En 2017 se ha conmemorado el cuadragésimo aniversario del regreso de la democracia a España. Parece indiscutible, tanto por la estadística temporal comparada —población, esperanza de vida, PIB, exportaciones, inversión extranjera, renta per cápita, gasto sanitario, en educación y social, etcétera— como por la observación directa de la realidad que nos circunda, que el proceso comenzado entonces nos ha convertido en una democracia al nivel de las más avanzadas, basada en una amplia clase media y definida por haber alcanzado altos estándares de bienestar social y económico.
También es cierto que este progreso ha tenido una vertiente menos amable, que no es ajena a lo que acontece en otras sociedades avanzadas equiparables, como muestran, por ejemplo, la menor e insuficiente tasa de fecundidad, una deuda pública, fruto de sucesivos déficits públicos, desbocada, o las altas tasas de desempleo, especialmente entre los más jóvenes.
En cualquier caso, no es de extrañar, por tanto, que la experiencia española se tome como ejemplo de éxito por otras sociedades que inician el complejo y arduo camino hacia la democracia, la libertad y la prosperidad material.
Nadie duda de la implicación y el protagonismo de nuestro país en el proyecto de construcción de la Unión Europea y, por otra parte, las grandes corporaciones españolas, en el marco de un tejido empresarial español, a todos los niveles, extraordinariamente dinámico, también son visibles mundialmente y contribuyen a la consolidación de la globalización.
Este cuadragésimo aniversario del retorno de la democracia es un momento propicio para mirar hacia atrás y congratularnos por el camino andado y por los logros obtenidos, pero también para reflexionar sobre qué pudimos haber hecho mejor, cuál es la situación en 2017 y las perspectivas de futuro.
Cierto desencanto y la falta de identificación de parte de la ciudadanía —los más jóvenes, sobre todo— con sus representantes políticos y con las instituciones, en un contexto de crisis económica y social, se han asentado entre nosotros, lo que nos debe inducir a meditar sobre si el proyecto no es tan sólido como pensábamos o si, por el contrario, en una sociedad democrática, plural y abierta es normal que surjan estos sentimientos de frustración, siempre que se reconduzcan para su resolución ordenada hacia unas instituciones que, en una especie de bucle, tampoco son eternas y merecen, del mismo modo, ser revisadas periódicamente.
Con esta serie de diálogos se pretende indagar en todas estas cuestiones, conforme a la experiencia personal y la trayectoria profesional en diversos ámbitos de cada uno de los entrevistados.