Steven Pinker dedica el capítulo 10 de “En defensa de la Ilustración. Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso” (Viking-Penguin Random House LLC, 2018) al medioambiente, de cuyos principales argumentos damos cuenta.
La idea clave de este capítulo es que, en contra de ciertas posiciones fatalistas, el problema medioambiental es solucionable si se dispone de las herramientas técnicas adecuadas.
El “movimiento verde” comenzó a desarrollarse en los años 70 del pasado siglo, con un alcance “casi religioso”, por lo que se desprende de manifiestos de origen tan diverso como los de Al Gore o el Papa Francisco.
Un enfoque alternativo es el del llamado “Medioambientalismo de la Ilustración o Humanístico”, que parte de que algún grado de polución es inevitable como consecuencia de la Segunda Ley de la Termodinámica: el orden requiere energía, lo que aumenta la entropía ambiental en forma de desecho, polución y otras formas de desorden. Además, según este movimiento, la industrialización ha sido positiva para la humanidad, por lo que los costes asociados a la polución deben ser ponderados adecuadamente. La tercera premisa es que el impacto ambiental de la humanidad se puede compensar con el desarrollo tecnológico. Pinker cita la “curva medioambiental de Kuznets”: en las primeras etapas de desarrollo las sociedades priorizan el crecimiento respecto a la pureza ambiental, pero, según prosperan, prestan mayor atención a los factores ambientales.
De la aportación de Pinker se desprende que la naturaleza no está al borde del colapso, o que esta es tan robusta como siempre lo fue.
Además, no se deben perder de vista mejoras globales en este ámbito, como la supresión, en virtud de diversos tratados internacionales, de las pruebas nucleares atmosféricas originadoras de lluvia radioactiva, o la reducción de la emisión de sulfuros que provocan lluvia ácida. Todo lo anterior, junto a la prohibición de los clorofluorocarbonos que afectan a la capa de ozono, permite ser optimistas en cuanto al Acuerdo de París sobre Cambio Climático de 2015 y su efectiva aplicación, lo que no quiere decir que todo esté bien ni que el medioambiente mejore por sí mismo y podamos permitirnos una cierta relajación.
Un factor clave consistirá en desacoplar la productividad del consumo de recursos, y generar mayor “beneficio humano” con menos materia y energía. La desmaterialización asociada al progreso tecnológico, la revolución digital y la economía colaborativa serán aliados fundamentales de este proceso.
En cuanto a los gases de efecto invernadero, el incremento de la temperatura del planeta y sus potenciales y devastadores efectos de mantenerse esta tendencia, Pinker asume que la humanidad nunca ha tenido que afrontar un problema como este. La respuesta de la visión humanista debe procurar que se consiga la mayor cantidad de energía con la menor emisión de gases con efecto invernadero. De hecho, muestra como la intensidad de carbono del mundo declina desde hace medio siglo, lo que confirma que el crecimiento económico no es sinónimo de una mayor emisión de carbono.
El proceso de descarbonización debe comenzar por una adecuada fijación de precios e impuestos, así como por la limitación a cada país de los derechos de emisión. El siguiente paso, según Pinker, que cita a Nordhaus y Shellenberger, consiste en aceptar que la energía nuclear es la más abundante y libre de emisiones de carbono; las energías solar y eólica son cada vez más baratas pero difícilmente pueden cubrir toda la demanda de energía de nuestras sociedades: satisfacer las necesidades del planeta con energías renovables en 2050 requeriría disponer de molinos y paneles solares en un área del tamaño de los Estados Unidos (incluyendo Alaska), Méjico, América Central y la parte inhabitada de Canadá.
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