Se afirma con frecuencia que la Unión Europea, como ya se ha hecho notar, es un «gigante económico pero es un enano político», lo que por simple no deja de poner de relieve la asimetría existente entre una economía real cada vez más integrada y la fragmentación del poder político.

Las bases políticas sobre las que se asienta este gigante económico son frágiles y quedan atenazadas por un persistente incumplimiento de las reglas básicas de funcionamiento. Piénsese, por ejemplo, en la reiterada contravención del Pacto de Estabilidad y Crecimiento por parte de, nada menos, que Francia y Alemania, entre otros muchos Estados (Bélgica, Holanda, Austria, etcétera).
En el cuadro siguiente, tomado de BBVA Research (2012), se observa el incumplimiento del PEC en perspectiva histórica (1999-2011):

Durante los últimos años, el destino de la Unión Europea se ha parecido forjar a través de los dictados de las incesantes declaraciones procedentes no ya de las instituciones europeas sino de representantes individuales de los Estados Miembros, que se han arrogado competencias de las que carecían por completo, o de lo manifestado por ciertas organizaciones mundiales (FMI y OCDE, por ejemplo). 
Hasta una institución diseñada para otros propósitos, como es el Banco Central Europeo, ha asumido un rol político alejado claramente de su naturaleza y funciones.
Todo esto nos hace reflexionar acerca de la validez del lema de la Unión Europea, «unidad en la diversidad», y que, más que nunca, cobre vigencia la célebre duda concretada en la pregunta «¿a quién llamo si quiero hablar con Europa?», atribuida a  Henry Kissinger.
Desde el prisma de la Unión Económica y Monetaria (UEM), esta ha adolecido de graves carencias institucionales. Durante la etapa de expansión económica que acompañó la entrada en funcionamiento de la moneda única europea, tales deficiencias quedaron disimuladas, pero la persistencia de la crisis ha mostrado las grietas del entramado de la integración monetaria europea.
El marco institucional de la Unión Europea es ciertamente complejo, con la existencia de 28 Estados miembros, de los que 19 comparten moneda común, y con el triple vértice de poder institucional Consejo-Comisión-Parlamento, en el que los ciudadanos de los 28, a pesar de los notables avances experimentados en el proceso legislativo («trilogue»), de control presupuestario o sobre el «ejecutivo europeo», todavía no tienen mucho que decir frente a los preeminentes Jefes de Estado y de Gobierno y los técnicos de la Comisión.
Pero, seamos realistas, si pretendemos que este gigante dé pasos decididos con celeridad para responder casi en tiempo real, como exige la nueva época,  a los retos económicos de un mundo globalizado, el componente de legitimidad democrática ha de ser parcialmente sacrificado en beneficio de la respuesta rápida y eficaz, económicamente viable y suficiente.
Quizá uno de los principales retos del futuro, en tanto no se consolide una estructura auténticamente centralizada y federal, respetuosa con la diversidad, sea el de alcanzar este equilibrio entre lo político y lo económico, sin perder nunca de vista a los ciudadanos, como base y fin de este proyecto de convivencia.
Mientras tanto, nos parece que el marco institucional de la Unión Europea es el menos malo de los posibles, y que, precisamente, la estructura política, que ya está desplegada en gran medida, se consolidará si la auténtica Unión Económica, de la que la Bancaria no es más que una parte, llega pronto a buen puerto.
Dicho de otra forma, estamos construyendo la casa por el tejado, pero Europa, compelida por la Historia y por sus circunstancias, tiene que erigirse así.

José María López Jiménez

Especialista en regulación financiera. Doctor en Derecho

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *