«Alemania ha perdido la guerra, pero aún conserva la posibilidad de decidir frente a quién perder», Joachim von Ribbentrop

(Citado en Beevor, A., «Berlín. La caída: 1945», Crítica, S.L., 1ª ed., 6ª impresión, 2015, pág. 309).
La obra escrita de Winston Churchill, fruto de una experiencia vital como pocas, merece ser conocida. En su relato de la Segunda Guerra Mundial («La Segunda Guerra Mundial (II)», La Esfera de los Libros, 3ª ed., 2008, págs. 803-805) se transcribe el telegrama remitido en 1945 al recién nombrado presidente Truman, que bien podría haberse llamado «el telegrama del telón de acero»:
«Estoy muy preocupado por la situación europea. Sé que la mitad de la Fuerza Aérea estadounidense que había en Europa ya ha comenzado a dirigirse hacia el frente del Pacífico. Los periódicos hablan mucho de los grandes desplazamientos de los ejércitos estadounidenses que salen de Europa. Es probable que también nuestros ejércitos, siguiendo lo acordado previamente, experimenten una notoria reducción. Seguro que se marcha el ejército canadiense. Los franceses están débiles y es difícil tratar con ellos. Es evidente que dentro de muy poco tiempo la fuerza de nuestras armas en el continente habrá desaparecido a excepción de unas fuerzas moderadas para contener a Alemania.
Mientras tanto, ¿qué va a ocurrir con Rusia? Siempre he apoyado la amistad con Rusia pero, igual que a usted, me preocupa mucho su distorsión de las decisiones de Yalta, su actitud con respecto a Polonia, su abrumadora influencia en los Balcanes, exceptuando Grecia, las dificultades que plantean acerca de Viena, la combinación del potencial ruso y los territorios que están bajo su control u ocupados por ellos, todo esto unido a la táctica comunista en tantos otros países y, sobre todo, su capacidad para mantener sobre el terreno ejércitos muy numerosos durante mucho tiempo. ¿Cuál será su posición dentro de un año o dos cuando el ejército británico y el estadounidense se hayan disuelto y el francés no se haya formado todavía a gran escala, cuando tengamos un puñado de divisiones, en su mayoría francesas, y cuando Rusia decida mantener doscientas o trescientas en servicio activo?
Bajan un telón de acero sobre el frente. No sabemos lo que ocurre detrás. No parece caber duda de que todas las regiones situadas al este de la línea Lübeck-Trieste-Corfú pronto estarán totalmente en sus manos, a lo que debemos añadir otra extensión enorme, conquistada por los ejércitos estadounidenses, entre Eisenach y el Elba, que supongo será ocupada por las fuerzas rusas dentro de pocas semanas cuando se retiren los estadounidenses. El general Eisenhower tendrá que tomar medidas de todo tipo para evitar otra inmensa huida hacia el oeste de la población alemana a medida que se produzca este enorme avance moscovita hacia el centro de Europa. Entonces el telón volverá a descender en gran medida, aunque no del todo. De este modo, una ancha franja de muchos cientos de kilómetros de territorio ocupado por los rusos nos separará de Polonia.
Mientras tanto nuestros pueblos estarán distraídos, castigando a Alemania, que está en ruinas y abatida; a su vez, dentro de muy poco tiempo, Rusia tendrá la posibilidad de avanzar, si así lo desea, hasta las aguas del mar del Norte y el Atlántico.
Sin duda, ahora es fundamental llegar a un acuerdo con Rusia o averiguar en qué posición estamos con respecto a ella antes de debilitar mucho nuestros ejércitos o de retirarnos a las zonas de ocupación. La única manera de hacerlo es mediante una entrevista personal. Le agradecería mucho su opinión y su consejo. Sin duda podemos asumir la postura de que el comportamiento de Rusia será impecable, lo que evidentemente nos brinda la solución más conveniente. Resumiendo, me parece que esta cuestión de un acuerdo con Rusia antes de que desaparezca nuestra fuerza eclipsa a todas las demás».
En este impresionante escrito de Churchill encontramos la acuñación y descripción geográfica del telón de acero, o las coordenadas precisas para la creación de la OTAN, entre otras muchas claves dispersas entre líneas.
Sin que nadie lo esperara, no fue necesaria la fuerza para que en 1989 se derrumbara el telón de acero, con la simbólica caída del «Muro de Berlín», y, apenas un lustro más tarde se produjera la desintegración de la URSS.
Por una parte, la integración de las dos «Alemanias» ha sido decisiva para unión de Europa. Helmut Kohl, canciller de la RFA y personaje clave en aquellos años de fin de siglo, lo tiene claro: «una Europa unida es para todos nosotros una cuestión de supervivencia» (entrevista en El País, 9 de noviembre de 2014).
Por otra, el célebre Francis Fukuyama sugirió el triunfo de Occidente, de la «idea» occidental, puesto de manifiesto con «el agotamiento total de alternativas sistemáticas viables al liberalismo occidental» (Fukuyama, F., «¿El fin de la Historia? y otros ensayos», presentación y selección de García-Morán Escobedo, J., Alianza Editorial, 2015, págs. 56-57). Ahora bien, esta victoria «se ha producido principalmente en la esfera de las ideas o de la conciencia, y aún es incompleta en el mundo real o material». 
Sin embargo, esto ha supuesto que, careciendo de rival ideológico, el modelo vencedor, con sus ramificaciones capitalista y de libre comercio y de capitales, se ha convertido en monista, sin tener un modelo opuesto que le sirva de contrapeso. 
La última etapa de expansión del capitalismo occidental, en la que las grandes corporaciones han sido un instrumento fundamental, se inició a mediados de los años 90 del pasado siglo, justo a continuación del derrumbe de la URSS y del sistema que propugnaba, y se detuvo súbitamente entre 2007 y 2008 (esta idea la reflejamos en nuestra reseña de «Dos conceptos de libertad y otros escritos» de Isaiah Berlin, en Extoikos, nº 9, 2013, págs. 101-106).
Este argumento lo hemos encontrado, más recientemente, en un opúsculo de José L. Sampedro («El mercado y la globalización», Editorial Planeta, S.A., 1ª ed., 3ª reimp., 2014, págs. 80 y 81) (aunque no compartimos cierta visión «buenista» del extinto modelo comunista):
«Dicho de otro modo: el liberalismo político implica un planteamiento global de la vida colectiva y se manifiesta en todos sus aspectos (éticos, educativos jurídicos, etc.), pero al aplicar el principio liberal solamente a lo económico se cae en un reduccionismo que entroniza los mecanismos e intereses capitalistas como constitución fundamental de la sociedad, pasando lo demás a depender de ese fundamento. Contra esa dependencia, instaurada en favor del poder burgués, se alzaron las luchas sociales del siglo XIX, que arrancaron algunas concesiones en forma de legislación social, y, ya en el siglo XX, la potencia política y militar de la Unión Soviética refrenó los abusos del poder económico. Así, a los dos fenómenos propiciadores de la globalización en nuestro tiempo (la informática y la desregulación) se ha sumado un nuevo factor: el desplome de la potencia comunista que ha dejado libre el paso a la expansión mundial del poder financiero y especulador».
El acervo histórico y cultural propio de Europa, y el de síntesis ideológica tras un más que doloroso, brutal y sangriento siglo XX, han permitido llegar a cotas de bienestar material para la práctica totalidad de la población del continente inimaginables hace algunas décadas. Quedan cuestiones por resolver, algunas cruciales, pero nuestros Estados del Bienestar, a pesar de sus contradicciones, merecen ser preservados y ser el punto de partida de posteriores desarrollos —necesarios, como es obvio—.
En la visión occidental, la Historia se concibe como lineal, pero avances y retrocesos como los que se ponen de manifiesto en nuestros días nos sugieren más bien la necesidad de recurrir, otra vez, al argumento del «eterno retorno», y a plantear nuevas respuestas para preguntas que pensamos que ya estaban respondidas.
Ulrich Beck escribió hace años, en 2002, sobre la sociedad del riesgo global, y sobre cómo en las décadas venideras nos enfrentaremos a profundas contradicciones y paradojas desconcertantes, en las que experimentaremos esperanzas envueltas en desesperación (Beck, U., «La sociedad del riesgo global», Siglo Veintiuno de España Editores, 2002).
Rafael Berrio, al que ya hemos recurrido en alguna otra ocasión a propósito de Grecia y sus problemas con la deuda pública y la falta de crecimiento de la economía helena, escribe en «El mundo pende de un hilo», en su disco «Paradoja», con más lirismo, lo que sigue:
El mundo pende de un hilo.
De un hilo pende el mundo.
De un hilo El Greco, de un hilo Bach.
Persia de un hilo; la luz de Platón.
Cuanto amas de un hilo en cuestión.

José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

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