El mandato de Danièle Nouy como presidenta del Mecanismo Único de Supervisión (MUS) del Banco Central Europeo (BCE) está cerca de expirar. Aunque habrá tiempo para valorar su gestión, la tarea que tenía por delante no era fácil en absoluto y el reto se ha superado razonablemente bien.
Baste pensar que ha sido la primera persona en dirigir el MUS, estrenando un marco regulatorio y supervisor cuyas consecuencias y probabilidades de éxito, en un entorno enrarecido y muy complicado económica y geopolíticamente, estaban alejados de la certeza. Dificultades sobrevenidas como el “Brexit” o el triunfo de Donald Trump han complicado aún más las cosas.
La decisión más controvertida quizás haya sido, en la parte competencial del BCE, la resolución del Banco Popular, desencadenada a raíz de una decisión de la autoridad supervisora europea.
Además, Nouy ha debido sostener a un tiempo, por necesidad, argumentos posiblemente contradictorios, como los siguientes: promover la estabilidad del sector bancario sin dejar de animar el desarrollo de su competencia (Mercado Único de Capitales y “Fintech”); con tipos de interés ultra-reducidos o negativos, animar el cambio de modelo de negocio de las entidades bancarias y el devengo de más comisiones a cargo de unos usuarios muy sensibilizados con las entidades; afirmar la conveniencia de acometer más fusiones transfronterizas a pesar de las dificultades de supervisar y resolver las entidades demasiado grandes y, por tanto, sistémicas.
En varios de los últimos discursos de la Sra. Nouy, en lo que podría convertirse en el lema de su mandato o en el legado para el siguiente presidente del MUS (Andrea Enria, actual presidente de Autoridad Bancaria Europea, será previsiblemente elegido para relevarla), aparece una materia recurrentemente: la ética en la banca.
Se pueden citar, por ejemplo, los discursos “Being good pays off: how ethical behaviour affects risk, reputation and returns”, de 12 de noviembre de 2018, o “Ethics in banking – from Gordon Gekko to George Bailey”, de 15 de octubre de 2018, que es el que ahora llama nuestra atención.
El recurso al cine para explicar las finanzas nos parece particularmente relevante, y, de hecho, ya hemos abierto esta categoría en el blog (“Sistema financiero y Séptimo Arte”), estrenada con el comentario de la película “El banquero de la resistencia”.
Gordon Gekko (Michael Douglas) es el protagonista, junto a Buddie Fox (Charlie Sheen), de “Wall Street” (Oliver Stone, 1987). Es, con toda la razón, “el malo de la película”, dada su falta de escrúpulos, pero, como en las mejores intrigas de Alfred Hitchcock, es difícil no sentir una cierta atracción hacia este personaje, hecho a sí mismo y ajeno al aristocrático mundo de Wall Street, lo que no le impide triunfar en él. En “El dinero nunca duerme”, la secuela de “Wall Street”, Gekko, tras su paso por la cárcel, regresa suavizado (“[…] the one thing I learned in jail is that money is not the prime asset in life. Time is”), y llega a calificar el modo de hacer negocios en los años 80 del pasado siglo como un juego de niños en comparación con el de los banqueros de inversión que llevaron a la crisis financiera de los años 2007 y 2008.
Por su parte, George Bailey (James Stewart) dirige en “¡Qué bello es vivir!” (Frank Capra, 1946) una pequeña entidad crediticia (“savings and loans”) en Bedford Falls, que debe resistir la feroz competencia ejercida por Henry F. Potter, banquero y propietario de todos los negocios más rentables de la ciudad. Probablemente nos encontremos ante una de las películas que mejor refleja qué es un pánico bancario, cuando todos los clientes de Bailey acuden en tropel a su sucursal a retirar sus depósitos (en fecha más reciente, recordamos las colas de los clientes, esta vez reales, ante las sucursales de Northern Rock). La caja de ahorros era solvente pero carecía de liquidez, lo que fue resuelto por Bailey reintegrando los depósitos con el dinero que iba a destinar a su luna de miel.
En la trama de la película los préstamos se conceden a personas que crecieron con Bailey, lo que sirve para tipificar un modelo especializado en el conocimiento de un espacio territorial reducido y de sus habitantes, en el que unos depositaban sus ahorros y con ellos se concedían préstamos. Estos préstamos eran activos para la entidad que, con la amortización del capital y el pago de intereses, proporcionaban ingresos, lentamente, con el transcurso del tiempo. El Sr. Potter buscaba, en cambio, la generación de ganancias de una forma más rápida e impersonal.
Nouy, a la vista de estas dos películas, traza su discurso. La reputación de los banqueros, considera, ha caído sustancialmente en los últimos años. Esta pérdida de confianza en la banca no solo afecta a las finanzas, sino a toda la sociedad. Nouy se plantea si la mala reputación está justificada, si la banca atrae, en mayor medida que otras profesiones, a personas poco éticas, o si quien inicialmente es probo, al formar parte de la banca, se tuerce.
El análisis científico confirma que los banqueros no son menos éticos que el ciudadano medio, aunque, de forma sorprendente, Nouy afirma que hay estudios que ratifican que “la cultura de los negocios que prevalece en la industria bancaria favorece el comportamiento deshonesto”, y que “la banca ofrece numerosas oportunidades de enriquecerse a costa de otros como son los clientes, los accionistas o los contribuyentes”.
Nos parece que la base doctrinal que sirve a Nouy para realizar afirmaciones de esta severidad está un tanto desenfocada, y que es un error atribuir la mala condición de un Bernard Madoff, por ejemplo, a todos los empleados de banca que realizan su trabajo honrada y diligentemente. De este modo, flaco favor se hace a la recuperación de la confianza en la banca más tradicional y cercana a los ciudadanos y las empresas.
Sí compartimos que “el comportamiento ético va más allá de cumplir la ley”, lo que lleva al terreno de la RSC. Cuando los banqueros toman decisiones deben considerar más aspectos además de los legales o los financieros.
¿Cómo conseguir este cambio de cultura? Con mejor regulación, para comenzar. No obstante, las reglas no sirven de nada si no se prevén las consecuencias de su infracción, tanto para la institución como para el concreto individuo que está detrás de aquella. En segundo lugar, con una mayor presión supervisora. Pero, por último, deben ser los propios bancos, desde dentro, los que promuevan una forma de actuar recta, para lo que es crucial el papel de los códigos de conducta que sirven para establecer valores y directrices de comportamiento.
A su vez, prosigue, Nouy, los comportamientos desviados deben ser detectados por una función de cumplimiento fuerte, la cual, como se sabe, junto a las otras dos funciones de control (riesgos y auditoría), conforman el llamado “modelo de las tres líneas de defensa”.
La buena gobernanza, el buen gobierno corporativo en las entidades, es el elemento de cierre del sistema. Aquellos que se sitúan en la cumbre de las entidades, en sus órganos de administración, deben dar forma y servir de ejemplo a toda la organización. Por ello, el BCE presta tanta atención a la idoneidad de quienes adquieren la condición de consejeros de las entidades, y a la identificación y a la adecuada gestión de los conflictos de intereses.
Como novedad, seguida en algunos bancos centrales como el holandés, que cuenta con psicólogos que analizan el proceso de toma de decisiones en los consejos de administración, concluye Nouy que el Derecho y la Economía deben ser complementados, para dar cancha a otras disciplinas, como la antropología o la sociología, que harán que el regreso y la consolidación de la ética en las finanzas sea más fácil.