste.
El Málaga Cinema echó el telón con “La túnica sagrada”, pero, puestos a soñar, ¿por qué no imaginar una resurrección de nuestros cines del Centro y de nuestros cines de verano?