Como inciso, particularmente sangrante es el lenguaje que en general emplea el Banco de España para comunicarse, críptico y alejado de la comprensión por el ciudadano común. Por ejemplo, con una terminología, a veces, ciertamente mariana, el Gobernador de nuestro banco central ha afirmado en enero de 2015 que «las previsiones disponibles no se alejan del riesgo de que se mantenga [la inflación] en valores demasiado bajos por demasiado tiempo». O sea, que lo precios no subirán.
Para Baxter, la imposición de sanciones (por la manipulación del Líbor, por las malas prácticas en la venta de instrumentos financieros, etcétera) son esencialmente retrospectivas cuando lo más positivo para el interés general sería tomar medidas proyectadas hacia el futuro, complementarias de estas otras.
¿Cuáles son los componentes de una fuerte cultura ética?, se pregunta. Habrá que estar al tipo de organización, a las personas y a la naturaleza de las habilidades necesarias para conducir la entidad.
Para empezar, hay que atender a los incentivos. Según Baxter, y esto vale tanto para los banqueros como para los abogados, se busca hacer trabajo de calidad, con gente a la que se respeta y a cambio de un justo reconocimiento, que puede consistir en la remuneración o en la promoción.
Los códigos de conducta pueden ser útiles para aglutinar los grandes valores de cada entidad financiera, y, en la medida de lo posible, no deben ser difíciles de entender ni tediosos. Estos valores codificados deben reflejar la función pública desempeñada por los bancos como intermediarios financieros y los privilegios inherentes a su estatuto.
En cuanto al cliente, no debe ser visto como una «oportunidad de negocio», sino como alguien a quien servir, al que, a cambio, se le puede cobrar, legítimamente, una comisión. Ver al cliente como una contraparte de la que extraer beneficio no es compatible con una cultura ética fuerte. Obviamente, un banco no rentable está destinado a la ruina, pero, más allá de esta obviedad, el fin del banco debe ser proveer un servicio de calidad a sus clientes y cumplir su función pública de intermediación financiera.
Para conseguir este delicado equilibrio, cada entidad debe reclutar a las mejores mentes, pero también a los mejores corazones. Las personas que buscan conseguir un bonus y ser contratados por otra empresa no encajan en este perfil. Por ello, los bonus se deben diferir en el tiempo, para evitar el cortoplacismo.
Cuando los bancos atraigan al personal mejor y más brillante, suficientemente retribuido, que entienda que el banco es el lugar donde construir una carrera ofreciendo a la clientela un servicio de calidad, en un entorno de respeto, se habrá dado un enorme paso adelante para consolidar la estabilidad financiera.
Aunque el punto más débil de la argumentación de Baxter, que ni siquiera se sugiere, es cómo proteger ante la propia empresa al empleado (por ejemplo, al compelido a vender preferentes a clientes no expertos para que se cumplan los objetivos comerciales o «estratégicos» de la entidad), estamos de acuerdo, en general, con sus reflexiones.